I
Fue una tarde perdida en los 90, cuando el periodista Arturo Navarro Ceardi caminaba por las calles de Santiago junto a uno de sus grandes amigos, el escritor Antonio Skármeta Vraničić. Por entonces, el autor de El entusiasmo (1967) aparecía semana a semana en las pantallas de los chilenos con su programa El show de los libros, de TVN. Entonces, pasó algo que Navarro recuerda hasta hoy.
“Desde una construcción, un obrero que estaba en un andamio le gritó: ‘¡¡Bueeena pelado!!’ (ríe). Es que eso era El show de los libros, ¿de qué otra manera le iba a decir a Antonio que le gustaba su programa? Nos morimos de la risa”, rememora Navarro al teléfono con Culto.
La anécdota da cuenta de cuál hondo caló El show de los libros en el público, porque desde entonces -y para siempre- Antonio Skármeta se había convertido en un ícono pop. Su muerte, el pasado martes 15 de octubre a los 83 años, hace que echemos la vista atrás para explorar su legado. Y su paso por la televisión a todo color es un inevitable.
Recapitulemos. Navarro era un viejo amigo de Skármeta desde los tiempos de la Unidad Popular, y siguieron en contacto incluso cuando el escritor partió al exilio en Alemania, poco después del golpe de 1973. Con el retorno a la democracia, en TVN asumió Eduardo Tironi como director de programación, y la cultura fue uno de sus pilares fundamentales. Apostó por iniciativas como Ojo con el arte, conducido por Nemesio Antúnez, o Cine Video, con Augusto Góngora, o El mirador, con Patricio Bañados. Fue un momento crucial e irrepetible para la TV abierta. Pero faltaba un espacio para los libros, y ahí le acercó la idea a Navarro.
“Eduardo se me acercó y me dijo: ‘Tenemos espacio en pantalla y tú tienes buenas ideas respecto de los libros. Queremos un programa literario’. Y lo primero que hice fue ir a ver a Antonio, conversando mucho salió la idea de hablar de libros acompañado de otro concepto. Libros más algo”, recuerda Navarro. “Aún recuerdo claro el momento cuando Antonio dijo ‘esta es la fórmula’”. Así nació El show de los libros, cuyo primer programa se emitió en 1992, y se mantuvo al aire hasta el 2002. En general, se transmitía los martes a las 23.30.
El show de los libros tocaba la literatura siempre desde un ángulo específico, Literatura y vino, Literatura y celos, Literatura y gatos (uno de sus capítulos más notables), Literatura y fútbol, Literatura y bandidos, Literatura y juventud, Literatura y muerte, etcétera. Eso sumado a algunos capítulos especiales, como los dedicados a José Donoso o a Nicanor Parra.
“Por fortuna, la iniciativa de tener el programa fue de TVN, entonces una vez que hicimos el programa piloto el canal se hizo cargo de todo -recuerda Navarro-. Hicimos un contrato, y lo tomó la productora Visión Producciones, de Juan Enrique Forch, quien era el director del programa. Se empezaron a escribir los guiones, y ahí Antonio era uno de los autores. Él aportaba la literatura, porque había leído todo. Así se iba armando”.
Navarro, quien fue uno de los productores ejecutivos del programa, agrega: “Con la televisión, Antonio pasó de ser un muy buen escritor, reconocido con el Premio Casa de las Américas, a tener gran audiencia. A ese público Antonio le llevó la lectura, porque además no era sofisticado, el segundo elemento eran siempre temas muy populares”.
En 2019, entrevistado por este medio, Skármeta recordaba así esos tiempos: “Coincidió que siendo yo un escritor, con un gran interés por los medios de comunicación, me animara a la aventura de proponer un programa de televisión en los términos de un lenguaje audiovisual que penetrara en una esfera que le es negada a los escritores. Además, eran años que TVN se planteaba la televisión que quería hacer luego del retorno a la democracia. TVN se quería diferenciar y poner acento en asuntos que los otros canales, aparentemente, estaban despreocupados. Nosotros logramos tener buena sintonía y el programa se consolidó”.
El exdirector del Centro Cultural Estación Mapocho comenta que en rigor, la idea de ampliar las audiencias para los libros era una idea que a Skármeta ya le venía rondando desde los 70. “Antonio lo había comenzado desde Quimantú, porque en la época de Allende, la empresa tenía una revista que se llamaba La Quinta Rueda, y en esa revista se hacían entrevistas de escritores a personajes populares. Por ejemplo, Skármeta entrevistó a Carlos Caszely. Ese diálogo era muy primario todavía, pero a Antonio siempre tenía la inquietud de conectar la literatura con nuevo público”.
