Inolvidables para los chilenos fueron las tardes en que por años prendían los añosos televisores en blanco y negro -o también a color- y se hacían acompañar de las aventuras de una vecindad que podía ser como cualquiera del continente.

Era la vecindad de El Chavo del 8, el programa humorístico protagonizado por Roberto Gómez Bolaños, que en este 2023 se ha vestido de etiqueta. Todo porque el pasado 26 de febrero se cumplieron 50 años de la emisión del primer capítulo como serie independiente, a través de Canal 8 de México, luego que se escindiera de un bloque más general bautizado precisamente como Chespirito.

Tras 7 años al aire, la producción tuvo su episodio final el 7 de enero de 1980. Y pareció un capítulo como cualquier otro, con comedia de situación. No hubo ni grandes avisos, ni alertas de despedida, ni momentos épicos para atesorar como la última gran pieza de un espacio memorable.

Se llamó La lavadora, y el argumento básico era que la siempre ocupada Doña Florinda (Florinda Meza) se compraba precisamente una lavadora, para hacer algo más llevaderas las labores de su hogar monoparental, el que compartía con su hijo, Quico (Carlos Villagrán).

En rigor, Doña Florinda se mosqueó tras discutir con Doña Clotilde (Angelines Fernández) y Doña Nieves (abuela de Don Ramón y bisabuela de La Chilindrina, interpretada por la misma María Antonieta de las Nieves) por el uso del único lavandero de la vecindad, por lo que decide comprarse una lavadora.

Así, aparecen dos hombres cargando una enorme y pesada caja, los que llegan a su departamento. Eso causa intriga en los habitantes de la vecindad, sobre todo en la siempre chismosa Doña Clotilde, la eterna “Bruja del 71″. La mismísima enamorada de Don Ramón trató de averiguar qué era lo que había dentro, pero no pudo descubrirlo, por eso manda al “Chavo”.

El Chavo va, toca la puerta y lo atiende el Profesor Jirafales, a quien le dice la coartada perfecta para que lo dejaran entrar: tenía la ropa que Doña Florinda había dejado olvidada en el patio tras la discusión con Doña Clotilde. El espigado docente lo hace pasar de inmediato, el niño queda sorprendido y pregunta qué era el aparato. Era justamente la flamante lavadora de Doña Florinda.

Pero como todas las cosas en El Chavo del 8, lo que podía salir bien, sale mal. Cuando el Chavo empieza a preguntar por el aparato, Doña Florinda le dice que se vaya, pero Jirafales, con la paciencia propia de un profesor vieja escuela, argumenta que era bueno que el chico aprendiera a usarla. Doña Florinda acepta y Jirafales comienza su cometido.

Y en eso está cuando el Chavo comete la torpeza de echar todo el contenido de la caja de detergente en polvo a la máquina. ¿Resultado? La lavadora comienza a echar mucha espuma, y por el afán de arreglarlo, el muchacho saca la manguera y “sin querer queriendo” moja a todos en la villa. Eso obliga a Doña Florinda a devolver el artefacto y volver a usar la lavandera de la villa.

Ese fue el final, enero de 1980. Para entonces, los dos personajes más populares de la serie ya la habían abandonado, Quico interpretado por Carlos Villagran, en 1978; y Don Ramón, interpretado por Ramón Valdés, en 1979. Ambos, por sendas diferencias con Gómez Bolaños y donde incluso corrieron motivos personales.

Pero también hubo otro final. Aunque ya no como serie independiente, sino como parte del último capítulo del programa Chespirito, en 1992. Así, el 12 de junio de 1992, se emitió un último sketch del Chavo del 8. En la ocasión aparecían los personajes que habían quedado, todos reunidos en la escuelita: la Chilindrina, Godinez, Popis y al profesor Jirafales. Ni rastros de Doña Florinda ni la “Bruja de 71″, ni del Señor Barriga, ya que el actor Edgar Vivar debió retirarse ese año de las grabaciones por problemas de salud. Ya no aparecía la vieja vecindad.

La serie tuvo una popularidad notable en nuestro país, lo que hizo que en octubre de 1977 los actores vinieran a Chile para presentar un espectáculo en el Estadio Nacional. Fue de las últimas ocasiones en que se vio al elenco original completo.

En 2010, La Tercera pudo entrevistar de manera extensa a Gómez Bolaños en su residencia en la Colonia del Valle, en Ciudad de México. Sentado en una pieza atiborrada de recuerdos, entre figurillas relucientes del Chapulín Colorado o el Chómpiras, secuencias fotográficas que lo mostraban en sus años juveniles, dibujos de la vecindad obsequiados por el caricaturista Quino y cuadros gigantes donde aparecía todo el elenco del espacio, salvo Carlos Villagrán, el actor también tuvo un par de palabras para Chile.

“Tuve la fortuna de codearme con grandes, como el humorista chileno Lucho Navarro. Era extraordinario. Es uno de mis grandes vínculos con Chile, porque además le escribí libretos en México”, partió diciendo con respecto al comediante e imitador nacional que hizo fama en México a través de, entre otras vitrinas, el cine.

Luego Chespirito siguió: “Sigo admirando mucho de su país, aunque a veces no me gusta un poquito el exceso de europeísmo que hay en Chile. No hay una discriminación abierta, pero sí existe una preferencia por el blanco de ojos azules. En México no encaja eso”.

¿Dónde había visto esas actitudes? Así respondió el cómico: “En la abstención de lo otro, del origen americano. Y hablo de América no como lo aplican los gringos, sino como el concepto más real. También pasa en Argentina, no quiero que parezca una sola crítica a Chile”.

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