Catalogado como “el rey de los hits sampleados” por el New York Times, Sean “Diddy” Combs (54) también ha sido definido por décadas como un icono que traspasa lo musical, un arquitecto de la cultura pop reinante de características hedonistas. Aquella categoría iconográfica es uno de los argumentos esgrimidos por sus abogados para trasladarlo del Centro de detención metropolitano de Brooklyn, donde se encuentra sin derecho a fianza, acusado de tráfico sexual y asociación ilícita. Allí “reinan el caos y la violencia descontrolada”, aseguró el juez de distrito Gary J Brown, por donde han pasado figuras connotadas y condenadas por delitos sexuales como el rapero R Kelly y Ghislaine Maxwell, socia del acaudalado Jeffrey Epstein, que se quitó la vida en la cárcel bajo las mismas acusaciones.
Oriundo de Harlem, Nueva York, Sean Combs creció en un ambiente de violencia y pobreza. A su padre, asociado al legendario traficante de heroína Frank Lucas -famoso por introducir la droga en ataúdes de soldados muertos en Vietnam-, le volaron la cabeza de un tiro cuando Sean tenía dos años.
Antes que artista musical, su carrera arrancó en Uptown records en 1990 como cazatalentos bajo la mentoría de Andre Harrell, el dueño del sello. Harrell había sido vicepresidente de Def Jam records, la afamada etiqueta hip hop creada por Russell Simmons, el influyente ejecutivo caído en desgracia desde 2017, acusado de violación por seis mujeres. La filosofía de Uptown era opuesta a Def Jam, donde el orgullo callejero cotizaba al alza. En Uptown el acento fue aspiracional, proyectando una estética de riqueza y lujos como quimera para una población como la afroamericana, históricamente pobre y segregada.
Sean Combs encarnó como ningún otro la proyección de ese imaginario porque reflejaba su historia. Se convirtió en un personaje glamoroso que paseaba de la mano con Jennifer López, producía artistas de extraordinario éxito como Mary J Blige y The Notorious B.I.G., además de manejar su propio imperio musical. Diversificó los negocios transformando su nombre en una marca sinónimo de riqueza y poder, al punto de encarnar una campaña bautizada ¡Vota o muere! para incentivar la participación en la elección presidencial de EEUU en 2004.
Una vez establecido y reconocido como empresario, mutó en artista musical, a la manera un hombre de negocios aburrido de ganar millones tanteando la política para saborear nuevos triunfos. Sus éxitos más recordados remiten al dudoso mérito de estar colgados de clásicos. I’ll be missing you (1997) samplea generosamente Every breath you take de The Police, mientras Come with me (1998) se apoya por completo en Kashmir de Led Zeppelin.
Apenas su faceta musical despegaba, Combs tuvo problemas legales por porte de armas y altercados, además de estar involucrado en la rivalidad entre las costas este y oeste, cuyo saldo fue el asesinato de Tupac Shakur y Notorious B.I.G..
El modus operandi de Sean “Diddy” Combs nunca hizo mucho por ocultar que en su universo artístico dominan códigos del crimen organizado. En ese escenario las armas integran el vocabulario, el dinero se exhibe literalmente, la extorsión es una herramienta de trabajo, y las mujeres cumplen un rol accesorio. Visten ligeras moviendo las caderas, y son amedrentadas y golpeadas si no responden a toda clase de requerimientos, como lo dejó en evidencia el video donde Combs da una paliza a su ex pareja Cassie Ventura.
“Diddy” encarna a un magnate que nunca salió del barrio en una dinámica de violencia, gatillo y delito. Su caída es un punto de inflexión en el negocio de la música. No es el primero en ser acusado de abusos, pero definitivamente es el pez más gordo. Por ahora.