Columna de Marcelo Contreras: El regreso de Oasis: qué tanto

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Columna de Marcelo Contreras: El regreso de Oasis: qué tanto

¿Cuál es el legado musical de Oasis? Ninguno, en la medida que su material es un pastiche suscrito al tributo.



El nudo dramático en torno al regreso de Oasis, con fecha confirmada en Chile para el 19 de noviembre de 2025 en el Estadio Nacional, radica en si los Gallagher serán capaces de concretar la gira sin pelear a muerte. Antes que expectativas artísticas, el foco es el morbo respecto de la relación de los hermanos. Poco y nada se habla de la música de la banda de Manchester, subordinada frente a la telenovela tejida por su historia, donde los personajes y sus desavenencias pesan mediáticamente más que las canciones.

En ese sentido, el retorno se ajusta a la narrativa de Oasis, donde la prensa británica jugó un rol fundamental en convertir a la carta musical menos interesante del britpop -los últimos de la clase en talento, creatividad y riesgo-, en los líderes de la pandilla mediante elementos extramusicales como sus contínuos desencuentros, el orgullo obrero y provinciano en rivalidad con la capital encarnada en Blur, los comentarios sin filtro, y el carrete hooligan. Fueron esos rasgos y la tecla creativa en torno a la canción de estadios la vía rápida hacia la popularidad, no el ingenio de sus composiciones.

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Oasis vuelve a Chile en 2025: qué esperar del regreso de los Gallagher

Sinceremos. Los mejores discos de Oasis -Definitely maybe (1994) y What ‘s the story (morning glory) (1995)-, reciclan un puñado de riffs del glam de los 70, recubiertos con timbre lennoniano en la voz nasal de Liam, y sería.

No son los primeros en tomar prestado -la música es genealogía y herencia-; pero frente a la coctelería diversa de la portentosa bitácora del rock británico, Oasis prefería ir por la cerveza -a la segura con el pueblo-, mientras sus pares de Suede, Blur, Pulp y The Verve practicaban combinaciones más audaces para ampliar el paladar, y el embriagamiento provocado por el britpop.

En vivo no eran precisamente una aplanadora. Tocaban como si se tratara de una sala de ensayos, todos en sus puestos, acordonados en sus limitadas destrezas. ¿Cuál es el legado musical de Oasis? Ninguno, en la medida que su material es un pastiche suscrito al tributo.

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El negocio de la música en vivo no comete pecado alguno permitiendo que el relato de esta segunda venida asuma contornos divinos; las productoras están en su derecho explotando esa veta para vender más entradas. Se proyecta así la idea de un momento histórico tensando la cuerda del fomo -del inglés “fear of missing out” o “miedo a perderse algo”-, que invade la vida contemporánea en el contexto de las redes sociales.

Concurrirán los verdaderos fans genuinamente emocionados, y también un montón de gente chamullando los estribillos de los clásicos mientras se hacen selfies, como sucedió hace algunas semanas con Paul McCartney. La configuración del público de conciertos ha cambiado con ese segmento introducido en la última década. Gente que paga por estar ahí, sin que importen mucho las canciones y la pasión por la obra del artista.

Los regresos son parte de la industria musical desde que Elvis Presley hizo su triunfal retorno en 1968. The Who lo puso en práctica por primera vez en 1989; luego en los 90 los Eagles hicieron lo propio y lo mismo la alineación original de Kiss, con integrantes que habían descartado de plano los reencuentros. Volvieron The Police y Soda Stereo, y en Chile se juntaron Los Prisioneros y Los Tres. Cada reunión demostró la rentabilidad implícita, y que hasta el odio más parido tiene su precio para ser soslayado en un escenario.

La sugerencia de un hecho histórico y único ante el regreso de Oasis, tiene la misma verosimilitud de Donald Trump proclamando que una victoria como la suya “no se había visto jamás”. Como dijo George Harrison en el clásico episodio de Los Borbotones en Los Simpson: “Eso ya se ha visto”.