La presencia de Carabineros con carros blindados es generosa en los alrededores del Estadio Nacional, y a la vez resulta un poco desproporcionada. Si el heavy metal fue peligroso en cuanto a manejo de masas, sucedió hace mucho, en los 90. A partir de este siglo los conciertos del género de los más grandes nombres internacionales, son reuniones que cruzan generaciones y una banda como esta, de cabecera para muchísima gente en el mundo entero, es una institución que integra la cultura popular y grupos familiares.
Esta noche de miércoles se constató una vez más el poderoso arraigo de Iron Maiden en el pueblo, en esa clase trabajadora que se levanta cuando el sol aún no asoma; público que lleva la polera con distintos estampados de la banda británica formada en 1975, como una segunda piel.
En la previa corría la cerveza sin alcohol, la comida grasienta y un intenso olor a yerba. Algunos asistentes claramente se azotaron con generosa previa hasta llegar al paso zombi, requiriendo la ayuda de un amigo para sostenerse en pie. Las hileras a los baños masculinos se extendían mientras el negro era el color dominante en todo el recinto, como dicta una reunión musical metalera.
La presente gira de Iron Maiden implica cierto riesgo. Bautizada como The future past world tour, combina su último álbum Senjutsu (2021) -táctica y estrategia en japonés-, con selecciones de uno de sus títulos clásicos de los ochentas como Somewhere in time (1986). El listado de temas es desafiante en la medida que deja fuera varios títulos emblemáticos y definitorios de su historia como The number of the beast, Run to the hills, Hallowed be thy name, 2 minutes to midnight, Aces high y Wrathchild, entre decenas de canciones que si no figuran en un listado de un show regular de Maiden, es como no haber ido.
La prueba a la que someten a su público es aún más compleja por los principios conservadores del fanático del metal, que suele masticar pero no tragar las novedades y los cambios de curso discográfico. Por lo demás Senjutsu es un álbum proclive al progresivo, de composiciones más largas y enrevesadas, de generosas introducciones.
Como sea, Iron Maiden una vez más salió airoso y altivo frente a la tarea autoimpuesta, pero también asomaron algunas grietas. Bruce Dickinson sigue siendo un frontman formidable, uno de los maestros de la categoría que aún mantiene en forma su garganta y el teatral despliegue. Lo mismo Adrian Smith, el pivote en guitarras, responsable de la mayoría de los solos y uno de los compositores principales, cuyo talento se mantiene incólume.
Más secundarios, Adrian Smith y Janick Gers justifican plenamente su presencia y qué decir de Steve Harris, uno de los bajistas más influyentes que ha dado el rock en su historia, una escuela de las cuatro cuerdas.
Pero es Nicko McBrain la evidencia de que el heavy metal es un género particularmente duro y desgastante con los bateristas. A los 72 años, McBrain persiste como un motor incesante dueño de una rúbrica florida y elegante, la base del galope característico de Harris.
Si bien la fuerza de su golpe se fue asentando paulatinamente en el transcurso de la noche, resultó evidente que varios fills y pases fueron resueltos de manera mucho más sencilla, en pos de administrar las energías. El saldo es rudo porque, en general, ya no está en condiciones de replicar con exactitud sus propios arreglos.
De todos modos, el sonido de Iron Maiden como conjunto sigue siendo propio de una división que ataca implacablemente, con escasos respiros. Los solos se suceden como biplanos de la Primera Guerra Mundial, que se turnan para ametrallar al enemigo.
A pesar del planteamiento de un set list más rebuscado, algunas costumbres jamás desaparecen como la intro con Doctor doctor de UFO. Y si no figuró Flight of Icarus, entre tantas canciones que podrían haber interpretado, revivieron hits como Can I play with madness y el groove encantador de The Prisoner, cerrando con un par de joyas de la corona Maiden: The Trooper y Wasted years.
Bruce Dickinson hizo nuevamente gala de carisma y preocupación por los detalles como recordar el debut frustrado de 1992 por culpa de la iglesia católica -provocando la rechifla del público-, y peleó con Eddie en Heaven can wait al mismo tiempo que a mitad de cancha se encendía una bengala.
Por las pantallas gigantes se podían divisar las postales más clásicas de un concierto de Iron Maiden, incluyendo el saludo haciendo los cuernos de todo el estadio y los fanáticos a torso desnudo y ensardinados en las primeras filas, con una fila de apretujados contra la reja con expresión demencial, disfrutando por un par de horas de una banda que merece el ingreso al Salón de la fama del Rock & roll, por la insoslayable influencia que han tenido en el heavy metal y la cultura pop en general. Iron Maiden es una consigna planetaria.
Si bien como conjunto el sonido sigue siendo masivo y contundente, el futuro de Iron Maiden luce cierta amenaza por la evidente merma en el rendimiento de Nicko McBrain. Los británicos han hecho declaraciones en torno al retiro, pero en directo las restantes individualidades mantienen garra y destreza. El futuro del conjunto como maquinaria en directo depende buscar cambios o un cierre a la vuelta de la esquina.