Hacia abril del 2003, la salud de Roberto Bolaño era mala. Derechamente mala. Por esos días, necesitaba un trasplante de hígado que le salvaría la vida y hubiese solucionado sus problemas de salud. En una entrevista concedida en esa fecha al periodista Rodrigo Pinto, daba cuenta -con algo de sorna- de que se tomaba las cosas con cierta resignación.
En la citada conversación le pregunta: ¿Cuál es, exactamente, su estado de salud? Y Bolaño responde: “Bueno, la respuesta más cercana a la realidad sería: aquí estamos. Mi salud mental no está muy afectada, lo que no es poco para los tiempos que corren, y aunque ahora me canso mucho más que antes, en verdad muchísimo más que antes, mi salud física, por llamarla de algún modo, tampoco ha caído en picada. En realidad, cuando uno habla de la salud, sobre todo de la propia salud, debe ir con mucho cuidado, sobre todo si lo que uno intenta es no hacer pornografía”.
Bolaño acababa de cumplir 50 años y ya parecía dispuesto a convivir con la sombra que se le paraba en sus hombros. “Nunca creí que iba a llegar a ser tan viejo. Pero la vida es una caja de sorpresas, como dice, creo, un bolero”, comentó en la misma entrevista, aunque al final, se tomaba su enfermedad con humor. “Me suelo desmayar en las plazas públicas, lo que resulta muy poético y, además, me recuerda un poema de Parra. Eso es magnífico: vivir como un turista en el interior de un poema de Parra. Otra cosa es cuando me desmayo en los trenes. Allí el despertar es distinto, siempre te encuentras rodeado por una multitud que te echa aire, que te recomienda bajarte en la próxima estación, que invariablemente no es tu estación, etcétera. Por lo demás, no me afecta en nada”.
Por entonces, ya trabajaba en una idea que le venía rondando al menos desde 1998. Otra novela río, como le llamaba él a las narrativas extensas. Ya tenía nombre, 2666, y constaba de cinco partes: La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi. Arranca con unos críticos literarios en busca de un escritor cuasi legendario —aunque vivo— llamado Benno von Archimboldi. Cada una de las cinco partes de la novela convergen en un punto común, la ficticia ciudad de Santa Teresa, un guiño a Ciudad Juárez, en México. Donde, entre otras cosas, ocurre una serie de crímenes contra mujeres.
En enero de 2001, concedió una entrevista para Antonio Lozano de la revista Qué leer, de Barcelona, donde ya daba cuenta de la existencia de su próxima gran novela: “2666, es una obra tan bestial, que puede acabar con mi salud, que ya es de por sí delicada. Y eso que al terminar Los detectives salvajes me juré no hacer nunca más una novela río: llegué a tener la tentación de destruirla toda, ya que la veía como un monstruo que me devoraba”.
En la nota a la primera edición del libro, el crítico literario Ignacio Echevarría —y amigo de Bolaño— señaló: “La escritura de 2666 ocupó a Bolaño los últimos años de su vida. Pero la concepción y el diseño de la novela son muy anteriores, y retrospectivamente cabe reconocer sus latidos en este y aquel libro de Bolaño, más en particular entre los que fue publicando a partir de la conclusión de Los detectives salvajes (1998), que no por casualidad concluye en el desierto de Sonora”.
¿De dónde viene el enigmático título de la novela? Echevarría señala que la respuesta hay que buscarla en la misma obra de Bolaño. Como todo en su literatura, siempre se las arreglaba para conectar todo, creando un particular universo. En Amuleto (la novela breve de 1999, spin-off de Los detectives salvajes), su personaje principal, la uruguaya Auxilio Lacouture camina en una noche de 1975 por Ciudad de México junto a Arturo Belano y Ernesto San Epifanio en busca del Rey de los Putos. Ahí, deambulando por la avenida Guerrero, tiene una revelación: “A esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato”.
2666 fue uno de los últimos libros que Bolaño escribió en vida, con el tiempo yendo en reversa, pero a diferencia de lo que suele repetirse, no fue el último libro en que trabajó. La aclaración la hizo la catalana Carmen Pérez de Vega, la última pareja del escritor en el libro El hijo de Míster Playa (2012), de la periodista argentina Mónica Maristain, una semblanza biográfica del escritor nacional. “No es cierto que se pone a escribir 2666 como reaseguro económico para sus hijos y vislumbrando la muerte. Ésa es una novela que la escribe o la escribe. La iba a hacer de cualquier modo”.
