El legendario músico alemán Uwe Schmidt admite que no se sintió conforme con los resultados. “En ese entonces, no me convenció del todo el proyecto”, refuerza al describir los orígenes de Algorithmic meditations, el trabajo con una doble vida de disco y libro que acaba de estrenarse bajo la firma Grieta Label y como parte de la colección Orígenes.
En ese inicio pedregoso, el artista que reside en Chile desde 1997 fue contactado durante los días claustrofóbicos de la pandemia del Covid-19 por el productor chileno Sebastián Herrera. El plan era grabar una serie de conversaciones entre ambos que abordaran distintos ángulos de su música y su proceso creativo. Había también un aliciente implícito en aquello: Schmidt es un gran conversador.
Dos años después, Herrera transcribió los diálogos, los ordenó, los editó, ensambló una narrativa en torno a ellos y se lo mostró al músico con la idea de lanzar algo así como un libro: ahí fue cuando el también DJ frunció el ceño y no dio su visto bueno inmediato.
“No me gustaron varias cosas de las conclusiones a las que llegamos, no me convencía tanto el formato de la transcripción de algo hablado. Siento que hay contenido que hace mucho más sentido hablado que escrito. Lo escrito suena mucho más analítico, más normativo. Leer lo que yo pensaba no me gustó y me gatilló otra sensación, sobre todo hablando de procesos creativos. Me sonaba como algo medio didáctico, como yo dando instrucciones, cuando estos procesos yo los veo mucho más subjetivos. Parecía yo dando reglas”, define el hombre de los múltiples seudónimos, hoy rebautizado como Atom TM.
Por ello, reordenaron piezas, ajustaron formatos y pusieron acento en algunas reflexiones. Además, se les ocurrió una idea clave para darle un giro mayor a la aventura: sumar música a las palabras. Que fuera algo así como un libro para escuchar o un disco para leer. De esa forma, Atom TM cedió tres álbumes que había grabado hace un tiempo, titulados precisamente Algorithmic meditations, para que acompañaran los textos.
Se trata de una exploración de tres horas de sonidos en donde bucles, fragmentos, loops y extractos sonoros se entrelazan y mutan en una obra voraz, inclasificable y carente de una estructura lineal. Son audios muchas veces montados al azar que se van sobreponiendo.
Aunque Schmidt lo define así: “La música de estos tres discos es algo críptica y abstracta, al parecer les hizo sentido para acompañar los escritos. Estos tres álbumes eran una especie de prueba de mí, nacieron de un autoengaño bastante técnico, donde empecé a grabar horas y horas de este tipo de audio sin realmente saber por qué o para qué. Los dejé harto rato sin publicar. A los meses los volví a escuchar y logré tener una abstracción aún mayor, los vi como algo misterioso, vacíos de significado, de mensaje. Y eso me gustó. A mí no me interesa darles un meta texto ni explicaciones a las cosas”.
La obra que se lee y se escucha ya se puede adquirir en librerías, disquerías y aquí, y funciona también como compendio de uno de los creadores más inquietos y desafiantes de la escena electrónica global en las últimas décadas, iniciado en la escena techno germana de los 80 para luego diversificarse en los lenguajes más disímiles, con una discografía que declara casi 1.800 tracks y una serie de personalidades escénicas tan aplaudidas como Señor Coconut, quizás la más célebre, cuando en los 90 hermanó lo latino y lo electrónico en un maridaje que parecía improbable.
¿Música electrónica?
En el libro, se pueden leer pasajes en primera persona como estos: “Siento un profundo aburrimiento en esa relación que muchos hacen entre la música electrónica y la tecnología, como si todo se redujera exclusivamente a las posibilidades que brindan las máquinas. Es válido, sí, pero es como si quisiéramos entender la música de Jimi Hendrix preguntándonos qué amplificador usó en determinado momento. No puedes reducir a Jimi Hendrix a un amplificador”.
