Tenía 23 años y le quedaban pocas asignaturas para recibirse de médico. Con la idea de concientizar sobre la lepra en América, y con poco dinero en el bolsillo, Ernesto Guevara se subió a su moto —que llamaba La Poderosa II— y emprendió uno de los viajes más importantes de su vida.

Hace unos meses, él y su amigo, el bioquímico Alberto Granado, comenzaron a idear el trayecto cuyo destino era Estados Unidos. Solo con la Norton 500, del año 1939, la pareja de amigos inició la travesía dejando atrás a la familia y, en el caso de Guevara, a su novia María del Carmen Ferreyra, más conocida como Chichina, de quien se despidió en Miramar.

El viaje, que comenzó en 1951, transcurrió sin novedad hasta Bahía Blanca. A esa zona el joven Guevara llegó accidentado, tras golpearse la pierna con un cilindro recalentado de la moto. Durante el viaje, descansaban en comisarías, hospitales o refugios.

El primer gran objetivo era llegar a Chile. Cuando arribaron al Lago Nahuel Huapi, fueron advertidos por un lugareño sobre la ferocidad de la fauna chilena que cruzaba la cordillera. En sus diarios, publicados bajo el título Diarios de motocicleta. Notas de un viaje por América Latina (2004), con el prólogo de su hija, Aleida Guevara, Ernesto narra como un “casero austriaco”, “luchando entre sus deseos de ayudar a colegas en desgracia y su miedo a la patrona”, les dio albergue en un galpón abandonado. “En su media lengua nos contó que por la región había un tigre chileno”, escribe el Che.

El estudiante de medicina escribe las palabras del austriaco: “¡Y los tigres chilenos son bravos! Atacan al hombre sin ningún miedo y tienen una enorme melena rubia”. En el amanecer, Ernesto escuchó rasguños en la puerta y disparó, pensando que era el temido felino. Sin embargo, los gritos del ama de casa y el hombre que los hospedó advirtieron que se trataba del perro de la familia.

Apurados, retomaron el rumbo y al anochecer siguiente ambos llegaron a San Carlos de Bariloche, y se alojaron en la Gendarmería Nacional, a la espera de que saliera la Modesta Victoria, un buque de pasajeros argentino que los acercaría a la aduana.

La llegada a Chile

Tras pasar por Puerto Blest y la laguna Farías, los viajeros llegaron a la aduana chilena. Ahí se encontraron con el lago Esmeralda y Casa Pangue, desde donde “hay un mirador que permite abarcar un lindo panorama del suelo chileno”, según escribió el futuro Che en su diario.

Al conversar con médicos de la zona, estos les advirtieron que la lepra no era una enfermedad presente en el país. Así que se limitaron a dar conferencias. “Les dimos conferencias sobre leprología, bien condimentada, lo que provocó la admiración de los colegas trasandinos, que no cuentan con esta enfermedad entre sus problemas”, narró.

Eso sí, los médicos chilenos les dieron el dato de que en Rapa Nui o Isla de Pascua había un leprosario —hospital de aislamiento para leprosos—que debían visitar. Así que el par se empecinó en llegar a Valparaíso, para tomar un barco que los dejara en la isla.

Alberto Granado y Ernesto Guevara en el Amazonas, durante su viaje por América Latina.

Pasaron por Osorno, donde “pecharon”—según la tradición chilena, significa estar en casa ajena y comer y dormir de forma abusiva—. “La gente sumamente amable, nos acogía con mucha amabilidad en todos lados. Al fin llegamos al puerto de Valdivia, un día domingo. Mientras paseábamos por la ciudad acertamos a pasar por el Correo de Valdivia adonde nos hicieron un reportaje muy amable”, escribió.

Así, el viaje en moto fue agradable para Alberto y Ernesto, quien describía la hospitalidad chilena como “una de las cosas que hace más agradable un paseo por la tierra vecina”.