Pérez aclara que la única sección que quedó incompleta fue la cuarta, La parte de los crímenes, y que la primera que trabajó fue La parte de Archimboldi. “La última palabra que escribe de esa novela es en febrero del 2003. En el resto del tiempo se dedica a vivir y a hacer otras cosas. El tema de los crímenes, uno tras otro, lo superaba. Era un trabajo muy duro. ‘No puedo más de crímenes’, decía. Él quería guardar la energía para superar el trasplante. En ese tiempo se pone a armar El gaucho insufrible. Escribe dos cuentos nuevos que son El gaucho insufrible y El policía de las ratas. Arma ese libro porque decía que iba a ser su seguro económico para el post-operatorio. Decía: ‘Esto me va a dejar libertad para luego acabar 2666 y corregirla’. Ya no escribía, por otra parte, con tanta intensidad”.
Bolaño falleció en 15 de julio del 2003, en el Hospital Universitario Valle de Hebrón de Barcelona, producto de una insuficiencia hepática. El 30 de junio, un día antes de internarse, habló con Jorge Herralde, su editor en Anagrama, a quien le entregó el manuscrito del volumen de cuentos El gaucho insufrible y hablaron de 2666, como un trabajo en progreso. Tras la muerte del autor, se publicaron los citados relatos breves como su primera obra póstuma.
Pero quedaba todavía 2666. Publicada finalmente en octubre del 2004 por Anagrama (hoy, se encuentra por Alfaguara) el trabajo de edición corrió por cuenta de Jorge Herralde e Ignacio Echevarría. “La idea original de Bolaño fue, naturalmente, publicarla en un volumen, pero en los últimos tiempos, obsesionado como siempre por el bienestar económico de sus amadísimos hijos, decidió que se publicara en cinco volúmenes en varios años -recuerda el mismo Herralde en sus memorias Un día en la vida de un editor (Anagrama, 2019)-. Nos pareció, y creo que con razón, que con esos cinco libros de características tan variadas, y además con ediciones tan separadas en el tiempo, la visión de conjunto de la importancia del libro se vería muy mermada, con graves perjuicios no solo literarios, indiscutiblemente, sino incluso económicos”.
En la citada nota, Echevarría deja en claro qué tan inconclusa quedó 2666. “En el estado en que quedó a la muerte de Bolaño, la novela se aproxima mucho al objetivo que él se trazó. No cabe duda de que Bolaño hubiera seguido trabajando más tiempo en ella; pero sólo unos meses más: él mismo declaraba estar cerca del final, ya sobrepasando ampliamente el plazo que se había fijado para terminarla”.
La parte de los lectores
En términos coloquiales, se podría decir que 2666 “ha envejecido bien”. La mismísima Patti Smith, una lectora acérrima, se ha declarado fanática de Bolaño y ha dicho que su novela favorita del chileno es justamente esta. “Su obra maestra fue 2666, creo que es la primera obra maestra del siglo XXI. Siempre tenemos el miedo de pensar ¿se han escrito ya todas las obras maestras? Se ha escrito Moby Dick, se ha escrito El Quijote, y sentí con gran alivio y alegría que aquí hay una obra maestra, además escrita por un escritor más joven que yo”.
Para el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, Bolaño refrescó el panorama literario latinoamericano con esta novela. “La novela total del Boom la revivió Bolaño con Los detectives salvajes y 2666 -comenta a Culto-. 2666 le agrega un componente global al proyecto, al mostrar las redes amplísimas del capitalismo ‘gore’ manifestadas de manera salvaje en una ciudad mexicana de frontera. Impresiona su capacidad para armar una estructura narrativa tan compleja y abarcadora, en el que hay secciones admirables, como el impacto acumulativo que se logra con el relato de los feminicidios. Hay mucho que aprender ahí para las nuevas generaciones de escritores en Chile y América Latina, aunque me parece que Los detectives y las novelas cortas son las que están siendo más asimiladas y hay un lado todavía inexpugnable de 2666″.
Desde su verja, el poeta y editor Matías Rivas, indica que 2666 tuvo un impacto mundial. “Muchos críticos la consideraron la primera novela del siglo XXI. Creo que es una obra maestra de Bolaño, la más sofisticada. Tiene ecos hasta el día de hoy, estamos recién digiriéndola. Es una novela muy amplia en su variedad de registros, escrita de manera magistral. Es una novela actual, pero histórica, tiene esa mezcla de historia, actualidad, crímenes, literatura, personajes de varias nacionalidades. También es muy impresionante el trabajo que hizo Ignacio Echevarría al convertirla en una novela unitaria”.
“Requiere de lectores con muy buena disposición. En realidad, son 5 libros en uno. 2666 proyecta un grado de novedad impactante en la literatura, y un grado de erudición. En muchos sentidos, es una burla a la academia, al sistema literario, pero también es un libro erudito, lleno de velocidad. Se mezclan temas sudamericanos, europeos, hay una referencias pocas veces vista que se condice con el volumen del libro. Es un libro ambicioso, pero es una ambición lograda. Eso es difícil”.
