Columna de Marcelo Contreras: El caso de la canción +57: Condenamos a los que nos ofenden
Curiosamente, han sido sectores progresistas los movilizados con instintos dignos del conservadurismo más tradicional, horrorizados por las letras de los artistas más populares entre la juventud. Si en los 80 y 90 ese rol cabía a las iglesias cristianas en sus cruzadas perdidas en contra del metal, ahora los dardos y reprimendas son lanzados por intelectuales como Alberto Mayol en Chile y el presidente de Colombia Gustavo Petro, el primer mandatario de izquierda en ese país
Little Richard, el inmortal Ricardito, tuvo que modificar la letra de su primer gran éxito Tutti frutti en 1955 por presiones del sello, debido a las explícitas referencias sexuales. Hacia 1967 los Rolling Stones enfrentaron resistencias de los programadores por la línea “satisfaciendo todas sus necesidades” del hit Let’s spend the night together, hasta ser obligados en el show de Ed Sullivan a alterar el estribillo por “let’s spend some time together”, en un periodo en que las pastillas anticonceptivas encarnaban el símbolo de la liberación sexual femenina. Ni Little Richard ni Mick Jagger fabulaban, sino que componían sobre sus contextos y experiencias de vida.
La reacción en torno al single +57, obra de algunos de los mayores nombres del urbano colombiano -Karol G, Feid, Maluma, J Balvin, Ryan Castro, Ovy on the drums, Blessed y el emergente DFZM-, ha sido lapidaria desde la prensa musical tradicional como Rolling Stone, en su edición en español. El medio calificó el tema como “un desastre” acusando de “apología a la sexualización de menores”. ¿La razón? El verso “una mamacita desde los fourteen”, en un relato protagonizado por una joven que implica consumo de drogas, sexo e infidelidad en una noche de parranda, un carrete de curso similar al del video Smack my bitch up de Prodigy, sencillo censurado por la BBC en 1997, mientras en Youtube el clip mantiene baneadas largas secuencias. “Mucha gente ha tenido noches así, borrachos y cocaína -comentó en su momento Liam Howlett, el líder de Prodigy-... No es del gusto de todo el mundo, pero no todo lo que hacemos lo es”.
Las lecturas apuntan a que +57, con casi 44 millones de reproducciones en Spotify, celebra la precocidad sexual en un país donde la prostitución escala. Astrid Cáceres, directora del Instituto Colombiano de bienestar familiar, posteó a Maluma y Karol G invitándolos a conocer “las horrorosas historias de explotación sexual, violación y asesinato de niñas de 14 años, y menos, en Medellín. (...) No hay mercado que justifique esta letra”.
Karol G, la figura más popular y la única mujer del lote, ha sido el blanco de los titulares tras la polémica. Aunque no escribió ni cantó el verso -línea repartida entre Feid y Maluma-, reaccionó. Dijo sentirse afectada y pidió disculpas “de corazón”, pero acusó una lectura errónea del contenido. “Ninguna de las cosas dichas en la canción -aseveró la estrella pop símbolo del empoderamiento femenino- tienen la dirección que le han dado, ni se dijo desde esa perspectiva”.
En lo inmediato, el single fue modificado. De “fourteen” pasó a “eighteen”.
El incidente conecta con el episodio de Peso Pluma en Chile que, responsabilizado de celebrar la narcocultura y epítome de malos ejemplos, se bajó del último festival de Viña del Mar para focalizarse en el mercado estadounidense, mediante una gira de seis meses.
Curiosamente, han sido sectores progresistas los movilizados con instintos dignos del conservadurismo más tradicional, horrorizados por las letras de los artistas más populares entre la juventud. Si en los 80 y 90 ese rol cabía a las iglesias cristianas en sus cruzadas perdidas en contra del metal, ahora los dardos y reprimendas son lanzados por intelectuales como Alberto Mayol en Chile y el presidente de Colombia Gustavo Petro, el primer mandatario de izquierda en ese país. “En cada género artístico hay arte, pero también ignorancia”, aludió con desdén el jefe de estado, hacia la cultura musical que ha puesto a Colombia a la cabeza del pop hipanoamericano.
Amordazar expresiones musicales masivas como determinantes de una realidad cuando -en rigor- reflejan las aristas de un modelo social y económico, resulta arcaico, inútil y reduccionista. El progreso no depende de enmudecer las letras que no queremos escuchar.