Expertos en lepra y una riña

Llegaron a Temuco, la que Guevara define como “la tierra de Pablo Neruda, y fueron hospedados por Raúl, un joven estudiante de medicina veterinaria. Después de pasar una noche en un cabaret y apropiarse de la cama de su anfitrión, se encontraron con una fotografía de ellos en el periódico local, El Austral.

El par de amigos había dado una entrevista, en la que exageraron las intenciones de su viaje y sus propias capacidades. “Dos expertos argentinos en leprología recorren Sudamérica en motocicleta”, decía el título de la noticia. Sí eran argentinos, y sí querían ayudar a las personas son lepra, pero no habían tratado a tres mil enfermos ni recibieron formación americana, como dijeron en la entrevista.

Esa mentira les valió la admiración de sus anfitriones y los vecinos cercanos. “Ya no éramos un par de vagos más o menos simpáticos con una moto a la rastra, no; éramos LOS EXPERTOS, y como tales se nos trataba”, escribió el argentino. Tras tomar la famosa “once” chilena, salieron pasadas las cinco de la tarde de Temuco.

Llegaron a Lautaro, donde sufrieron más desperfectos con La Poderosa II. En esta oportunidad, se echó a perder el cuadro y el chasis. Mientras dejaron la moto en el taller, se dispusieron “tirar una cana al aire”. “En compañía de unos ocasionales amigos que nos convidaron a tomar unas copas. El vino chileno es riquísimo y yo tomaba con una velocidad extraordinaria, de modo que al ir al baile del pueblo me sentía capaz de las más grandes hazañas”, escribió.

Una de ellas casi les cuesta la noche. Ernesto sacó a bailar a la esposa de uno de los lugareños, lo que desató el enojo de sus compañeros de fiesta, quienes los persiguieron. Eso motivó a que la mañana siguiente, bien temprano, tomaran rápidamente la moto para seguir en ruta y dejar la localidad.

Santiago y los mineros

Así siguieron el camino al norte. Llegaron a Collipulli y posteriormente a Los Ángeles, donde quedaron apodados como el Che Chico y el Che Grande.

Desde ahí, un camión los llevó hasta Santiago, donde La Poderosa II fue internada en un taller hasta nuevo aviso. “Santiago tiene el aspecto de Córdoba más o menos. Es su ritmo mucho más rápido y la importancia de su tráfico considerablemente mayor, pero las construcciones, el tipo de calle, el clima y hasta la cara de la gente recuerda nuestra ciudad mediterránea”, dijo sobre la capital.

El camino a Valparaíso lo hicieron a dedo. Allá hicieron las gestiones para visitar Isla de Pascua, pero sin éxito: el siguiente barco con ese destino zarparía hasta seis meses.

Sin poder visitar el leprosario, los amigos ubicaron un barco para llegar Antofagasta. Para embarcar como trabajadores en un navío necesitaban un permiso de la gobernación marítima, el que no consiguieron. El par de amigos se coló de forma ilegal al buque San Antonio, donde permanecieron 12 horas escondidos en un baño.

Tras pasar unos días en Antofagasta, se subieron a un camión que los llevaría a Chiquicamata. Ahí Guevara fue testigo de las “condiciones penosas” de los mineros. “Realmente apena que se tomen medidas de represión para personas como éstas (…) La huelga se venía encima”, escribió en su diario.

El viaje por Chile terminaba con esa última imagen. Alberto y Ernesto pasaron por Iquique y Arica, llegando a Perú y dejando atrás el país largo y angosto, donde “pecharon” y tomaron “once”, pero no pudieron tratar la lepra.

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El camino que recorrió el Che Guevara por América Latina está relatado en la película Diarios de motocicleta (2004), una cinta biográfica protagonizada por Gael García Bernal, en el papel del revolucionario, y Rodrigo de la Serna, como Alberto. A su vez, esta producción se basa en el texto Notas de viaje de Ernesto Che Guevara y Con el Che por América Latina, escrito por Alberto Granado.

Otros títulos, como Viaje por Sudamérica, de Txalaparta y Mi hijo el Che, por Editorial Planeta, también abordan esta travesía.

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