Columna de Marisol García: Manu Chao, el fugitivo
En lo que Manu Chao es más activo, no es en la proclama ni el activismo que usualmente se le atribuyen, sino en la composición constante pero sin cauce de circulación oficial (muchas veces suelta temas por las redes, o muestra canciones solo en vivo), las tocatas improvisadas, los viajes privados y las colaboraciones secretas. Disentir de la dinámica del mercado es, en su caso, más un hacer que un decir.
Tiene sentido que la biografía más completa hasta ahora sobre Manu Chao la haya escrito un británico. Una de las cosas que se aprende leyendo Clandestino, de Peter Culshaw (en castellano desde hace dos años por la editorial Libros del Kultrum), es que una serie de decisiones profesionales han cargado contra el cantautor francoespañol prejuicios que impiden comprenderlo a cabalidad: si en cada visita a Latinoamérica casi todas sus entrevistas son sobre política, en España a su carácter lo marca la idea de juerga (que sí, pero no es para tanto) y, en Francia, un rumbo propio que nunca ha convencido a la crítica (“muchos de los jueces del gusto de la capital francesa profesaban indiferencia o franca hostilidad hacia su hijo pródigo de más éxito mundial […] por razones tan variadas como, cito textualmente, ser un rico petulante, un adicto al plagio, un dictador con su banda y -la acusación más condenatoria en París- porque estaba pasado de moda”, describe el libro).
En Estados Unidos, se le recuerda como poco ambicioso, por culpa de una antigua y poco feliz gira de Mano Negra teloneando a Iggy Pop; tras la cual, Manu Chao dice haber confirmado que es mejor nunca conocer a tus héroes.
Un cronista inglés puede tomar distancia de esas asociaciones fáciles; lo suficiente para presentar al músico también en los matices de sus frustraciones, el constante ensayo/error de su relación con la industria musical (y con el dinero), y una vocación nómade e intelectual que no es la de quien lleva una pauta ni acoge bobos clichés (es graciosa aquella anécdota de un par de fans decepcionados pues lo han visto comprar una Coca-Cola).
Hace dos meses que hay nuevo disco de Manu Chao, y el dato de que sea el primero suyo en 17 años justifica la atención sobre este “artista insólito”, como lo llama El País. Viva tu -va sin tilde- es luminoso y melancólico, multilingüe (hay canto en cuatro idiomas) y de carátula poco imaginativa, y además muestra una asombrosa aparición de ¡Willie Nelson!
Pero acaso lo que más sorprende es que ninguna de sus trece (breves) canciones representa un giro de estilo, al contrario: los teclados ligeros, las letras humanistas, los ecos de músicas geográficamente distantes sostienen la pauta, antes y ahora, como si esa extendida pausa en publicaciones fuese, en su caso, solo un número.
Y de algún modo lo es. En lo que Manu Chao es más activo, no es en la proclama ni el activismo que usualmente se le atribuyen, sino en la composición constante pero sin cauce de circulación oficial (muchas veces suelta temas por las redes, o muestra canciones solo en vivo), las tocatas improvisadas, los viajes privados y las colaboraciones secretas. Disentir de la dinámica del mercado es, en su caso, más un hacer que un decir.
Si hay un músico que ha podido llevar adelante una carrera exitosa sorteando obligaciones impuestas es él. La huida como estrategia, el escapista que cuando llega ya se ha ido (de prisa de prisa a rumbo perdido).
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