O también hay miradas como estas: “La electrónica tomó tantas formas que, mientras todo el mundo habla de ella, el sentido de pertenencia del concepto me es cada vez más distante y ajeno, no tiene nada de lo que se suponía que es o era. Lo que significa hoy ser un ‘DJ house’ no tiene nada que ver con lo que pienso sobre la música, ni con lo que hago”.
Ahora, en este diálogo con Culto, Atom TM dice esto: “La música que he hecho para este proyecto es novedosa, son estructuras que cambian permanentemente, no tienen repetición. Me gusta todo lo que evoluciona, esa música que empieza y no sabes dónde va. Uno tiene que entregarse a la sensación de que progresa y progresa. Yo sé que no es música para cualquier oyente, necesitas un tiempo, no puedes escucharla dos minutos. Tienes que entregarle un tiempo completo”.
“Sé que hoy nadie tiene 50 minutos para escuchar algo, por tanto es música que filtra público. Hay gente que simplemente no puede enganchar con algo así en general. De alguna forma, mi música siempre ha sido así. En la creación siempre ha sido importante ese conocimiento, sabiendo que voy a filtrar público, hay cierta audiencia que no va a entrar en mi música. Eso es interesante de mi catálogo”.
-¿Siempre tuviste claro eso en tu carrera?
Sí, desde el principio, desde los primeros años, cuando empecé a hacer música. Lo supe desde la experiencia. Por lo demás, hay poca música que no me gusta. Hay música que me parece fome, pero hay poca música que digo ‘esto no puedo escuchar’. Siempre tengo curiosidad de algunos sonidos, incluso música fea, tengo la capacidad de escucharla. Yo sé que el público, en general, no.
“De eso me di cuenta a los 22 años, de la rigidez del público. Me llamó la atención. Algún público es muy poco flexible, es más bien duro en sus gustos. Pero para una persona creativa eso no puede ser así. Para mí siempre ha sido un motor entender las cosas que no entiendo. Siempre me ha resultado muy importante descubrir algo que no conocía o que no me gustaba. Me da curiosidad entender lo que no me gusta; descubrirlo, descifrarlo. Me di cuenta de eso en las reacciones de la gente”.
-¿Cómo conjuga eso con su propia creación musical? Cuando usted ha logrado cierto reconocimiento con alguna propuesta, como fue Señor Coconut, ¿le gusta seguirle dando lo mismo al público, música “conocida” que quizás la audiencia no tenga que “descubrir o descifrar”?
Con Señor Coconut, el techno que yo había hecho se hizo muy popular y el público mío quería ese tipo de música. Hacer un cambio para mucha gente era casi un insulto. Pero yo no quería insultar a nadie al dejar atrás a Señor Coconut. Yo quería una provocación al hacer un switch de esa magnitud. Cerrar la puerta a cierto tipo de público y a cierta gente que te sigue. Como aspecto de marketing eso no es muy inteligente, pero soy muy curioso en general.
“Obviamente mucho artista entra en ese juego de ‘hice algo y el mundo me da un feedback, el sello, la prensa, todos me convierten en éxito, y tengo que repetirlo porque esto es lo que el mundo quiere de mí’. Pero yo me negué desde un principio a ese juego. No me gusta la música nueva de un mismo artista, como creador no quiero entrar en esa dependencia. Desde un principio consideré este método de exploración como un modo de liberación. Obviamente, no es algo muy sabio si quieres hacer una carrera o hacerte famoso, uno se confunde, es difícil de marketear o vender, es un cacho para todos. Pero eso también me ha salvado en los últimos 35 años de casarme con un género o con algo de ese tipo”.
“De hecho, me considero no contemporáneo. No me gusta conectarme con lo contemporáneo. Decir ‘esto es de ahora’, eso no me gusta, lo encuentro peligroso”.
-¿No le gusta la música que se hace hoy?
