Como si se tratara de una cinta de intriga internacional, Humberto Gatica (73) recibió un sobre amarillo en el estudio Westlake de Los Ángeles, con las instrucciones de su misión en el nuevo álbum de Michael Jackson, el sucesor del exitosísimo Off the wall (1979) que, en su momento, fue el disco más vendido de un artista afroamericano, con 20 millones de unidades. Entre la información había una partitura y el nombre de la canción con la que el chileno, sinónimo de la mejor ingeniería en sonido del mercado y sin estudios formales en la materia, comenzaría a trabajar: Beat it.

Días antes, en medio de una grabación en Miami, Gatica había atendido un telefonazo de la oficina de Quincy Jones “por asuntos profesionales”. 20 minutos más tarde era la mismísima leyenda al habla, el hombre que había dado vuelta el tablero de la industria musical para convertirse en un titán de los espectáculos y el entretenimiento, un astro de múltiples talentos que se codeaba con la élite del negocio, además de presidentes y líderes religiosos a escala global.

“He estado escuchando tu trabajo -dijo Quincy- y necesito tu ayuda para terminar”.

Humberto Gatica sabía que recibir un pedido como ese equivalía a ser convocado a una selección con lo mejor de lo mejor.

“De verdad, me encanta tu trabajo”, remató el productor.

Gatica experimentaba una mezcla de alegría y sorpresa. “No lo vas a creer”, comentaba a sus amigos. “Me llamó Quincy Jones”.

Hacia 1982 Q, como se le conocía en la industria, sumaba una trayectoria de más de tres décadas de características extraordinarias e irrepetibles en la historia de la música popular, un éxito descomunal contra todos los designios.

Nacido el 14 de marzo de 1933 en Chicago en plena Depresión, tuvo una infancia errática plagada de carencias, con su madre internada por esquizofrenia. Criado finalmente por una abuela ex esclava sumida en la pobreza, se acostumbró a comer zarigüeyas y ratas. Rodeado de miseria y delincuencia, experimentó la violencia a temprana edad. A los siete años le enterraron una cuchilla en la palma de una mano, quedando incrustada en el madero de una cerca. A los 13 lo atacaron con un picahielo en la sien.

Convertido en músico profesional fue una estrella precoz en el jazz de inicios de los 50, primero como trompetista y luego orquestando, ligado desde un principio a los nombres con letras de marquesina del género.

Dominada la técnica, los siguientes pasos profesionales de Quincy Jones se encaminaron a convertirse en un alto ejecutivo discográfico en una esfera dominada por blancos, introducirse con éxito en el mundo de las bandas sonoras en Hollywood, componer música de grandes arreglos con vocación pop -hits como Soul bossa nova y Baby, come to me, entre varios-, y seguir trabajando con artistas del calibre de Frank Sinatra, en quien encontró un alma gemela.

Cada paso fue ejecutado con tal aplomo, maestría y visión de la industria, que Quincy Jones se convirtió en una figura por sobre el tema racial cuando el conflicto estaba en plena ebullición, exponiendo a la vez a la música afroamericana -el jazz, el soul y el funk- al público masivo.

“Wow”, pensó Humberto Gatica tras ese telefonazo. El ingeniero chileno conocía Off the wall, “un discazo” en su opinión. Pero Thriller fue un salto a la estratósfera catapultando a Michael Jackson, a esas alturas un veterano del pop de 24 años, al super estrellato.

A la fecha suma 70 millones de copias vendidas a nivel mundial y 34 discos de platino en EE.UU., además de los ocho premios Grammy en 1984, incluyendo disco del año.

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Durante el segundo día en el estudio, Humberto Gatica vio por primera vez a Quincy Jones.

“Amigo -le dijo el productor- estoy muy contento de que estés aquí”.

No solo eran palabras de buena crianza, sino que el proyecto de Thriller enfrentaba presiones. “El proceso estaba un poquito estresado -recuerda el ingeniero-. El disco tenía que ser terminado y aún quedaban muchos detalles”.

Una semana más tarde Humberto conoció a Michael Jackson, de apariciones random en el estudio. “Entró, me saludó de una forma muy simple, no hablaba mucho, pero me demostró agradecimiento. Me dijo ‘amamos tu magia y necesitamos toda tu magia’”.

