Mientras una joven intentaba convencer infructuosamente a los guardias del acceso que esa cajita repleta de cannabis y papelillos obedecía a razones médicas, la londinense Lianne La Havas (35) inició su show acompañada solo de su guitarra, en la primera jornada de una nueva edición de Fauna Primavera, en el Parque Ciudad Empresarial de Huechuraba. La voz fenomenal y los delicados acordes de la británica se tomaron el Vans Stage durante una hora, donde además de la música entre folk y soul de suave cadencia, contó que ya había estado en Chile.

Inmediatamente siguió el debut solista de Jerry Cantrell (58) con el sólido y reciente I want blood, su cuarto título independiente de la carrera al mando de Alice in Chains, la banda que lo convirtió en uno de los reyes del riff de los 90, y creador de un estilo de metal lúgubre ad hoc para el retrato de tormentos personales. El guitarrista y cantante de Tacoma se presentó junto a una sólida banda donde Zach Throne (Corey Taylor, Ace Frehley) cumple airosamente la difícil misión de replicar las armonías de Layne Staley, además del rol de guitarrista. La alineación la completan el bajista Eliot Lorango, el reconocido batero Roy Mayorga (Stone Sour, Soulfly, Ministry), y la tecladista y guitarrista Lola Colette.

Tras el arranque con la oscura Psychotic break de Degradation trip (2002), el público mayoritariamente Gen X y millenial se sacudió con Them bones, el mazazo que abre el imprescindible Dirt (1992), con ese riff que parece ir en reversa. Siguió la densa Atone de Brighten (2021) para empalmar con la excelente Vilified, la canción que abre de una patada I want blood.

El sonido era perfecto, la banda un guante y Cantrell se mostraba genuinamente contento en su rol de dios del metal sin grandes aspavientos, la personificación del aplomo y el carácter rockero. Habló de lo agradable de haberse encontrado en backstage con The Smashing Pumpkins, el plato fuerte, y mencionó a su amigo Layne Staley para introducir Man in a box, uno de los primeros clásicos de AIC, con la rúbrica del talkbox, el mismo artilugio que usaron Peter Frampton y Richie Sambora. El público coreó emocionado.

Volvió a las novedades con Afterglow, uno de los cortes más sólidos de I want blood, como también lo es el corte homónimo. Pero el público quería corear Would? y lo hizo. El cierre calmo con Rooster, esa canción que Cantrell compuso sobre su padre, un ex combatiente de Vietnam que lloró cuando la escuchó por primera vez, fue una despedida de lujo.

Lo de Air rindiendo íntegro su obra maestra Moon safari (1998) rozó la perfección. Acompañados de un baterista, Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin -todos vestidos de blanco-, tomaron de la mano al público para conducirlo grácilmente en su electrónica retrofuturista enfundada en sintetizadores de los 70, con toques de jazz. El factor análogo es vital en Air mediante las sinuosidades y las melodías del bajo a cargo de Godin, cuyo tratamiento sutil de la cuerdas es vital en la elegancia de la música. La audiencia bailó con el hit Sexy boy y se hipnotizó con Kelly watch the stars, entre varias, todo con un soporte visual sencillo, seductor y sideral para una música que finalmente resulta coqueta, femenina, y que dejó huella, por ejemplo, en la música post guitarrera de Radiohead.

Si se trataba de conteo de poleras, la banda de cabecera -The Smashing Pumpkin- de esta primera cita del festival que culmina hoy ganaba por paliza, con las que llevaban impresa la palabra Zero, liderando por sobre aquellas con la carátula de la entrega doble Mellon collie and the infinite sadness (1995).

The Smashing Pumpkins ya ha visitado Chile desde aquel decepcionante debut de 1998 en la Estación Mapocho, donde todavía deben rebotar los ecos de las bandas pesadas que tuvieron el infortunio de presentarse ahí. Ni el show en el Movistar Arena en 2010 con una alineación difícil de recordar, ni el paso por Lollapalooza 2015, han tenido una pizca de la contundencia demostrada anoche. La banda de Billy Corgan fue una aplanadora desde el primer segundo con The everlasting gaze de MACHINA/the machines of God (2000), con un sonido demoledor y compacto, sin necesidad de los excesos en el volumen que, definitivamente, es una práctica desterrada en el presente de lo grandes conciertos en Chile. Eso de escuchar en las comunas vecinas un gran show internacional, ya es historia.

The Smashing Pumpkins FOTO PEDRO RODRIGUEZ

Esta versión 2024 de los Pumpkins encarna un mini batallón de tres guitarristas donde la novedad es Kiki Wong, que ha sido miembro de las bandas de Taylor Swift y Usher. Kiki representa un nuevo aire en The Smashing Pumpkins luego de ser seleccionada este año entre 10 mil postulantes al puesto. En directo alcanza cierto protagonismo entre solos y su enérgico despliegue.

El set list tuvo sus matices con diversidad de covers incluyendo una reconfiguración de Zoo station de U2 donde Jimmy Chamberlin ejecutó un impecable solo de batería como si se tratara de un show de rock de los 70, y el repaso de la melancólica Landslide de Fleetwood Mac, contenida en Pisces iscariot (1994). El guitarrista James Iha se dirigió al público, y Billy Corgan se quitó la guitarra para Ava Adore de Adore (1998), cuando The Smashing Pumpkins quiso demostrar que no todo era riffs y acordes.

Pero en su caso si lo es y Billy Corgan tiene derecho a enojarse cuando no ve muy a menudo su nombre entre los grandes guitarristas. Entre sonido y técnica merece mayor reconocimiento.

Como si se tratara de una revancha, con la banda en plan arrasar vía sonido blindado, el público coreó y levantó los brazos con Disarm, Today, Tonight, tonight y Mayonaise, entre varias. The Smashing Pumpkins disfruta de un nuevo capítulo más cómodo y relajado, donde conviven todos sus periodos con sus distintos brillos.