Hubo una época en que a Pablo Macaya, a lugar al que iba, le pedían fotos y saludos. A pesar de ser alguien reservado, dice que siempre ha accedido a esas solicitudes sin problemas. Pero también, en algún punto, se pregunta si esos acercamientos son por genuino interés en él o simplemente por su rol en una popular producción televisiva.

Es parte de lo que reflexiona mientras recuerda los años en que protagonizó Soltera otra vez, la comedia que lo consagró como galán de teleseries y que tuvo dos exitosas temporadas en 2012 y 2013, y una tercera –menos convocante– en 2018. Un período que un amigo de él llama con humor la “Macayamanía”.

Baby Bandito. Foto: Pedro Rojas/Netflix ©2024

“Me invitaban para todo, me llamaban para todo. O sea, a miles de cosas”, asegura a Culto. “Lo gocé y lo disfruté, porque estábamos metidos en un proyecto que funcionaba y que era todo un éxito. El canal llevaba mucho esperando un éxito como ese y no lo encontraba, y cuando apareció estaba ahí, en la primera fila. Era como estar en el equipo que hizo el gol”.

Sentado en el patio de una casona de Providencia, un jueves de septiembre, habla con serenidad sobre lo que vino después del fervor. “Eso después baja, pasa, se olvida, y ya fue. Y uno sigue para adelante. Fue una experiencia que no me transformó, pero que me hizo conocer una parte de este oficio que no había experimentado. Y es bueno pasar por todas”.

A los 57 años, el actor está en una etapa diferente de su carrera. Tras completar un par de años sin trabajar (por su mudanza a Nueva York por motivos personales y luego por la pandemia), ha encadenado una seguidilla de proyectos de alcance global. No es una hipérbole: sus últimos cuatro estrenos han sido producciones originales de Netflix, plataforma de streaming que las ha puesto a disposición de su masa de suscriptores en todo el mundo. “Soy del área dramática de Netflix”, bromea.

Luego de dos series (42 días en la oscuridad, Baby Bandito) y una película (Ardiente paciencia), ahora llega con El lugar de la otra, la primera ficción de Maite Alberdi, elegida como la representante de Chile para los Oscar y los Goya.

El lugar de la otra. Foto: Diego Araya Corvalán / Netflix ©2024

Basada en el libro Las homicidas (2019), de Alia Trabucco Zerán, la cinta gira en torno a Mercedes (Elisa Zulueta), la actuaria del juez a cargo del caso de María Carolina Geel (Francisca Lewin), escritora que consternó al país al asesinar a su amante a plena luz del día en un hotel de Santiago en 1955. La protagonista primero reacciona con rechazo, pero luego se siente atraída por el atrevimiento de la autora y se origina en ella el deseo de habitar su casa, en desmedro de la que tiene junto a Efraín (Macaya) y sus dos hijos.

El intérprete ya había trabajado con Fábula, productora a cargo del largometraje. Y si bien no conocía a Alberdi, había visto sus documentales La once (2014) y El agente topo (2020). Ambos factores le despertaron confianza cuando lo contactaron indicándole que había un personaje que podía ser suyo. Un tipo que describe como “bueno, de sentimientos nobles, pero al que no le alcanza. Es un gallo que tenía todo para que le fuera muy bien en la vida, pero en realidad no le fue tan bien. ¿Por qué? Por su mediocridad, por su simpleza, por su falta de ambición. Pero lo que se buscaba era que fuera querible, no detestable”.

-¿Qué atributo define a Maite Alberdi como directora?

Yo diría que la sensibilidad que tiene para comunicarse y conectarse con el actor, y transmitir lo que está buscando, el matiz que le está sobrando a lo que estás haciendo o lo que está faltando. Uno espera que el director o la directora sepa muy bien para dónde va todo. Otra cosa es cómo te transmite eso, qué teclas toca en ti para que uno se enriele rápidamente. La sensibilidad de ella fue notoria para mí. De hecho, pensaba que parecía que hubiera dirigido ficción y trabajado con actores desde hace mucho tiempo, pero era la primera vez. Pero, claro, después yo pensaba en que no ha trabajado con actores, pero ha trabajado con seres humanos, profundamente. A mí me sorprendió. Su set tenía un tono de tranquilidad, de buen humor, de pasarlo bien. Yo lo disfruté de principio a fin.