Humberto Gatica siguió avanzando en distintas canciones y pasajes musicales. “Aquí necesitamos grabar la voz de Michael -rememora-, aquí necesitamos hacer cuerdas”. La tecnología de aquella época, explica, permitía al final del día “sincronizar dos máquinas de 24 canales análogos”.

El proceso era complejo con numerosos pasos para ensamblar las canciones por capas. Gatica explica que la mezcla es una fase “crítica” semejante a lo que ocurre en la cinematografía. “Puedes filmar miles de horas, pero al final tienes que editar. En una canción puedes perder el tema, si la mezcla no tiene la profundidad o la fuerza necesaria”.

Michael Jackson, cuenta el ingeniero, era notoriamente exigente. “En una forma muy dulce te empujaba porque a él le gustaban las cosas impactantes, que todo tuviera una definición y una convicción en todos los sentidos”.

El astro pop utilizaba el mismo mecanismo para tratar con Quincy Jones, que prácticamente lo doblaba en edad, con 49 años. “Muy, muy respetuoso, muy tranquilo, pausado. Se expresaba de una forma muy suave, muy sutil”.

A su vez, Humberto Gatica describe a Quincy Jones como “carismático”. “Él siempre abría el libro para escuchar el punto de vista ya sea de Michael Jackson, genio, o de Humberto Gatica, un ingeniero que él respetaba”.

“Y voy a decirte algo muy simple -continúa-. Quincy Jones solamente trabajaba con gente que él consideraba que era the best of the best, esa era su filosofía. Lo digo con mucha humildad. Lo mejor de todo era porque no había un concepto de presupuesto, no existía. Michael Jackson nunca lo tuvo”.

Gatica saca a colación el álbum Invincible (2001) del desaparecido cantante que, asegura, costó 30 millones de dólares. “¿Por qué costó 30 millones? Porque tú como compañía disquera pagas todo lo relacionado con esa producción. Y él se estaba quedando en una villa en el Beverly Hills Hotel, donde te costaba 27 mil dólares la noche. Estuvo un año y medio”.

“Entonces -prosigue-, todo eso es parte del costo. Cuando Michael Jackson trabajaba en un estudio, arrendaba todas las salas de grabación. ¿Por qué? Para tener la facilidad y la tranquilidad de poder caminar sin preocuparse de ‘hey Michael, take a picture with me’. Entonces, claro, un estudio que te cuesta 2.500 dólares al día y el mejor presupuesto que te pudieron haber dado debe haber sido 2.200 al día. Imagínate, 6.600 dólares (diarios) por un año y tanto, de lunes a domingo. Ahí no había días off”.

Entre los registros pendientes de Thriller, a Humberto Gatica le tocó grabar las voces del corte más refinado del álbum, una pieza de alta gama del pop de los 80: Human nature. “Una noche -nunca se me olvida-, grabamos, grabamos, y grabamos con Michael. Y después me senté a elegir lo mejor, y él al otro día lo escuchó. Teníamos un sistema, una confianza y un respeto grande en ese aspecto. Entonces, claro, a veces eran voces, a veces había que hacer metales, porque había cosas que faltaban”.

“Después llegó (Steve) Lukather (de Toto) y ahí sale esa guitarra, que se grabó media directamente sin usar mucho amplificador, que procesé con los efectos que había en el estudio”.

-¿Quincy aceptaba lo que ya estaba trabajado o mandaba a regrabar?

No, nunca regrabar porque tenía un concepto bien clarísimo de lo que iba a hacer, una película como entrando a un túnel. Hay mucho tráfico y se ve la luz al final. Lo único que necesitas es el tiempo que te demores en cruzarlo. Nosotros no llegábamos al estudio con una oscuridad, sin estar seguros de lo que iba a pasar. Pero hubo también opciones donde en el momento se nos ocurría algo y eso lo grabábamos separado, para que después Quincy tuviera la posibilidad de decidir.

