La historia más oficial dicta que Claudio Narea partió dos veces de Los Prisioneros. En 1990, atormentado por sus problemas internos con Jorge González y a las puertas del álbum Corazones; y en 2003, cuando la complicidad ensoñada que había supuesto el retorno se quebró con un adiós definitivo.

Pero hubo una ocasión anterior en que el guitarrista también dio un paso al costado y puso en jaque el futuro del proyecto. Incluso antes que fueran Los Prisioneros. A fines de 1982, el conjunto todavía era Los Vinchukas y estaba integrado por Jorge González, Miguel Tapia, Álvaro Beltrán y el propio Narea.

Con el dinero que habían recaudado de sus primeros shows, el debate estaba desatado: o compraban un pedal de bombo o una nueva guitarra. Tanto Jorge como Miguel apostaban por el primer bando, mientras que Narea junto a los hermanos Beltrán –tándem que también integraba el mayor, Rodrigo, una suerte de “representante” de Los Vinchukas- se decantaban por una guitarra.

José Ignacio Molina, Rodrigo Beltrán, Claudio Narea y Víctor Uriarte en la Villa Las Palmas. Foto: Víctor Uriarte.

“Fue ahí cuando el asunto explotó. Tapia lloró de impotencia y junto a González caminaron cabizbajos hacia la Panamericana. Estaban muy molestos y decepcionados. Era el primer gran lío del cuarteto, que terminó por disolverse a causa de la discusión sobre el pedal”, dice el libro Ya viene la fuerza. Los Prisioneros 1980-1986, texto del periodista Alejandro Tapia a estrenarse este fin de semana del 5 y 6 de octubre en la Primavera del Libro –desde noviembre en librerías- y que recoge de manera exhaustiva los inicios del trío sanmiguelino (editorial Clubdefans).

El capítulo en cuestión, de hecho, se llama “El cuarto Prisionero”: la historia de la serie de músicos que ocuparon ese rol en el trío, rasguñando la leyenda, pero que por distintas circunstancias no consiguieron consolidarse en su trayectoria.

Pelusones y algo hippies

Tras la fractura inicial de Los Vinchukas, aparecieron dos que integran ese casillero del “cuarto Prisionero”.

“González y Tapia intentaban dilucidar el futuro inmediato del conjunto sin Claudio, cuando en la Plaza 12 de Octubre se reunieron con dos ex compañeros de curso. Eran Jorge Stuardo y Álvaro Tapia, quienes también tenían inquietudes musicales y habían dejado el Liceo 6 a fines de 1981. Después de una breve charla, Stuardo —que se peinaba al medio estilo onda disco y cantaba— propuso que se juntaran en su casa a tocar”, narra la publicación.

Un par de días más tarde, los cuatro se juntaron a ensayar en el departamento de Stuardo en Carlos Valdovinos con la Panamericana, donde la dueña de casa los recibió con pan tostado y Fanta. Aunque los recién llegados se consideraban más “pelusones” que los futuros ex Prisioneros, tuvieron buena química y engancharon de inmediato a partir de la música. De hecho, cuando días después se reunieron los mismos involucrados en la casa de Jorge González, Álvaro Tapia reparó en el piano del lugar y se lanzó a interpretar un rock and roll.

El entusiasmo sirvió para que la dupla de González y Tapia les mostrara a cambio un incipiente tema que estaban desarrollando: ¿Quién mató a Marylin? Sería uno de los mayores himnos en la trayectoria de los sanmiguelinos.

“Gracias a esos primeros encuentros, el naciente cuarteto fue tomando cuerpo. Estaban en eso cuando Stuardo les propuso participar en un festival de su nuevo colegio, el Liceo 101 (Escuela Consolidada), ubicado en la Población Dávila, por Ochagavía. Como el tiempo apremiaba, ensayaron tres covers: Message in a Bottle, de The Police; See Me, Feel Me, de The Who y un tema country tipo Woodstock. A González y Tapia les cargaban esas canciones”, establece el volumen, dejando en claro la predilección de los posteriores músicos por un repertorio más vinculado hacia el pop y la new wave: nada de voces trasnochadas de otras épocas. Pese a ello, era un espectáculo que les servía para mostrarse y para pulir su funcionamiento.