Mira, un murciélago usa los objetos que hay a su alrededor para servirse del rebote que envía su eco. Los objetos en los que rebota su eco son el eje que tiene para ubicarse. Y yo escucho lo contemporáneo para entender dónde estoy yo en el mundo, donde me ubico, pero casi nunca para orientarme o inspirarme. Muy pocas cosas me generan eso. No digo que todo lo nuevo es fome. Me encantaría escuchar algo que me encante. Por ahora, sólo lo entiendo. Pero hay mucha repetición. Comprendo los códigos, pero para mí es sólo un objeto donde reboto y quiero ubicarme.
-¿Hay alguna expresión musical que le guste?
El gamelán, la música folclórica de Bali, de Indonesia. Básicamente me inspiran las cosas que no entiendo. Cuando sé cómo se hizo, cuando sé de dónde viene o cómo se refiere, simplemente no me llama la atención. El gamelán es otra cultura, otro tiempo, no es contemporáneo, es casi eterno, sigue evolucionando. Está en una zona que es el híper futuro o el pasado, no sé dónde ubicarlo, es tan rara esa música, es un lenguaje de otro planeta. Eso me inspira mucho. Cuando pasa algo así, me pasa con cosas muy antiguas y de otras culturas, que tienen efecto que podía ser de otro planeta.
“La música occidental por definición tiene que tener esa cohesión con el ahora, con esos códigos del presente, sólo así puede ser popular y exitosa. Pero eso me parece muy antiguo. La música centrada en el presente me parece muy predecible. Hay una inercia en esos fenómenos, las culturas o sociedades tan conectadas con occidente se saturan de sí mismas. Aunque no sé si Chile es occidente. Lo he pensado mucho en los últimos años”.
“El chileno se considera parte de occidente por la influencia mediática de Estados Unidos, pero la verdad es que si vas hoy a Europa, hay un momento de crisis múltiples en donde Sudamérica no comparte esos mismos valores. Sudamérica no está enredado en la misma crisis de Europa o Estados Unidos. Funciona un poco afuera de todo aquello. Se aísla de estos llamados ‘valores’ de otros lados. También Sudamérica en su historia ha sido víctima de esos mismos valores a los que quiere pertenecer, sobre todo al ver lo que hicieron los españoles. Esta región ha sido vulnerada por esos valores, más que integrarlos. Por eso, el hemisferio sur o África están fuera de esta zona occidental. Prefiero esa distinción”.
“En Chile sigue habiendo un componente colonial muy fuerte. Este componente capitalista de estudiar y ascender ha generado muchas veces un desastre de sociedad, el American Dream funciona para algunos y no para todos. Es una especie de decadencia que en Chile, o en Europa, se niega a mirar. Nadie quiere mencionarlo, pero es una crisis muy profunda y valórica. Cuando se busca trabajadores en una empresa, por ejemplo, hay una suerte de depresión. La gente dice: ‘voy a hacer lo mínimo, si total igual me van a echar’. Es triste una sociedad así, es triste para el humano mismo, es como estar en un perpetuo sin futuro”.
-¿Y cómo ve el estado actual de la música electrónica?
Dejé de usar en un momento el término música electrónica entre 2001 y 2010, que fue mi fase Coconut, porque había decidido que el término no tenía sentido, toda la música era electrónica. Se disolvió lo que se entiende por electrónica. ¿Qué es la electrónica, entonces? Todo lo era, el trap o el reggaetón. Hablar de electrónica fue muy redundante por harto tiempo. Debería seguir manteniéndome fiel a esa idea.