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A pesar de lo “complejo” y “sensible” según Humberto Gatica, el proceso del single We are the world, la canción cruzada de 1985 en ayuda del hambruna en África coreada por algunas de las más grandes estrellas musicales estadounidenses, resultó “fácil” gracias a la conducción de Quincy Jones, basado en la pieza compuesta por Michael Jackson y Lionel Richie, “en ese orden”, subraya Humberto Gatica. El ingeniero chileno ya era parte del equipo, completamente integrado a esa asociación de éxito superlativo entre el rey del pop y el productor más poderoso de la industria.

Para Gatica, la clave fue el ascendiente de Q en todos esos artistas, conscientes de estar bajo las órdenes de un músico y productor de triunfos constantes en el último cuarto de siglo.

“Cuando trabajabas con Quincy, sin decirte nada tú dabas el 150% -reflexiona-. Era una persona con una personalidad, un carisma, un humor, una sonrisa. We Are The World fue un sueño”.

“Lo único preocupante -continúa- era si el tiempo nos iba a traicionar. Había momentos donde las cosas se iban a descarrilar un poquito por asuntos de personalidades en el estudio; pero hubo un solo problema técnico. Cuando Diane Warwick cantaba había un eco que se le metía en el audífono y la despistaba. No creo que se arregló 100%, pero lo suficiente para que ella cantara una frase y media”.

En el siguiente proyecto de Michael y Quincy, Bad (1987), Humberto Gatica se ganó un Grammy como mejor ingeniería de grabación. Ensombrecido por el éxito de Thriller, vendió 45 millones de copias, representando un salto en el sonido y estilo de Jackson hacia una música completamente sintetizada, con secuelas pop hasta hoy.

“Fue un disco bastante innovador -observa Gatica-. Hay mucha programación, pero eso es lo que le gustaba a Michael. Al final del día lo único que le interesaba a Quincy y a Michael era tener grandes temas, y los había en ese disco”

Fue también el último álbum en que ambos hicieron equipo. Algunas versiones indican que tras Bad, Quincy Jones sintió que Michael ya no encarnaba la avanzada de la música popular.

Humberto Gatica dice desconocer las razones por las cuales dejaron de colaborar. “Nunca supe exactamente la razón, pero Quincy era un tipo muy inteligente y para Bad dijo ‘no vamos a tratar de superar a Thriller, vamos a entrar al estudio como si fuera un álbum nuevo, un concepto y dejarnos llevar por nuestros instintos, inteligencia y talento’”.

El ingeniero cree que de alguna forma, el éxito descomunal de los tres álbumes en conjunto marcó una huella que no tenía mucho sentido seguir replicando. “Es como ganar la medalla de oro tres veces y después tratar de ganar la cuarta. Ya no es lo mismo”.

“Hay una presión psicológica -agrega- que Quincy muy inteligentemente no quiso tomar, esa es mi opinión”.

Gatica descarta que el éxito sin precedentes de Thriller hubiera encendido alguna clase de recelos entre Michael y Quincy, como se ha escrito. “No, nunca”, responde tajante. “Era un respeto mutuo”.

“Quincy Jones tenía luz verde en todos los sentidos -agrega-. Michael llegaba con las canciones que se habían seleccionado. Quincy y su team, que también era el team de Michael Jackson, las llevamos a otro nivel”.

-¿Y los demos de Michael cómo eran? ¿Rústicos o ya venía todo definido lo que él quería?

Los demos de Beat it eran muy semejantes. Claro, está la performance de la batería que yo grabé de Steve Porcaro y las guitarras. El solo lo grabó Eddie Van Halen en su mundo, con su gente.

-Y cuando escuchaste el solo, ¿qué te pareció?

Histórico.

-¿Qué legado deja Quincy Jones en la industria musical?

Era una persona tan carismática, espiritual, que dejó un nivel creativo y musical altísimo. El legado de Quincy es la excelencia. ‘Si puedes hacer algo, trata, porque lo puedes hacer un poquito mejor’, y sin empujarte. Yo estaba hablando con un amigo mío, un gran bajista que se llama Nathan East…

-Un capo.

Me llamó y hablamos como a las dos de la mañana, venía llegando de Roma. Y me decía “Humberto, cuando llamaba Quincy, era como un placer tan lindo, una sensación tan bonita -’¡Wow! Me llamó Q’-”. El minuto en que él llegaba era una energía mágica, era una cosa mágica. Cuando tú le hablabas te hacía sentir que eras la persona más importante.

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