Coldplay - Moon music
La sensación de vacío que deja este décimo título de la banda británica, sinónimo de su vocalista Chris Martin, es sobrecogedora. Si la intención fuera esa -dejar helado y estupefacto al oyente-, hablaríamos de un triunfo creativo y artístico. Pero no es el caso. Moon music resulta pretencioso apenas despuntan los primeros segundos del corte inicial, con sus aspiraciones orquestales y cósmicas, para caer de inmediato en una dinámica donde lo importante -en el siguiente orden- es a) la voz en primer plano b) esbozos de canciones engolosinadas en atmósferas, y la imposición del in crescendo como garantía de liturgia y comunión c) la erradicación definitiva, como si se tratara de un tumor que arriesga la salud, de cualquier atisbo rockero. Más que canciones, lo que se impone en el disco es una seguidilla de fórmulas líricas y musicales reiterativas en el cuarteto inglés, con letras en clave de autoayuda sobre soledad y luego esperanza. Producido por un pool de especialistas tal como ocurre en el pop más masivo, el nombre de Max Martin (Britney Spears, Backstreet Boys) se impone en los créditos.
Si todo continúa acorde a los planes de la banda, restan un par de álbumes para que Coldplay cierre su discografía, y se consagre únicamente a sus giras apoteósicas diseñadas para que el público disfrute un concierto, como un espectáculo de Disney en el hielo.
Lady Gaga - Harlequin
Este álbum, presentado como un complemento a la segunda parte de The Joker, con Lady Gaga en el rol de la psiquiatra Harleen Quinzel, resulta extraño en tanto no se trata de la banda sonora del film, a cargo de la compositora islandesa Hildur Guðnadóttir, sino más bien una especie de ejercicio de la artista. Compenetrada intensamente con el papel de la especialista en salud mental que se enamora de su paciente antisocial y narcisista, Gaga grabó este puñado de canciones como si fuera Quinzel. El material es súper clásico, composiciones eternas que reflejan la cultura estadounidense, en particular la neoyorquina, cuando el país asumió la hegemonía global hace un siglo. Son canciones tipo Broadway archiconocidas como Good morning (1939) de Judy Garland y Mickey Rooney o When the saints, con título abreviado del original When the saints go marching in, popularizado por Louis Armstrong. Lady Gaga ya había demostrado su competencia vintage junto a Tony Bennett, desempolvando un cancionero urbano que se remonta al periodo de las big bands. Acá reitera su pasión y despliegue con aquellas músicas populares que requerían orquestas para reflejar el carácter de las grandes ciudades, pero también se extraña mayor temperamento y explosividad. Demasiado orden y formalidad para una trama de locura y malévola química.
The Cure - Alone
La primera canción en 16 años de The Cure, recurre a una estructura que empezaron a desarrollar en el corte homónimo de Pornography (1982), consistente en cocinar a fuego lento la sección instrumental por capas, hasta la irrupción de la voz en forma tardía. Lo repitieron en Push de A head on the door (1985) y luego en The Kiss de Kiss me, kiss me, kiss me (1987), hasta alcanzar la perfección con Plainsong de Disintegration (1989). Alone, el adelanto de Songs of a lost world, el esperado álbum con fecha de estreno para el próximo 1 de noviembre, se hermana en particular con aquella última pieza. Los sintetizadores y la batería son los andamios centrales, el bajo de Simon Gallup serpentea con la pastosidad característica (aunque menos melódico en esta pasada), mientras arreglos de teclados y guitarra decoran aleatoriamente. “Las esperanzas y los sueños se han ido” canta Robert Smith, con la garganta intacta a los 65 años. “Siempre estuvimos seguros de que seguiríamos siendo los mismos -entona después-, pero todo se detiene”, como si se tratara de una síntesis sobre la historia de The Cure y un eventual cierre, una amenaza eterna desde que eran veinteañeros. Si la canción efectivamente traza la dirección del nuevo disco, los fans se pueden sobar las manos. La dulce melancolía está plenamente garantizada.