Por su parte, Zenaida Suárez, académica del Instituto de Literatura de la U. de los Andes, señala: “Si hay algo importante en Skármeta es El show de los libros, porque dio visibilidad a los narradores y poetas, a todos les dio tribuna. Fue algo parecido a lo que hacía Cristián Warnken. Incluso, le dio cabida a los de la Tribu No (Cecilia Vicuña, Claudio Bertoni), que eran medios hipipies, ellos no tenían visibilidad entre los demás autores de su misma generación, no los tomaban en serio. Sin embargo, Skármeta siempre dio cabida a las nuevas generaciones, eso para mí es importante porque no se centró en su propia obra, se centraba en los demás, en la sociedad”.
II
En el capítulo de El show de los libros dedicado a la juventud (Temporada 1, episodio 13) apareció un bisoño escritor, Alberto Fuguet. Para ese entonces, ya había publicado sus libros Sobredosis (1990) y Mala onda (1991). En el programa, Fuguet aparecía yendo a la centenaria tienda Donde golpea el monito, en el centro de Santiago, a comprar un gorro de cazador, tal como lo hace Matías Vicuña en Mala onda, o su trasunto, Holden Caulfield, de El Guardián entre el Centeno. Fuguet apareció también en el especial José Donoso (Temporada 3, episodio 9) contando su experiencia en el taller del autor de Coronación. Los televidentes no lo sabían, pero entre Skármeta y Fuguet había un nexo.
Pasó que Fuguet fue parte del Taller literario de Skármeta, en el Instituto Goethe de Santiago, donde trabajó su primera novela. “Me defendió cuando escribía mi novela en ciernes Mala onda, que fue muy criticada por los otros alumnos del taller -contó Fuguet años más tarde-. El me redefendió y se la sugirió al editor argentino Ricardo Sabanes, a cargo de Planeta en Chile, al que le pasó el primer capítulo de la novela. Eso fue el inicio de que yo pudiera empezar a publicar”.
La escritora nacional Alejandra Costamagna también fue parte de ese taller, y lo recuerda con Culto: “Era una persona que escuchaba. Daba pautas, lecturas, llevaba la batuta en las sesiones, pero no imponía un sello ni forzaba puntos comunes. Por el contrario, diría que alentaba la heterogeneidad de voces, registros, miradas, estéticas. Dejaba que cada cual siguiera sus obsesiones y sus chifladuras, mientras él lanzaba una sugerencia o una inquietud como al pasar, visos que pudieran alumbrar esos caminos más o menos escarpados que íbamos recorriendo”.
En lo humano, Arturo Navarro también recuerda a Skármeta: “Era un oso, como era grandote era muy abrazador. Era cariñoso de verdad, un amigo muy acogedor, esa era su principal característica. Siempre estaba dispuesto para los amigos. Le pedí que fuera miembro del Directorio del Centro Cultural Estación Mapocho, obviamente son directorios ad-honorem, y ahí estaba él. Fue de los directores más comprometidos, era aplicado, no fallaba nunca. Era muy grata la convivencia con Antonio. Así como lo veías en la televisión, era en la realidad, muy transparente”.
Pero en general, en el mundo del libro se le recuerda por sobre todo como escritor, en particular con su primera etapa, dedicada a los libros de cuentos. Hablamos de El entusiasmo (1967), Desnudo en el tejado de una casa en Barcelona (1969), o Tiro libre (1973). Ese período es el que rescata Alberto Fuguet: “Antonio Skármeta fue el escritor de la Unidad Popular, me atrevo a decir. En tiempos de la Reforma Agraria, intentó reformar la prosa, el enfoque, el objeto del deseo de lo que se escribía. Creo que no lo logró que lo siguieran. En tiempo de la Revolución en Libertad, Skármeta a diferencia de otros apostó por la Revolución y la Libertad. De ahí sus primeros cuentos y libros”, dice a Culto.
“Es raro que un joven debute con un libro de cuentos llamado El entusiasmo. Y ya para la época de Allende, Skármeta fue, creo, el autor de la Unidad Popular, más por lo Pop. El cerro San Cristóbal es ‘invento’ suyo al legitimarlo en El ciclista del San Cristóbal (éxito callejero de Quimantú). Apostó por lo viajes y sus cuentos ambientados lejos como La cenicienta en San Francisco y A las arenas acerca de dos amigos latino deambulando por Nueva York sacó a Chile de la cosa provinciana y la hizo procesar a Kerouac. Captó algo de la revolución, a nivel de su prosa; fue el primer escritor pop chileno. Desnudo en el tejado es LA metáfora de fines de los 60s y en su prosa hay cine, hay revistas, hay rock, hay deseo, hay sonrisas”.
