A partir de 2013 el festival de Viña comenzó a programar cinco humoristas para dar el salto definitivo en 2016, con un artista del rubro por día. El negocio para la organización resulta redondo en términos de inversión y rentabilidad, porque el humor genera habitualmente las mayores escaladas en el rating, debido el efecto circo romano que implica la instancia: si el convocado logrará sortear a un público como el Monstruo, una ola implacable que tumba y desarticula a los que no logran convencer con su rutina. El caché de las risas es notoriamente menor en gastos que el acápite musical del certamen, sobre todo para comediantes emergentes bajo la promesa de asegurar el año si la rompen.
Una de las consecuencias de esta dinámica es que progresivamente va excluyendo a los veteranos del rubro, con tarifas mayores que las de un representante en ascenso del stand up en bares y casinos, con reels de generosas reproducciones y miles de pulgares virtuales aprobatorios.
Se ha tratado de establecer que la solapada marginación de humoristas más viejos obedece a los cambios en las sensibilidades del público -ya no están los tiempos para chistes sobre borrachos, infieles, minorías y personas con capacidades diferentes-, pero el factor económico es definitorio. El chiste corto -lo ha demostrado Luis Slimming- todavía tiene demanda.
En la época en que la televisión dictaminaba los gustos, llegar al escenario de la Quinta Vergara para hacer reír era una forma de coronar un año exitoso en estelares. La diversidad de plataformas y las audiencias cada vez más fragmentadas han cambiado radicalmente este panorama, para que la incertidumbre sea el ingrediente central del proceso. Si el cartel anunciaba a Bombo Fica o Álvaro Salas, había cierta garantía de éxito por la trayectoria, eran figuras con décadas de carrete. Ahora en cambio, la reacción más recurrente -incluso en especialistas- es la interrogante absoluta en torno a nombres provenientes de nichos, enfrentados a la masividad absoluta del evento viñamarino.
El panel de Mega, el canal organizador que reveló el viernes por la noche la segunda tanda de artistas de la próxima versión del festival, apenas pudo disimular las dificultades para explicar, por ejemplo, el desembarco del venezolano George Harris, que se presentará en la jornada inaugural del domingo 23.
“Tiene el desafío de lograr adaptar parte de su texto”, observó José Antonio Neme. “Periodista, con un análisis muy bueno”, atajó Karen Doggenweiler, la animadora del certamen. “Yo creo que le va a ir muy bien”, aseguró optimista.
Sin mayores precisiones ni fuentes, el periodista Michael Roldán, conocido como “Guagüito”, subrayó que Harris “es considerado uno de los grandes humoristas a nivel latinoamericano”. “Un tremendo referente del humor”, remató.
“Ya es un gran premio estar en el mejor Festival del mundo mundial… Agradecido por la extraordinaria invitación”, posteó entusiasmado el comediante que además es actor, periodista y locutor, con una trayectoria de dos décadas. Sin embargo, George Harris no tiene página en Wikipedia. Uno de los “grandes humoristas a nivel latinoamericano” con show semanal en Miami, no cuenta con registro en la mayor enciclopedia en línea.
Por ahora, la elección del comediante resulta llamativa debido a algunas intervenciones en redes sociales denostando la figura del presidente Salvador Allende, su notoria antipatía por la izquierda, y haberse reído de la muerte del actor Matthew Perry -”de lejos se ve que ahogarse en la bañera es un tema de sustancia”-, posteó, para luego eliminar su reacción que, antes que inapropiada, simplemente no era graciosa.
¿Lo inhabilita su postura política? Para nada, pero lo torna predecible de inmediato. Ya sabemos para dónde van sus tiros, cuáles son sus blancos y sensibilidades. Su elección parece más pensada en la colonia residente, que en la transversalidad a la cual apela el festival.
El humor de trinchera, de posicionamiento ideológico y valórico, que ciertamente refleja el ambiente reinante de instancias antagonistas e intransigentes, se ha vuelto común y aburrido, como ha enterrado el potencial de algunos grandes talentos en la escena chilena de la última década, proclives a la beligerancia y el descarte de raíz hacia quienes no comparten sus principios.
En vez de reírse de todo y de todos, esta opción en torno al monólogo que desacredita al opositor y hace de la odiosidad disfrazada de reivindicación su herramienta, es una vista parcializada y mezquina en torno a un arte como la comedia. El humor no es un púlpito de aleccionamiento -para eso tenemos políticos y líderes religiosos-, sino una instancia para reír ante los absurdos de la existencia.
Por supuesto, entre los convocados para sacar carcajadas en la Quinta Vergara también hay nombres que han labrado su camino inapelablemente; el caso de Edo Caroe, Pedro Ruminot y Chiqui Aguayo.
Con apenas un par de nombres por confirmar incluyendo la carta anglo que si o si debe superar la modesta inclusión de Men At Work en el último festival -en materia de nostalgia todavía hay grandes pendientes para la quinta Vergara-, la próxima versión del evento arroja un saldo discreto y desabrido. La sensación es de un cartel de segundo orden que desvaloriza la marca, en vez de darle un nuevo impulso bajo el canal que ejerce el liderato en la audiencia.
Quejarse de la parrilla del festival de Viña es un deporte nacional y una tradición, lo mismo responder en encuestas que no hay interés por sintonizar sus jornadas. Luego el rating dice lo contrario y los miles de posteos en distintas plataformas demuestran que es imposible cerrar el verano chileno, sin este broche instaurado en 1960 perpetuado como un clásico de nuestra cultura pop. Pero definitivamente hubo más esmero en otras programaciones.