Durante todo el día 30 de septiembre de 1814, las tropas realistas comandadas por Mariano Osorio descansaron en la Hacienda de la Requínoa, propiedad de Francisco Valdivieso. A las 21.00 horas, se pusieron en marcha rumbo a Rancagua. En la ciudad, se hallaba atrincherado Bernardo O’Higgins, al mando de la Primera División del Ejército patriota, lo acompañaba Juan José Carrera, al mando de la Segunda. Los exploradores de O’Higgins informaron de estos movimientos a su comandante y se apresuraron los preparativos para una batalla que parecía inminente.
Osorio había arribado a Chile el 13 de agosto, en Talcahuano. Hasta ese momento iba avanzando hacia Santiago sin ser molestado. Relevó a Gabino Gaínza del mando y envió un emisario a ultimarle rendición al gobierno chileno, liderado por José Miguel Carrera. Este, un capitán chilote, fue apresado y Carrera contestó que no se reindiría. Entre tanto, el “Príncipe de los caminos” mantenía unas tensas relaciones con O’Higgins, con quien se había enfrentado en la Batalla de Tres Acequias, pero la inminencia del ataque realista, hizo que O’Higgins se pusiera bajo el mando de Carrera y juntos enfrentaran a los españoles.
En Rancagua, el oficial de mayor graduación era Juan José Carrera, pero las tropas reconocieron como líder a O’Higgins, y Carrera prefirió subordinarse a él. Presto, el rubio hijo del exVirrey se dedicó a organizar la defensa de la ciudad. “Había hecho construir, a una cuadra de la plaza, y en cada una de las cuatro calles que dan entrada a ella, una trinchera o bastión de sólidos adobes, de un espesor conveniente y cerca de un metro de altura”, dice Diego Barros Arana en su Historia General de Chile. No eran construcciones muy sólidas, agrega el historiador, pero servirían para contener. Además, hizo colocar banderas negras en las torres de las iglesias cercanas. En su cabeza no pasaba la idea de rendirse.
Y hacia las 10 de la mañana comenzaron los embates de las fuerzas realistas. Ofreciendo una férrea resistencia, los patriotas estaban dispuestos a todo. El combate duró una hora, después de la cual, Osorio ordenó el repliegue para volver a intentarlo. A las 14.00 se reanudaron las acciones, O’Higgins y Juan José Carrera resistían como podían. Después de un par de horas, a las 16.00 los realistas no podían quebrar las defensas y volvieron a retirarse. Emprendieron un tercer ataque al anochecer, tampoco pudiendo doblegar a los patriotas.
En esos momentos, en la oscuridad de la noche de Rancagua, ocurrió algo. Un antecedente que no suele repetirse a menudo, Barros Arana asegura que Osorio pensó en retirarse. “Temía por el resultado definitivo de la jornada, sobre todo si los patriotas eran socorridos el día siguiente, comprendía la responsabilidad enorme que había echado sobre sus hombros al empeñar el combate...En esos momentos de vacilación, llegó al extremo de ordenar la retirada”. Pero, ¿qué pasó? Barros comenta que el hecho de encontrarse a altas horas de la noche hizo a Osorio revisar la medida, pues se exponía a ser perseguido por la caballería realista. Entonces, para aprovechar la noche, mandó hacer grietas en las paredes de los edificios cercanos y a tapar la boca de un canal de surtía de agua a Rancagua.
En la mañana, los realistas encontraron a un par de desertores del ejército patriota. “Contaban las pérdidas que habían sufrido los sitiados, y la escasez de municiones de fusil que estos comenzaban a experimentar”, señala Barros. Eso hizo a Osorio confirmar su decisión de mantenerse en el sitio.
La ayuda que no llegó
Entretanto, los patriotas también se movían. Cerca de las 21.00 horas del 1 de octubre, un emisario -parte del regimiento de Dragones- pidió ver al general José Miguel Carrera portando un mensaje urgente de parte de O’Higgins, desde el sitio de Rancagua pidiéndole de manera desesperada que le mandara refuerzos. El prócer, dado a la escritura, lo recodó en su Diario Militar: “‘Si vienen municiones, y carga la tercera división, todo es hecho’...le repetí muchas veces, dijese a O’Higgins y a Juan José [Carrera], que no quedaba otro arbitrio para salvarse y salvar al Estado que hacer una salida a viva fuerza para unirse a la tercera división, que los sostendría a toda costa. Por escrito le hablé así: ‘Municiones no pueden ir sino en la punta de las bayonetas. Mañana al amanecer habrá sacrificios esta división. Chile para salvarse necesita un momento de resolución’”.
