La repentina muerte del exmiembro de One Direction, Liam Payne, el pasado miércoles 16 de octubre, estremeció el mundo de la música. El cantante, que cayó del tercer piso de un hotel en Buenos Aires, fue –junto a sus otros cuatro excompañeros– una de las estrellas pop más grandes de la industria musical de las últimas décadas y el ídolo adolescente de millones de niñas alrededor del planeta.
Sin embargo, como ha salido a la luz, sus últimos días –y años– fueron mucho más complejos y oscuros. Atormentado por opiniones externas difundidas por la web y por abuso de sustancias, su muerte pone de manifiesto un problema que se repite constantemente entre las jóvenes estrellas y que sirve como una campanada de alerta para la industria musical.
Zayn Malik, Harry Styles, Louis Tomlinson, Niall Horan y Liam Payne fueron, durante seis años, One Direction, el proyecto personal del directivo británico de Sony Music, Simon Cowell, el hombre que en 2010 los unió en The X Factor, bajo la ambición de convertirlos en los próximos Backstreet Boys. El mismo profesional que, años después, cuando se le preguntó cuál era su máximo arrepentimiento en torno a la banda, no mencionó los problemas de ansiedad de sus integrantes o el alcoholismo en el que cayó Payne por la presión de la fama; el ejecutivo se arrepentía por no haberse apropiado del nombre del grupo, lo que, según dijo, hoy le habría permitido montar proyectos alternativos, como “una animación o lo que sea”.
One Direction, al igual que las boy bands y girl bands que se han formado en el pasado, fue un proyecto comercial que monetizó la belleza y el talento de estos cinco adolescentes hasta no más dar. Lo confirman las palabras de Cowell y los miles de ejemplos que han existido a lo largo de la historia. Desde los Backstreet Boys hasta NSYNC y Westlife o The Jackson 5, pocos han salido sin secuelas de la presión que significa estar en el ojo del mercado musical.
Con giras extremadamente largas, un suceso efervescente y abreviado, conciertos en noches consecutivas y una vida personal constantemente invadida, los miembros de estas bandas son llevados al límite. Así lo han relatado una serie de músicos. Uno de ellos fue Joe Jonas, exmiembro de los Jonas Brothers, que expresó: “No queríamos decepcionar a nadie (nuestros padres, nuestros fans, nuestros empleadores), así que nos presionamos muchísimo, el tipo de presión a la que ningún adolescente debería estar sometido”.
Sacrificios similares han tenido que hacer otros artistas como Brian Littrell, exmiembro de los Backstreet Boys, quien aseguró para Rolling Stone que en 1998 necesitaba una cirugía de corazón abierto que retrasó “dos veces debido a las giras”, agregando que “era como si a nadie realmente le importara o sintiera que era importante, porque la carrera estaba avanzando”.
La misma presión la sintió Zayn Malik, en One Direction, durante sus largos tours –una de las razones por las que decidió abandonar la agrupación en 2015–. “La carga de trabajo y el ritmo de vida en la carretera, junto con las presiones y tensiones de todo lo que sucedía dentro de la banda, habían afectado gravemente mis hábitos alimenticios. No sentía que tuviera control sobre nada más en mi vida, excepto la comida. Era algo que podía controlar”, admitió en una ocasión.
Así, no resulta sorprendente que el recientemente fallecido Liam Payne haya pasado sus últimos años batallando con una serie de problemas de salud mental y adicción, algo que, según admitió en el pasado, comenzó a temprana edad.
“En la banda… la mejor manera de asegurarnos, debido a lo grandes que habíamos llegado a ser, era simplemente encerrarnos en nuestras habitaciones. ¿Qué hay en la habitación? Un minibar”, contó en una ocasión para Diary of a CEO, admitiendo que durante el peak de One Direction, luchó con “pastillas y alcohol” y tuvo “momentos de ideas suicidas”.
Tampoco ayudó que después de la separación de la banda, Payne, al igual que el resto de sus compañeros, se vio obligado a construir su carrera solista, siendo constantemente comparado con el resto de sus camaradas. Además, los miembros de One Direction –a diferencia de por ejemplo New Kids on the Block– enfrentaron otro mundo: el de las redes sociales y los fandom que todo lo exigen y juzgan.
Así lo grafica Anna Marks en una columna para The New York Times: “Cualquiera que haya estado prestando atención a la carrera de Payne después de que One Direction se desmoronara, habrá notado que los observadores de la cultura pop se burlaron implacablemente de él por sus comienzos en falso en su carrera de solista, sus comentarios sobre la banda, su lucha contra el abuso de sustancias, su cuerpo y el grado en el que apoyaba a sus antiguos compañeros de banda”.
Las fotos de la habitación del Hotel Casa Sur en Palermo –donde se hospedaba el cantante al momento de su muerte– confirman el grado de adicción por el que estaba pasando y la profundidad con la que su historia de fama le llegó a afectar.
“Esta industria ha tratado el talento como una mercancía y el incumplimiento del deber de diligencia ha provocado una vez más pérdidas desgarradoras”, expresó Katie Wysel, exconcursante de The X Factor y amiga de Payne a través de redes sociales. “Su trágica muerte no solo deja un vacío irreparable en los corazones de quienes lo amaban, sino que sirve como un doloroso recordatorio de la negligencia sistémica que perpetúa la industria”.
Robbie Williams, emergido de una boy band como Take That y quizás el más claro ejemplo de éxito y resistencia tras el vértigo del éxito adolescente, ha dicho estos días que la vida de Payne le recordaba a la suya: “Las adversidades y el sufrimiento de Liam fue muy similar al mío”.