Eso sí, los organizadores del festival colegial le comunicaron al grupo que no podían presentarse. Inflamados de rabia, se conectaron a un enchufe que había cerca del recinto, a la salida. “Alcanzamos a tocar un tema y medio”, apunta Stuardo en el libro.

“Lo del Liceo 101 fue debut y despedida para ese cuarteto sin denominación. Después de la frustrada presentación perdieron contacto con Álvaro Tapia, quien años más tarde se vio involucrado en un homicidio, mientras que Jorge Stuardo se casó a fines de diciembre de ese mismo año y tuvo a su primera hija en abril de 1983″, describe Ya viene la fuerza.

El vecino distinto

Otro “cuarto Prisionero” fue Miguel Guzmán, vecino de Jorge, y a quien el dúo Tapia/González invitó a tocar a fines de octubre de 1982. “La propuesta lo descolocó: meses antes Los Vinchukas lo habían invitado a un par de ensayos, pero desde entonces no había vuelto a ver a González ni a Tapia. Guzmán vivía en la Novena Avenida, a media cuadra de la casa de los González, y su situación personal y familiar distaba bastante de la realidad de sus amigos Vinchukas. De partida estudiaba segundo año de Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile, era ex alumno del San Ignacio Alonso Ovalle y su familia tenía un buen pasar: a los quince años su padre le había regalado una llamativa guitarra eléctrica Yamaha naranja SG-3C, que compró en 1971 en Arica por cuarenta dólares”, presenta el libro.

Quizás por lo mismo, González y Tapia estaban decididos a seguir con él como parte de la banda que tenían en mente. Guzmán recuerda en el texto que la dupla insistía con presentar sus propias composiciones, mientras él los conminaba a hacer covers de Deep Purple y Led Zeppelin. La música que no les complacía del todo. No daban su brazo a torcer.

Los ensayos comenzaron a fluir en la casa de González, a lo que se sumaba un aspecto extra: Guzmán tenía un amplificador, lo que significaba un gancho para su pareja creativa con Tapia. Como estreno del trío, tocaron en una fiesta de Año Nuevo en el patio de la casa de Jorge, en un repertorio que incluyo ocho temas, la mitad propios y el resto un medley con canciones de los Beatles. Pero, después de ese carrete, la agrupación no prosperó.

“A diferencia de la mayoría de los jóvenes del barrio, para las vacaciones de verano el vecino de Jorge solía irse los dos meses fuera de Santiago, lujo que no podían darse ni González ni Tapia. Fue en febrero de 1983 —dos meses después del egreso del Liceo 6— cuando Claudio retornó a la banda”, establece Ya viene la fuerza.

Libro "Ya viene la fuerza" Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Luego remata: “En marzo, cuando Miguel Guzmán regresó a la capital, se encontró con Jorge en la Novena Avenida y le preguntó que cuándo volverían a tocar. La respuesta fue negativa, ya que Claudio se había reincorporado a la banda. Guzmán aceptó la situación sin mayor problema; mal que mal, estaba pasando a tercer año en la universidad y su sueño, en realidad, era ser gerente. El joven, en todo caso, no abandonó la guitarra: en Ingeniería Comercial encontró un compañero que tenía su misma Yamaha Flying Banana pero en azul, una extraña coincidencia que los entusiasmó para formar una banda, cuyos integrantes más tarde crearían Cinema y Valija Diplomática. Años después, cuando sus compañeros de universidad se enteraron de su historia musical, comenzaron a decirle ‘el cuarto Prisionero’”.

La vida de Álvaro Beltrán

Pero hubo otro nombre asociado a fuego con esa etiqueta de “cuatro Prisionero” y cuya historia –y posterior destino- el libro profundiza en detalle: Álvaro Beltrán, vecino de Narea y parte de Los Vinchukas. Según algunas versiones, era un ciclista destacado en el colegio, y por lo mismo, optó por priorizar el deporte y los estudios. Otras voces dicen que siguió en la música, formando la banda Niebla, de breve alcance.

Eso sí, un ex compañero de colegio, Marco Gaete, relata que alguna vez visitó a Beltrán en Santiago. “Cuando viajé a Santiago nos juntamos y nos pusimos a guitarrear en su casa. Él se convirtió en contador auditor. Tenía de todo para tocar. Eso fue alrededor de 2005 o 2006. Cantamos canciones de nosotros y también de Los Prisioneros”, es la cuña que destaca el texto.