“Destaco al Skármeta cuentista -apunta Costamagna-. Los cuentos de fines los 60 y comienzos de los 70 hacen suya la visión del mundo propia de una juventud que respira y protagoniza una época tanto de entusiasmo y apertura como de incertidumbre histórica. Skármeta instala la noción del deseo en su temática, en su atmósfera, en su ritmo, en su sintaxis y en su contraste con la apatía ambiental y el temple previo de sus congéneres, que respondían por supuesto a otro contexto. Después de todo, no deja de ser revelador el giro anímico que arrojan los títulos más emblemáticos de los libros de cuentos de una y otra época: si en los 50 fue La difícil juventud, de Claudio Giaconi, ahora será y a todo volumen El entusiasmo. El entusiasmo, acaso, de esa misma dificilísima juventud”.
Fuguet añade: “A mí el Skármeta que más me interesa es el Skármeta chileno, tal como se puede hablar del Raúl Ruiz chileno y el Raúl Ruiz extranjero, me parece que el Skármeta que hay que recordar es el de los primeros libros, los que se escribieron con la energía de la Unidad Popular. No había nadie como él en América Latina: era alguien que no estaba interesado en formar parte del boom, que no estaba tratando de hacer la gran novela argentina, chilena, peruana, sino que escribía sobre personajes jóvenes secundarios. Le interesaban los lazos humanos, apostó más por la primera persona más que en tercera, eso lo hizo ser un personaje distinto. No fue un escritor político tradicional, sobre todo por su frescura, por su humor y por su sensualidad. Incluso la historia y acaso el Golpe son enfrentados siempre de otro ángulo, tangencialmente. Ardiente paciencia es eso: contar lo grande desde abajo, fijarse en el cartero y dejar a Neruda de comparsa”.
“No era un caricaturista, estudiaba a las personas -suma Navarro-. Preguntaba, se documentaba, tenía una sensibilidad muy joven. Sus cuentos iniciales siempre han sido mis libros favoritos de él. A las arenas, Desnudo en el tejado me encantaban. Y tiene otra cosa que me gustaba también: los cuentos del deporte, escribió cuentos del tenis y del básquetbol. Era un tipo que siempre tenía un lado optimista de la vida. Él no tenía físico para ser deportista pero el ciclista, el basquetbolista son personajes positivos que además pueden ser atractivos para nuevos lectores”.
En el 2000, Skármeta se vinculó a la actividad diplomática, pues fue nombrado embajador de Chile en Alemania. Para ese entonces -en realidad, desde mediados de los 80- se había convertido en un escritor de Best Seller, por lo que su público lector cambió. “Sus lectores al principio eran más literarios, luego pasaron a ser los lectores que buscan algo más cercano a la entretención -explica el poeta y editor Matías Rivas-. Se transforma en un escritor Best Seller internacional, saca libros como La boda del poeta, El baile de la Victoria, y eso de alguna manera modifica su literatura”.
En el 2014 recibió el Premio Nacional de Literatura, dejando en el camino a candidatos como Pedro Lemebel. Posteriormente, desapareció de la esfera pública. En 2016 fue operado exitosamente de un cáncer al estómago. “Ahora saco en limpio que la idea de la muerte no me aterra, pues desde la finitud es que uno trata de encontrarle la grandeza a la insignificancia”, dijo a La Tercera en 2017, tras haber bajado 25 kilos producto del proceso.
Ya en 2019, Skármeta publicó su última obra, Los nombres de las cosas que allí había, una recopilación de trece cuentos que escribió cuando tenía 27 años. “A los 27 años, a esa altura, tenía una posición frente a la vida y a la literatura, que yo hermanaba mucho: había que escribir lo vivido, y si no se vivía con bastante intensidad todo, no había que escribir. Ahí es donde viene la certeza, la sabiduría del joven: porque tiene la juventud, lo tiene todo; entonces no recibe ni recetas ni consejos”, así lo recordaba a este medio.
Otra idea que estaba craneando en ese 2019, era la de unas memorias, las que al menos, en vida, nunca publicó. Así lo comentó a La Tercera: “He pensado muchas veces en escribir mis memorias, pero en la alternativa de hacer algo de creación, en el sentido, de creación ficticia. Cuando lo intento finalmente termino optando por contar una historia que concluye en un cuento o una novela. Al tratar de escribir una autobiografía, no sé cómo evitar la ficción, verme a mí mismo como un personaje de ficción. Creo que me estoy ahorrando esa mirada un tanto despiadada que requiere la autobiografía. A lo mejor me faltan algunos años más para incurrir en ese vicio mayor”.