O’Higgins, en el sitio, comprendía de sobra su situación. “Si no llegaban refuerzos de afuera, sería imposible prolongar la resistencia contra un enemigo cuatro veces más numeroso”, señala Barros. Aunque al amanecer, el Dragón llegó con la respuesta de Carrera, y todos entendieron que acudiría en su ayuda. En su relación de la batalla, O’Higgins escribió: “Desde las dos de la mañana, hora en que llegó el Dragón mensajero con el anuncio de que Carrera atacaría al amanecer del día siguiente, renacieron la esperanza y la alegría en todos los ánimos”.
Pero en su diario, Carrera señala que en rigor, su orden nunca fue que O’Higgins permaneciera ahí. “Después del recado dado al Dragón, que era bastante advertido, ¿podía decir más claro que saliesen y que los protegeríamos? El Dragón volvió y cumplió felizmente su arriesgada comisión, poniendo mi papel en manos de O’Higgins y dando mi recado con exactitud. ¿Restaba a los sitiados otra cosa que obedecer a mis órdenes? Toda la noche esperamos la ejecución, pero en vano. La ruina de Chile parece decretada por la Providencia; todo era ceguedad y error”.
Al amanecer del día 2, los realistas reanudaron el ataque, mientras O’Higgins esperaba -como podía- los refuerzos solicitados. Hacia las 11 de la mañana, hubo un relumbrón de esperanza en los patriotas. El vigía ubicado en la torre de la Iglesia de la Merced gritó: “¡Viva la patria!!”, divisando una polvareda que se acercaba. Era la Tercera División Patriota, comandada por Luis Carrera. La batalla se podía ganar.
Sin embargo, la actuación de Luis Carrera dejó mucho que desear. “El ataque de la Tercera División, sobre ser sumamente tardío, no fue de la menor eficacia...se acercaron a la avenida del norte de Rancagua, conocida con el nombre de Cañada y sostuvieron cortos tiroteos con las partidas que los realistas movieron para detenerlos”. Sin embargo, cerca del mediodía, intempestivamente la división de Luis Carrera comenzó el retiro, solo poco rato después de haber llegado, y dejando a los sitiados a su total suerte. “Me persuadí, y todos creyeron, que Ia plaza había capitulado o estaba capitulando”, dijo Luis Carrera en su relación posterior, justificando su decisión.
José Miguel, en su diario, defiende lo obrado por su hermano, y asegura que no tenía más recursos para ir en auxilio de O’Higgins. “Sabían muy bien los sitiados que mi división constaba de bastante caballería y de muy pocos fusileros. ¿Cómo podían presumir que yo atacase la Cañada, cuando todo el ejército enemigo estaba en posesión de ella? Si algún ignorante dice que debí hacerlo, es preciso confiese que la tercera división podía haber batido el ejército de Osorio en campaña por dos razones: la 1ª porque en campaña podía obrar mi caballería con ventaja, y 2ª, porque el enemigo, en el campo, no tendría casas, tapias, ni trincheras en que ponerse a cubierto”.
Ante su situación con miles de muertos, heridos, sedientos por la falta de agua, y con el cañoneo realista incesante, O’Higgins comprendió que tendría que hacer algo por sí mismo para salir de la desesperada situación en la que estaba, y gritó: “¡Los Dragones a caballo!, ¡monte a caballo todo el que pueda!, ¡nos abriremos paso en medio del enemigo!”. Y así lo hicieron. Una horda polvorienta entre hombres exhaustos y caballos arremetió en medio de los alaridos y gritos, pasando por cuanto realista se les cruzara. Así, tras 33 horas, O’Higgins lograba salir con vida. Pero solo eso. La batalla estaba perdida.
A Carrera la noticia le llegó a las pocas horas. “El Teniente don Gaspar Manterola, del batallón de Granaderos, llegó a nosotros anunciando la rendición de la plaza, de la que se habían escapado muchos oficiales y soldados, de los que tenían caballos. Vi en aquel instante como infalible la pérdida de Chile”. Comenzaba el triste desbande, la huida a Mendoza, y el inicio de la llamada Reconquista Española.