Fotógrafo: Pablo Wilson. Producción: Agencia La Luz. Maquillaje: Tyare Dreyer. Gentileza de Agencia La Luz

-Gran parte de sus escenas en la película son junto a Elisa Zulueta. Se advierte una complicidad muy natural entre ustedes. ¿Habían compartido antes?

Nos conocíamos desde hace muchos años. Nunca habíamos trabajado juntos, pero tenemos amigos en común, gente en común, el medio es muy chiquitito. Ella estudió en la Católica, yo también estudié en la Católica. Yo soy mucho más viejo, pero habitábamos más o menos el mismo mundo.

“Siempre tuvimos buena onda, simpatía, por lo que cuando llegó el momento de trabajar juntos sentí que era perfecto. No existieron las barreras o temores producto de que uno no conoce al colega. En este proyecto mi personaje es más pequeño, está en un mundo de la película, mientras que ella es la que hace el viaje completo y a través de ella vemos la película. Yo sólo tenía unas cápsulas, por lo que para mí era muy importante engancharme de ella, porque es la que trae la historia completa. Creo que la principal preocupación en un comienzo es encontrar el tono preciso del estilo que anda buscando la directora, porque una escena puede ser interpretada de maneras diferentes. Para eso obviamente es muy importante el director, pero para mí era muy importante conectar con ella”.

-¿Eso implicó conversar mucho o más bien observar?

Observar. Tratar de sintonizarme en su rango, porque ella llevaba varias semanas acá. Yo me bajé del avión y me fui al set. Tuvimos tiempo para ensayar, todo perfecto, pero llegué y me puse el vestuario. Esa es la gracia de que ella en este caso sea una actriz talentosa y creativa. Uno cae parado si tienes una compañera que está a caballo. Yo pensé: de este arbolito me afirmo. Fue muy agradable trabajar con ella.

Ardiente paciencia. Foto: Diego Araya Corvalán/Netflix © 2022

-Ambos están en la que es probablemente la escena más emotiva de la película, cuando Mercedes y Efraín coinciden en el departamento de la escritora. ¿Cuando la leyó en el guión sintió que esa sería una escena clave?

Sí, esta es la escena, aquí está el Emmy. Es la escena clave de esa parte de la historia. Es difícil enfrentar esas escenas. En este oficio siempre hay un margen para encontrar ahí, en el momento, pero hay que ser muy certero. Tienes dos o tres horas para hacer esa escena y después tienes que pasar a otra cosa, por lo que siempre hay una presión por resolver y ser efectivo, y no perder toda una tarde. Son fregadas las escenas más emotivas o dramáticas, o que marcan un punto de quiebre en las historias, porque uno tiende a sobreactuar o ilustrar todo lo que te está pasando. Y no. Hay que tener el foco en lo que tiene que ocurrir. Por ejemplo, en esa escena lo primero es reconocer el lugar, qué está haciendo ella aquí. Es centrarse en la situación y olvidarse de la emoción y de la función que cumple dentro de la historia. Eso es sencillo de decir, pero es difícil encontrar el tono preciso. Creo que esa fue la escena que más me costó hacer y donde la directora más me tuvo que corregir, donde me sacó más cosas y me simplificó más.

-¿Menos intensidad?

Menos expresión, menos preocupación en la emoción, menos preocupación en el enojo. A veces lo dramático puede ser más cotidiano. Yo siempre me he considerado un actor bueno para perderme y que dependo sí o sí de mi director o directora. Hay actores que son talentosísimos que llegan, hacen y es. Yo no me siento uno de esos actores. Necesito que me vayan guiando, que me vayan llevando. Uno es una pieza de un puzle muy grande que después se va a seguir armando una vez que ya esté en mi casa. Para mí es muy importante subirme a la micro en la que van los que llevan el proyecto: los actores y actrices que tienen más historia, el director o directora que viene pensando en esto desde hace años. Yo me cuelgo de eso.