Los Vinchukas en su debut, 14 de agosto de 1982 en el Liceo 6. FOTO: Ya viene la fuerza. Gentileza Claudio Narea.

El hombre Corazones

Otro músico que se probó en la vida inicial de Los Prisioneros fue Robert Rodríguez. Corría 1983 y los ensayos de Jorge, Claudio y Miguel eran cada vez más esporádicos. Los ejercicios con otros músicos tampoco habían dado buenos frutos. Había que indagar otras alternativas y candidatos. Uno de ellos era Robert Rodríguez, compañero de González en Licenciatura en Música en la Universidad de Chile.

“Una vez me llevó a su casa para que intentara tocar con ellos. Probamos un tema, pero era rara la rítmica. No enganché mucho en la onda, estaba medio perdido. Quizás pude haber formado parte de Los Prisioneros en esa época, pero igual eran tres y era otra onda. Jorge me llevó para probar, para parchar una parte o ser el segundo guitarrista. Me pasaron una guitarra eléctrica para hacer eso”.

Robert tuvo que esperar hasta 1990 para integrarse a Los Prisioneros, como parte de la era Corazones.

El tecladista que no fue

Robert Rodríguez, sin embargo, no fue el único que se sometió a una “prueba”. También lo hizo otro compañero de Jorge en Licenciatura en Música de la Universidad de Chile, César Quezada.

Así lo relata en el libro: “Como a mí igual me interesaba mucho la parte musical, cuando conocí a Jorge enganchamos harto para formar algo. De hecho, fuimos a la casa de sus padres, en la Novena Avenida, y ensayamos. Él andaba probando, viendo quién podía servir y quién no. Esa vez participó Robert y otro compañero de nombre Edmundo Valdebenito, que tocaba guitarra, además de Miguel y Claudio. Aunque yo tocaba teclados más que ninguna otra cosa, ese día toqué el bajo, uno hechizo. Como había una duplicación de guitarras nos íbamos alternando. Probamos cosas de los Beatles, temas de otros y nosotros hacíamos los coros”.

En esos encuentros surgió la idea de bautizar a la banda como Los Casacas Negras con Caspa. Como era otoño, Quezada y Valdebenito habían asistido al ensayo con unas casacas oscuras que llamaron la atención de Jorge.

“De repente a alguien se le cayó un poco de caspa en el hombro y por eso el nombre, para tontear. Todo eso quedó ahí, pero la idea del ensayo era juntarse a probar, no era [en plan] hueveo. Estábamos viendo cómo funcionaba y quién se iba con quién”, afirma Quezada. “La sesión terminó bien, pero no nos volvimos a juntar más en ese tenor de explorar”, agrega en el ejemplar.

Tiempo después, en la primera mitad de 1984, el mismo González volvió a contactar a Quezada para que se hiciera cargo de los teclados en un show en el Anfiteatro de San Miguel. El cantante ya tenía la intención de que Los Prisioneros ampliaran sus lenguajes creativos. Ensayaron varios días y ocupó un teclado que le consiguió el mánager del trío, Carlos Fonseca.

“El día de la presentación, que era en el marco de un festival rockero, hicimos la prueba de sonido y hasta ahí todo bien. Pero pasó una cosa que no sé cómo clasificarla: justo antes de subir se descompuso una parte del teclado y por eso no estuve con ellos en el escenario. Entonces qué sacaba con estar ahí si no iba a sonar nada. Jorge quedó muy frustrado porque nos habíamos preparado y no resultó como él quería. Además, fuimos recibidos con pifias. Ahí se acabó mi debut con Los Prisioneros. Yo también quedé muy frustrado, pero lo positivo es que parece que a Jorge le quedó gustando cómo sonaba el teclado en varias de las canciones de La voz de los 80″, apunta Quezada en Ya viene la fuerza.

También dio un paso al costado y su historia, hasta ahora, se mantenían casi anónima. Los Prisioneros, de alguna forma, centraron su núcleo en sus tres miembros históricos. El elenco con el que despacharían la inmortalidad.

*Ya Viene la Fuerza. Los Prisioneros 1980-1986 llegará a librerías en noviembre, pero habrá algunas copias disponibles en exclusiva durante la Primavera del Libro (este 4 al 6 de octubre en el Parque Estadio Nacional) en el stand de editorial Clubdefans.