La directora Sahra Mani ganó notoriedad con Thousand girls like me (2018), documental sobre una mujer afgana víctima de abuso sexual que busca llevar a su padre a la justicia. “La mayor parte del tiempo me centro en temas sociales, especialmente en los tabúes sensibles a los que nos enfrentamos las mujeres de Afganistán”, define la realizadora.

En agosto de 2021, luego de que las tropas estadounidenses se retiraran del país y los talibanes tomaran el control de Kabul, la cineasta observó con inquietud el escenario que se avecinaba para las mujeres.

Su preocupación no resultó infundada: el régimen les prohibió trabajar fuera de casa y asistir a la escuela (a toda niña mayor de 12 años). A día de hoy, no pueden practicar deportes, protestar, vestir como deseen ni elegir con quién se casan. Una serie de imposiciones que, según el régimen, se ciñen a la sharia (ley islámica) y a lo que entienden por “cultura afgana”.

“Después del colapso de Kabul, mi sueño era hacer un filme sobre la situación y en cierto momento, con la ayuda de la producción de Excellent Cadaver, Jennifer (Lawrence) y Malala (Yousafzai), se hizo realidad”, explica a Culto.

Malala, quien a los 11 años se convirtió en activista en respuesta a la represión que vivió en su pueblo natal (Valle del Swat, Pakistán), se sintió llamada a participar en el documental que Mani tenía en preparación, hoy conocido como Pan y rosas (Bread and roses y ya disponible en Apple TV+).

“Las mujeres afganas viven bajo un sistema de apartheid de género. Así es exactamente como lo llaman las activistas afganas y los expertos en derechos humanos, porque se trata de una opresión sistemática que va más allá de la discriminación o persecución de género. Los talibanes están atacando a las mujeres de todas las formas posibles”, sostiene la Nobel de la Paz 2014.

Desde Estados Unidos, Jennifer Lawrence siguió con atención los acontecimientos que afectaban a Kabul en 2021. Junto a Justine Ciarrocchi, su socia en la productora Excellent Cadaver, iniciaron una búsqueda de directoras afganas que tuvieran acceso a registrar la realidad del país. Así llegaron a Thousand girls like me y se pusieron en contacto con la cineasta, quien en ese momento ya estaba reuniendo material para un nuevo largometraje.

La actriz participó activamente del proceso creativo, que incluyó determinar que el hilo conductor sería el relato de tres mujeres afectadas por el régimen: Taranom se muda a un pueblo fronterizo con Pakistán y vive la experiencia del exilio; Sharifa pierde su trabajo como empleada del sector público y debe quedarse recluida en su hogar, y Zahra, una dentista en su período de práctica, se vuelca al activismo, con el riesgo que implica seguir ese camino en un contexto de represión. Mientras ocupan cámaras para registrar su presente, reflexionan sobre la dramática crisis que atraviesan individual y colectivamente.

“Me identifico con los tres protagonistas de distintas maneras”, afirma Lawrence, para luego detenerse en la historia de Zahra. “He sido muy afortunada con mi carrera, me encanta trabajar y es una parte tan importante de lo que soy, que no puedo imaginar lo que pasaría si mi gobierno me dijera que ya no puedo trabajar, que ya no puedo actuar, que ya no puedo hacer películas. Eso me resonó profundamente”.

Lawrence y Ciarrocchi viajaron a Estocolmo para supervisar los avances del montaje de la cinta, donde Sahra Mani revisaba y editaba las horas de material junto a sus colaboradoras. Durante la semana que estuvieron en Suecia mantuvieron múltiples conversaciones sobre el rumbo que debería seguir el filme.

“Yo pensaba que la historia estaba clara, pero según la perspectiva de mis productores no estaba realmente clara para el público internacional. Luego tuvimos una largo debate sobre cómo cambiar algunas secuencias. Como en todo documental, como en toda película, hubo muchas conversaciones en el proceso final de la película”, detalla la directora.

Según Malala Yousafzai, “este documental es urgente. No sólo porque nos habla de la situación actual de las mujeres afganas –que sólo ha empeorado desde la finalización de este documental, porque las mujeres viven bajo incluso más restricciones–, sino porque creo que también se trata de la generación futura de niñas en Afganistán. Si una niña nace en Afganistán sabe que nunca podrá terminar sus estudios ni conseguir un trabajo. Tampoco podrá soñar con convertirse en médica, ingeniera o líder de su país”.

“Creo que el objetivo con cualquier película como esta es simplemente crear algo permanente que pueda entrar en la mente y en la vida de las personas, para que se pueda generar un cambio”, indica Lawrence, quien también es productora de Zurawski v Texas, un documental sobre la limitación de los derechos reproductivos en su estado de origen. “Mi lazo con las películas es diferente, pero el objetivo de cada una es el mismo: generar un cambio. Ojalá”, agrega.

Ese es el espíritu que comparte con las otras involucradas en el proyecto: el deseo de que Pan y rosas alimente la conversación en torno a una crisis que, piensan, no tiene la atención que merece.

“La comunidad internacional hizo oídos sordos a la realidad de que los talibanes eran terroristas, son terroristas y que son las mismas personas que antes (...) La situación se vuelve más difícil cada día, pero la comunidad internacional parece negarlo al decir que los talibanes han cambiado. No sé de dónde provino eso, pero tenemos que tomar en serio a los talibanes como terroristas. Y pensar en que si hoy las mujeres afganas están pagando el precio, nosotros podríamos pagarlo mañana”, advierte Mani.

“Cada país puede desempeñar un papel muy importante para crear un sistema de rendición de cuentas, de modo que podamos exigir cuentas a los talibanes. Porque lo que está sucediendo en Afganistán es una de las peores formas de discriminación de género a las que se han enfrentado las mujeres. Se les castiga de manera sistemática simplemente por querer tener sus derechos humanos”, opina Malala. “Los países tienen la obligación de no mirar hacia el lado”.

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