42 Días en la oscuridad. Foto: Diego Araya Corvalán/Netflix ©2022

El actor que no se siente actor

Pablo Macaya se encuentra en Chile a raíz de las grabaciones de un nuevo proyecto para el streaming. Será la quinta vez que participe en una producción con una llegada global, lo que garantiza no sólo exposición, sino que una estructura más cómoda de trabajo.

“Creo que todos los actores y actrices tenemos una relación difícil con nuestro oficio. Entonces, cuando todo el entorno está organizado y diseñado para que el elenco pueda hacer su mejor trabajo, se agradece. Porque no siempre es así. Somos un país pequeño y pobre, por lo que no siempre en todas las producciones está todo lo que se requiere”, apunta.

Además, esa clase de proyectos le exigen una porción de tiempo limitada. No así las teleseries, cuyos cronogramas no se ajustan a su vida actual. “De vez en cuando me llaman, me preguntan y algo avanzamos. Alguna vez me llamaron para un proyecto un poco más corto, pero no coincidían los tiempos por otras obligaciones que tenía. No es que no quiera hacer nunca más teleseries. O que tenga algo como: ya superé las teleseries. No, para nada. Lo pasé muy bien haciendo teleseries, me gusta hacer teleseries. No todas, obviamente. Hay unas mejores que otras, hay unas más entretenidas que otras”.

Volver a las tablas, afirma, tampoco aparece en el horizonte. “Yo tengo un hijo de diez años. Cuando mi mujer quedó embarazada dije: no voy a hacer más teatro, porque quiero estar en la casa con ese niño. Y después tuve otro. Decidí no hacer teatro mientras estuvieran chiquititos”.

Baby Bandito. Foto: Pedro Rojas/Netflix ©2024

-Este cambio en su carrera coincidió con que se han multiplicado los proyectos chilenos para el streaming. Si en la época de Soltera otra vez hubiera tenido la ambición de hacer algo de ese tipo, no habría sido posible.

Tampoco estaba en mi imaginación. No me lo esperaba. Por ejemplo, cuando vi que hacían Prófugos, yo decía: guau, era como un hito, actores chilenos, con otros de afuera, haciendo la tremenda serie. Era como una isla en un desierto.

-Y lo fue durante un tiempo.

Y fue una isla en un desierto. Y ahora, estos últimos años, empezó... Yo no me lo esperaba, porque ya me había ido de Chile, estaba viviendo afuera. Entonces cuando estaba afuera dije: no voy a trabajar más de actor, estoy haciendo otras cosas, me dediqué a otros lados, hice un cambio en mi vida, salí del medio donde me conocen, nunca más voy a trabajar. Y todas estas veces que me han llamado realmente para mí ha sido una sorpresa. No me lo esperaba, porque sentía que ya había bajado la cortina del boliche del actor. O del tipo que se dedica a este oficio. Después vino la pandemia. Estuve como tres años sin hacer nada. Entonces dije: bueno, se fue, se acabó esta cuestión.

-Nunca lo comunicó oficialmente.

No.

42 Días en la oscuridad. Foto: Diego Araya Corvalán/Netflix ©2022

-Pero en su fuero más íntimo lo asumió de ese modo.

Claro. Yo pensaba: bueno, parece que no voy a tener más trabajo, en la pandemia todo se desplomó. Entonces cuando me llamaron para lo primero, 42 Días en la oscuridad, dije: qué gran proyecto, quiero hacerlo. Lo pasé muy bien. Desde antes que eso, cuando estoy metido en algo pienso: esto es lo último que voy a hacer. Me puedo caer, me puedo pegar en la cabeza, me puedo morir, a lo mejor nunca más me llaman. Pueden pasar tantas cosas que uno no tiene idea. Vivir el momento, vivir el aquí y ahora es como muy frase cliché, pero yo de verdad hago un gran esfuerzo por tratar de vivir así.

-Hoy, a propósito de que ha retomado su participación en series y películas, ¿se siente actor en su día a día?

