Columna de Daniela Lagos: Chef’s Table: Noodles: Abriendo el apetito

CHEF'S TABLE

"Son episodios entretenidos y que conectan con la emoción y la admiración por un oficio logrado con maestría y que también consiguen lo que no muchos programas logran por estos días: tener al público sin distraerse de la pantalla, porque cada toma es potencialmente un cuadro perfecto de ese arte que es la cocina".



En 2011 el realizador estadounidense David Gelb lanzó Jiro Dreams of Sushi, un documental sobre Jiro Ono, el dueño y chef de un pequeñísimo restaurante de sushi ubicado en una estación de metro en Tokio y que, para muchos, era el mejor del mundo en su categoría. Era una película íntima y emotiva sobre la historia de un hombre y su oficio, y también una fuente de disfrute y emoción para cualquier amante de la gastronomía, con espectaculares tomas de momentos de maestría en la cocina, de búsqueda de ingredientes, de platos perfectos y de las personas que tienen el placer de disfrutarlos.

El documental fue un éxito y cuatro años después, Gelb, de la mano de Netflix, estrenó la primera temporada de la serie que, siguiendo la receta de la cinta sobre Jiro, se ha ido adentrando en la vida y la cocina de brillantes cocineros por la última década.

Chef’s Table es el nombre de la producción que le da un capítulo a cada chef y que en los últimos años ha decidido sacar temporadas temáticas. La más reciente es Noodles, o Fideos, y al igual que las anteriores es una máquina bien aceitada de entregar historias íntimas al mismo tiempo que abre el apetito y muestra momentos casi circenses de perfección en la cocina, que terminan en platos que a la vez son arte.

Noodles es una temporada de cuatro episodios sobre cuatro maestros de la pasta. El primero presenta a Evan Funke, un estadounidense que encontró su lugar en el mundo cuando viajó a Italia a aprender cómo hacer pasta fresca a mano y sin ninguna máquina en todo el proceso, y que se ha convertido en una institución entre los restaurantes italianos en Estados Unidos. El segundo muestra a Guirong Wei, una cocinera de un pequeño pueblo en la provincia china de Shaanxi que se fue a los 13 años de su casa para conseguir un trabajo y ayudar a su familia y terminó viviendo en Londres, donde descubrió que en esa gran capital no había acceso a comida de su región y decidió hacer algo al respecto. En el tercero el viaje es a Italia donde el chef Peppe Guida logra maravillas con la mal mirada pasta seca (de bolsa, no hecha en el momento), y el último -similar al segundo- se instala en Estados Unidos presentando a Nite Yun, una mujer de ascendencia camboyana que busca presentar su cocina en un mercado dominado por las gastronomías tailandesa y vietnamita.

Con esas cuatro historias Chef’s Table lo logra una vez más, y si bien es un programa que corre pocos riesgos y más bien sigue la fórmula de lo que ya le ha resultado antes, es porque la fórmula le funciona. Son episodios entretenidos y que conectan con la emoción y la admiración por un oficio logrado con maestría y que también consiguen lo que no muchos programas logran por estos días: tener al público sin distraerse de la pantalla, porque cada toma es potencialmente un cuadro perfecto de ese arte que es la cocina.

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