Desde los años de la pandemia y entre México y Chile comenzaron a fraguarse las canciones de Tótem (2024), el último disco de Pedropiedra. Fue la española Rosalía, con su álbum Motomami (2022), quien encendió una chispa en la inquieta mente del artista de 46 años.

“Teníamos este pool de temas, como de 40 canciones. Un día, escuchando el disco de Rosalía, Motomami, empezamos a ponerle atención a la estructura. Era un disco disperso estilísticamente: de repente tenía algo que parecía grabado con el celular, después un reggaeton así hardcore. Tomamos ese desprejuicio de hacer cosas de distintos estilos y sonoridades y meterlas dentro de un mismo disco”, explica en conversación con Culto.

El disco doble—de 54 minutos de duración—contiene 17 canciones diversas, las que le evocan a su autor diferentes etapas de su carrera. Por ejemplo, su último lanzamiento, Aló (2020) “era todo parecido entre sí, estéticamente en una dirección súper clara. (Tótem) creo que es el disco más ecléctico que he hecho y en él se están condensadas todas las cosas que me siento cómodo haciendo: rock, pop, balada, el hip-hop y soul. Es un disco un poco más oscuro y con un poquito más de rabia”.

Entre las canciones destacan Acero chino, con Francisco y Mauricio Durán; Para siempre joven con El Macha, y VALOR.

Pedro Subercaseaux García de la Huerta—su nombre real—estuvo radicado en México, un movimiento en su carrera que considera lógico para un músico. Algo así como migrar “del campo a la ciudad”, según sus palabras. “Es moverse a un lugar con más opciones de todo: más locales para tocar, más festivales, más radios, más medios escritos, más de todo. Ahora, es difícil entrar, pero hay mucha gente que está partiendo para allá con distintos niveles de éxito, y que tiene que ver con los contactos que se tengan, porque hay que trabajar con mexicanos obligatoriamente para que las cosas funcionen. Es importante aliarse con gente de allá”, profundiza.

—¿Tótem (2024) tiene influencias de su estadía en México?

No, nada. Mi primer disco y el segundo también los grabé allá y la verdad es que no se me cuela mucho, tengo media hermética la puerta de la inspiración, al menos la musical. El disco no tiene corridos de tumbados, ni trompetas ni mariachis.

Pedropiedra regresó a Chile para participar en El antídoto (2024), programa de humor liderado por Fabrizio Copano en Mega. En abril, se reencontró con el humorista pero en un escenario diferente y mucho más grande: el Estadio Nacional. Cada uno, con sus respectivos shows, fueron teloneros de Los Bunkers en las dos fechas que llenaron el coloso de Ñuñoa.

Es muy emocionante ver que una banda chilena tenga esa convocatoria. Fue una enseñanza a ver cómo armaban el show los chiquillos. Tuvieron la gentileza de invitar a alguien, prestar el escenario y el público gigante por un ratito. Me di cuenta de que compartimos mucho público, porque la gente que estaba ahí conocía mis canciones. Además, mucha gente me conoció por ahí, por ese teloneo”, recuerda.

Su estadía en el país se prolongará por lo menos tres meses, gracias a su reciente lanzamiento. ¿Volverá a México? “Vamos a ir viendo, porque si no logro tener más pega en México que en Chile, no se hace sostenible seguir viviendo allá”, dice con seguridad.

Las facetas de Pedropiedra

El tiempo de Pedropiedra se divide entre hacer música y estar activo en las redes sociales. Más que con la palabra influencer, se siente más cómodo con el término de creador de contenido. “Mi mánager comprendió, antes que yo, que la promoción más efectiva para la música está ahí. Hacer ese contenido es un medio para acercar a la gente a mis canciones. Cuando promocionas una canción en redes sociales, hay un efecto en las reproducciones. No disfruto mucho haciéndolo, o sea sí, pero es un trabajo de tiempo completo. Es difícil cumplir y mantener contento al algoritmo con una frecuencia”, comenta.

Otro mecanismo efectivo para diversificar su público fueron los talleres de escritura de canciones, los que, por ahora, están en pausa. “Han sido positivos los talleres, tanto para mí como para la gente que iba. Han pasado como cuatrocientas personas y me siguen preguntando. Ahora he estado con el disco, pero en algún momento hay que hacerlo de nuevo”.

“Es el poder que tienen las letras. Es algo que siempre he cuidado”, dice el autor de temas como Inteligencia dormida (2009) y Vacaciones en el más allá (2011).

—¿Cómo ve el panorama actual de las letras de las canciones chilenas?

Siento que aquí la música se hace un poco por amor al arte, para nadie está la promesa muy clara de éxito y de retribución económica por hacerlo. Las letras que se hacen son bien profundas, bien melancólicas y expresan bien lo que somos como pueblo. Ahora, honestamente, he escuchado poca música nueva chilena, entonces no te podría hablar de cómo son las letras de cierto artista o de cierto género, sino que lo puedo ver como un lado más general.

—En una entrevista en abril dijo: “Yo no puedo lloriquear porque el Estado no me ayuda”. Se ha hecho una crítica a los apoyos económicos al arte y la cultura. ¿Cómo evalúa ahora el escenario en ese aspecto?

Yo ya estoy un poco más consagrado como para creer que voy a depender de un fondo público. Esos tipos de fondo son para proyectos de otro tipo, que no tienen de dónde sacar esa plata.

—¿Es clave ahí una relación con el sector privado?

No sé si es lo único, pero cada cierto tiempo salen alianzas. Por ejemplo, usaron una canción mía para un comercial de Iansa, le cambiaron la letra. Después estuve trabajando para un programa de televisión, pagado por un canal privado. Hay músicos que tenemos de dónde invertir en nosotros mismos. Por eso, lo que yo decía en esa entrevista, es que es irritante ver a músicos peludos, hediondos y viejos diciendo que nadie los viene a ayudar, si nadie está ayudando a nadie, hay que rascarse con las propias uñas, para bien o para mal.

—También hubo debate sobre la música chilena en el contexto del estallido social. Algunos dijeron que se sintieron utilizados. ¿Cómo considera su participación en 2019?

Cada uno hizo lo que sintió que tenía que hacer en su justa medida. Hubo gente muy involucrada, otros tibiamente involucrados, entre los que me encuentro yo, pero la verdad que siento que fue un momento catártico. Ya no sé qué pasaría si volviera a pasar algo igual, no sé cómo reaccionaría, creo que con aún más tibieza.

Cada uno sabe hasta dónde se involucró, lo que dijo, cada uno sabe que cuando lo que dijo no gustó, cada uno recibió chuchás por ciertas cosas que, en el fondo, uno va midiendo que va diciendo. No me sentí utilizado, pero quizás a Quique lo utilizaron, ¿quién sabe? (ríe). A mí me tocó ya de viejo esa cuestión, uno no puede decir como: ‘ay, me hicieron tonto’. Uno sabe cuánto dio y cuánto quiso meterse ahí.

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