No, para nada. Cuando termino de trabajar, siento que soy una persona cesante que no sirve para nada. Sinceramente. Y después de un tiempo digo: no hago nada, soy bueno para nada. Siempre he estado en la lucha interna de realmente qué tan actor me siento. Entonces, finalmente, más que definirme como actor, me defino como alguien que puede trabajar en este oficio. O que he aprendido y tengo la fortuna de trabajar en este oficio. Cuando dejo de trabajar no es que me sienta como un actor esperando otro proyecto. Soy Pablo Macaya en mi vida cotidiana y no sé qué irá a pasar después.

-¿Está entre sus planes mantener su actual dinámica, de ir y venir dependiendo de los proyectos?

No lo tengo muy claro. Ahora yo diría que el horizonte más claro que tengo es que mis niños hagan la educación básica afuera. Y tienen siete y diez años, o sea, les queda mucho. Por lo menos eso será allá, así que no está en mis planes venir pronto. Mi mujer tiene su vida allá también. Tiene un muy buen trabajo, tiene todo un campo laboral donde se está desarrollando. Podríamos venirnos, siempre hay motivos, pero nos gusta estar allá, queremos estar allá y yo creo que vamos a estar allá un rato más. Esa es la intención, porque realmente no tengo un plan.

Ardiente paciencia. Foto: Diego Araya Corvalán/Netflix © 2022

-¿Cómo observa el escenario al que se enfrentan sus colegas, donde Mega, el único canal de televisión con área dramática, ha empezado a hacer remakes de teleseries exitosas de TVN?

Primero, para los actores y las actrices y todo el mundo que está en torno a este oficio, encuentro que son épocas terribles. Hay muy poco trabajo. Lo que se pagaba antiguamente ya no se paga. Cuando yo era un actor joven y me puse a trabajar en la tele, obviamente me pagaban mucho menos que a los actores protagónicos, pero era un buen sueldo. Tengo la impresión de que hoy se paga mucho menos y a los actores jóvenes, incluso menos. Veo a amigos y colegas bien complicados.

“El escenario hoy día es mucho más precario, mucho más pobre y mucho más escuálido de lo que uno soñó y se imaginó cuando era joven. Mucho peor. Y respecto a las áreas dramáticas, yo encuentro terrible que TVN venda los derechos de sus series y sus teleseries. Entiendo por qué ocurre, hacer plata por donde sea, pero es muy precario que un canal llegue a ese nivel. Y que los otros los compren también me habla de cierta precariedad, en este caso creativa. Quizá si hubieran más áreas dramáticas habría competencia, habría diferentes miradas, y creo que sería mejor”.

-¿Y cómo analiza la conducción del gobierno en el ámbito de la cultura?

La verdad, no sé mucho. He estado muy lejano y desinformado, porque vivo afuera y estoy bien enchufado con lo que pasa allá. Pero sí he leído que han expresado su descontento colegas muy respetados, como Ramón Griffero o Amparo Noguera. No tengo más que creerles, confío en sus visiones. Yo creo que mucha gente de la cultura está viviendo en condiciones de pobreza directamente. Y no es poca. Mucha. No quiero echarle la culpa al gobierno. Es la sociedad completa la que nos ha llevado hasta aquí, donde pareciera que todo tiene precio y nada tiene mucho valor.

-Una última pregunta. ¿Durante su carrera se ha sentido cómodo con las entrevistas?

No.

-Pero lo entiende como parte de su trabajo.

Sí, lo entiendo como parte de mi trabajo. En esta entrevista hemos hablado de lo que hago, del trabajo, del oficio, en fin. Pero cuando trabajaba en la tele me decían: cuéntanos de ti, Pablo. Yo encuentro que eso no tiene ningún interés, que es fome, es aburrido, no le interesa a nadie. Ni a mí me interesa mucho. No entiendo a los actores que tienen Instagram y todas las redes sociales que existen. Este oficio ya es demasiado expuesto para que uno voluntariamente esté exponiendo su vida. Siento que los medios tampoco son un lugar para confesarse, como en esos programas tipo “contaré mi verdad”. Me da urticaria. Encuentro que lo íntimo es lo íntimo y lo público es lo público. Yo quiero que me crean cuando interpreto a un personaje. Mientras menos cosas sepan de mí, mejor.

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