El escritor Álvaro Bisama, director de la Escuela de Literatura Creativa UDP, se suma: “Es una novela fundamental del siglo XXI. Póstuma, lo cual aumenta el mito en torno a ella. Recorre muchas tradiciones, va de la novela chilena, la novela mexicana, a la novela del Boom. Es una ficción total, es una extraña forma de despedida de la obra de Bolaño, pero a la vez, una manera de abrirla hacia el futuro”.
2666 es tan monumental, que nuestros entrevistados no se pueden quedar solo con una sección del libro. “La parte de los crímenes es la sección que más releo -dice Paz Soldán-. Santa Teresa es la ‘idea del infierno’ de Bolaño, con maquiladoras, basureros y descampados que le sirven para dar cuenta de los excesos y desigualdades del modelo capitalista neoliberal y para la crítica al nuevo orden global. Bolaño sitúa en ese paisaje los feminicidios que asolaban a Ciudad Juárez; su narración nos muestra las violentas estructuras patriarcales sobre las que se apoya la sociedad contemporánea. Capitalismo y violencia no son opuestos sino que son parte de la misma lógica, y el genio de Bolaño fue mostrarnos esa conexión de la manera más explícita posible”.
“A mí me sigue impresionando mucho La parte de los crímenes -dice Matías Rivas-. Por la forma que tiene Bolaño de describir los cuerpos, una forma quirúrgica, forense, post humana. Tiene algo que ver con Cronenberg. También me parece notable la sátira que hace a los congresos literarios que me parece que está lograda. Hay humor y acidez. Es una novela múltiple, que se puede leer por separado o todo junto, pero yo creo que como unidad funciona mejor”.
Con todo, Rivas destaca que a él le interesa más la prosa de Bolaño, el cómo contaba la historia. “Hacia el final de su vida tenía un prosa que había depurado mucho, con mucha velocidad, con un castellano muy depurado. 2666 es bastante más salvaje que Los Detectives Salvajes”.
Para Álvaro Bisama no es fácil elegir una sección del libro: “Es una novela gigantesca, nuestra percepción de ella va cambiando con los años. Hay momentos donde me gusta mucho La parte de los críticos, otros donde me parece increíble La parte de los crímenes. Hay otros momentos de La parte de Fate que me parecen sustanciales, pero yo creo que tiene que ver con que en esa enormidad uno puede ir encontrando muchos modos diversos. Esta clase de libros son un espejo del lector, la lectura va cambiando, va mutando”.
La parte del New York Times
Un hecho que demuestra la vigencia de la novela, es la reciente lista que en julio de este 2024 publicó el New York Times con Los Mejores Libros del Siglo XXI. Entre ellos, incluyeron justamente 2666, una de las 3 novelas chilenas mencionadas. El matutino señaló que es una “febril y vertiginosa novela” que crea “un mundo entero gobernado en partes iguales por el aburrimiento y el horror más profundo”. Y añade: “En la impecable traducción de Natasha Wimmer, la novela de Bolaño es profunda, misteriosa, efervescente y vertiginosa: al leerla, pasas de sentirte como un observador de tornados a sentirte arrastrado por el vórtice, y finalmente sospechas que tú mismo”.
Pero nuestros entrevistados relativizan un poco esta iniciativa. “La lista del NYT muestra las prerrogativas del imperio norteamericano: leerse a sí mismos, tener limitado interés por lo que se escribe más allá de sus fronteras -dice Paz Soldán-. No tiene sentido que 90 de 100 de las mejores novelas sean de...los Estados Unidos. Lo impresionante es que dentro de esas limitaciones 2666 haya entrado a esa lista. Eso habla más del impacto de Bolaño, que se ha vuelto tan imprescindible que ni siquiera una de estas listas tan precarias puede soslayarlo”.
Matías Rivas centra su mirada en las razones de por qué cree que se incluyó en el listado, que según él, se debe a la vigencia del libro: “Creo que la novela está fresca, en el sentido de que contiene un grado de sofisticación y de novedad. Tiene una prosa que se deja consumir con rapidez. Es un libro que proyecta lo que estamos viviendo en muchos sentidos, el mundo enrarecido, violento, sofisticado. Es muy interesante esa mezcla que creó Bolaño”. En tanto, Álvaro Bisama es tajante: “Me importa muy poco lo que diga el NYT respecto a las novelas latinoamericanas del siglo XXI”.
Para el autor de El Brujo, la importancia de 2666 radica en sus páginas: “Espero que se esté leyendo y no estemos haciendo necrofilia de una novela publicada hace 20 años. No nos deberían importar los bordes, la chimuchina o la historia del libro, sino que estos 20 años son la excusa para volver a leer el libro más allá de la mitología que despliegue. Para preguntarse por qué nos importa, eso es lo relevante”.