“Cuando voy en un avión me pregunta otro pasajero ‘¿qué hace usted?’ y yo le respondo: música electrónica. ‘Ah, entiendo’, me dice. Y no, no lo entiendes. Hoy todo el mundo tiene un estereotipo de la música electrónica tipo Lollapalooza o Tomorrowland, lo que suena en el gym, y eso no es lo que estoy haciendo. Pero, como término, se ha soltado el objeto de lo que era, se ha convertido en un hashtag, por eso realmente no sirve hablar de música electrónica. Es inútil. Aunque, al mismo tiempo, existen esa serie de subgéneros vinculados a lo que significaba hace 20 años hacer electrónica. Tienen ese aire de lo que en algún momento fue. La electrónica hoy tiene algo medio retro”.
“Hoy la electrónica trata de vincularse a algo que ya no existe. La música electrónica murió hace harto tiempo, está como un zombie… no quiere morir”.
-¿Por qué murió?
El núcleo de la electrónica era el progreso. Era el único género de la historia que tenía el progreso tecnológico como descripción de sí mismo. Pero en algún momento se quedó. Y el mismo progreso tecnológico sobrepasó el fenómeno del género. El progreso dejó de ser, digamos, progresivo y la electrónica se solidificó en la historia , dejó de progresar. Luego de que fuera imposible que se copiara a sí misma, se quedó pegada y por su propia inercia fue imposible que avanzara más allá de los fenómenos que había generado. El techno, el house, el trap y el hip hop, todas las expresiones que conocemos de la electrónica, son fenómenos congelados. Se convirtieron en fenómenos históricos antes que en sonidos en plena progresión. Hoy no tienen ninguna posibilidad de salirse de sí mismos y progresar. Ya no existe en ellos el impulso de ser original.
“Cuando a Karl Stockhausen le preguntaron alguna vez por la electrónica, dijo que era música que pretende ser original, que no simula algo existente; se refería a que no quería asentarse en un piano, en un cello o algo así, quería ser original, iniciar un proceso que no ha existido antes. Pero, tras el éxito comercial, la electrónica comenzó a emularse a sí misma, empezó a replicar su esencia, hoy es un meta loop, dejó de ser lo que era, salió de su premisa esencial”.
“El rock o el jazz nunca han tenido la premisa de ser originales, está completamente ok congelarse, no hay complicaciones con eso. La música electrónica no ha sido así. Pero ahora pienso en la muerte de la música electrónica. Hoy para mí es lo retro. No quiero pensar en esos parámetros, prefiero pensar en otros, como la Inteligencia Artificial”.
-¿Qué cree de la Inteligencia Artificial aplicada a la música?
Creo que hemos llegado como cultura al límite de la imaginación. Y eso también corre para la música electrónica. Nos cuesta proyectar y ser imaginativos, en todos los aspectos; eso también se ve en lo político, en lo valórico, estamos siempre en izquierda/derecha o tiranía/democracia. Estamos desesperados por no poder avanzar, capturados en un horizonte de imaginación. Lo que podemos como humanos es salir adelante y hacer algo que no ha existido, porque está todo hecho de alguna manera. Cuando veo la Inteligencia Artificial, me genera cosas, jugar con el chat GPT hace que suceda algo muy interesante. Es algo nuevo. Obviamente son sistemas entrenados con cosas existentes, pero si empujas estos sistemas a generar información más compleja, es atractivo.
“Por ejemplo, si le dices, escribe un texto de Shakespeare pero con el ímpetu de Burroughs, crea un artefacto que no entendemos, que es imposible de imaginar, pero es lo más creativo que hemos imaginado en los últimos años. Es texto y máquina. Hay sistemas que tienen que actuar donde hay un vacío”.
“Para mí ha sido súper interesante crear con estos lenguajes, me ha sorprendido mucho, provienen de un lugar más allá de la imaginación. Lo que nos muestra la Inteligencia Artificial es que nuestra existencia es genérica. Cuando yo me atrapo teniendo un pensamiento genérico, me espanto. Debemos ser más autoexigentes con nosotros mismos. Se está acercando todo a un nivel muy básico. Los creativos están muy preocupados por la IA. Más me preocuparía por la falta de creatividad propia”.