20 años de IN-EDIT Chile: el documental musical como espejo social
La vigésima edición del Festival IN-EDIT CHILE, el único encuentro en el país para cine y documental musical, se inaugura esta semana con el tipo de programación de estrenos chilenos e internacionales que distingue al encuentro desde sus inicios. Como equipo añadimos esta vez el orgullo de un recorrido que, además de persistente, ha sido también influyente para el medio local.
Aunque para entonces la categoría ni siquiera existía como tal, algunos estudiosos han nombrado a Día de organillos, de Sergio Bravo —realizado en 1958, pero estrenado en nuestro país cinco años más tarde—, como el primer documental musical hecho en Chile. Los veinte minutos de ese cortometraje sintetizan vivamente el paso del día a la noche en algunos de los barrios más agitados de Santiago, con énfasis en los sonidos que emanan del noble oficio de cuatro organilleros “con música especialmente compuesta para el filme, que además es determinante en su montaje” (LEIVA 2023).
Es un filme propositivo, de filo experimental y supervisión del compositor Gustavo Becerra, a cargo de un realizador fallecido el año pasado que siempre mostró valiosa preocupación por las bandas sonoras de sus películas (dos de ellas, las de Trilla y Mimbre, encargadas nada menos que a Violeta Parra). Es probable que para Día de organillos, Bravo se inspirara en la tendencia extranjera de las “city symphonies” (CORRO 2013), corriente cinematográfica de vanguardia que, desde los años veinte, ocupaba a realizadores de Europa y Estados Unidos en el trajín de grandes urbes, con las calles como protagonistas de la trama, y música de orquesta a cambio de diálogos entre personajes.
Darían ganas de contar que lo de Sergio Bravo dio inicio a una poderosa tradición de documentales chilenos sobre música —antecedida, sí, por los registros de fiestas religiosas en La Tirana y Andacollo, a cargo respectivo de Pablo Garrido y la dupla Di Lauro/Yankovic—, pero lo cierto es que esta vino a consolidarse muchas décadas después de sus experimentos. La cinematografía chilena del siglo XX mostró a músicos locales en numerosos filmes de ficción, ya fuese como extensión natural de su popularidad en el canto (vale la pena, por ejemplo, ver actuar y cantar a Arturo Gatica en Mis espuelas de plata) o desvíos tan asombrosos como fallidos (Claudio Arrau haciendo de Liszt en Sueño de amor). Asimismo, canciones hechas para películas o piezas de la tradición animan escenas claves en ese desarrollo, y constituyen un registro de referencia histórico, como sucede, por ejemplo, con la inolvidable cueca durante el “velorio del angelito” de Largo viaje (1967) o el destemplado canto de Jorge Farías al interior del porteño “Bar Yako”, en Valparaíso mi amor (1968).
Pero el registro documental es otra cosa. Un proyecto de no ficción en torno a la música y el oficio de los músicos demanda una técnica particular —de grabación al menos parcialmente en vivo—, pero también fuentes que exigen un tiempo considerable de investigación (archivos, entrevistados). Por sobre todo, el documental musical se levanta sobre el entendido de que la música y el trabajo en torno a esta se insertan en un contexto que en verdad retrata muchas otras cosas: una dinámica creativa inspiradora, un determinado impacto en la comunidad, unas referencias estéticas distintivas, el vínculo con una tradición antigua, una rutina laboral y familiar probablemente atípica, una promoción a contracorriente de las pautas de mercado. Sabemos que las canciones nunca se tratan solo de canciones. Del mismo modo, los documentales que las registran son mucho más anchos que su metraje.
La vigésima edición del Festival IN-EDIT CHILE, el único encuentro en el país para cine y documental musical, se inaugura esta semana con el tipo de programación de estrenos chilenos e internacionales que distingue al encuentro desde sus inicios. Como equipo añadimos esta vez el orgullo de un recorrido que, además de persistente, ha sido también influyente para el medio local.
Desde 2004, anualmente y sin interrupciones, el festival ha insistido en el valor de los documentales sobre música para contar historias que exceden lo que habitualmente entendemos por “carreras” en el rubro; en general, ajenas al arco narrativo de los más predecibles biopics y a lo puramente promocional. Producciones de varios países —entre los más de ochocientos títulos que han pasado por el festival hasta ahora— nos han mostrado qué pasa cuando, por ejemplo, una banda se convierte en una célula de manifiesto político (White riot, Summer of soul, Leto), acoge en su seno un drama inesperado (Joy Division, Cobain: Montage of heck, Luca, la película) o persiste pese a todas las pistas de un fracaso (como en la graciosa Anvil). La liberación de una joven afgana de un matrimonio a la fuerza a través del hip-hop (Sonita), la pesquisa de un cantautor que no tiene conciencia de su fama (Searching for Sugarman) y las legítimas ambiciones de las coristas que acompañan a las grandes estrellas del rock (A veinte pasos de la fama) son algunas de las decenas de cintas inolvidables estrenadas a lo largo de estos veinte años de IN-EDIT, un festival que ha conseguido enseñarles a los más incautos que un buen documental musical no es la biografía cronológica de un famoso ni la suma de alabanzas de sus fans, sino la articulación de historias capaces de revelarnos algo inesperado, a través de creadores muchas veces ajenos al panteón de los consagrados.
En algunos casos, el género acoge artefactos creativos en sí mismos, como este año lo demuestran los estrenos del español Fernando Trueba, una investigación casi policial sobre el pianista Tenorio Jr., contada como cinta animada (Dispararon al pianista); o el insólito documental “generativo” sobre Brian Eno (Eno), cada una de cuyas exhibiciones es diferente a la anterior (tanto así, que resulta imposible añadirle subtítulos).
Malditos. La historia de Fiskales Ad-hok fue en 2004 el primer trabajo en quedarse con el premio a Mejor Documental Nacional de IN-EDIT Chile. Desde entonces, el festival ha fortalecido una comunidad que integra a realizadores, músicos e investigadores conscientes del fuerte lazo entre música y ese espacio cultural mayor que podemos llamar “patrimonio”, “identidad” o “pequeña historia”, y al que incluso los más alejados de la actividad musical están convocados (también, por cierto, nuestras autoridades en Cultura y quienes investigan desde la academia). Todo tipo de documentales chilenos han pasado por nuestra programación, los biográficos y los experimentales; los de gran producción y los de una sola cámara; algunos sobre trap y otros sobre Nueva Canción Chilena; filmados frente a una orquesta o al interior de sencillos bares porteños. Es una diversidad evidente en el Catálogo Nacional Histórico que IN-EDIT mantiene online como aporte de referencia al medio.
Aparecen allí cintas previas al inicio del Festival. En los años sesenta, el batacazo comercial de Ayúdeme usted, compadre (1968) resulta ineludible. Con no poca ingenuidad, se despliegan desde la pantalla los talentos de una lista de músicos e intérpretes que incluyó a Vicente Bianchi, Los Perlas, Los Huasos Quincheros, Gloria Simonetti, Fresia Soto, Arturo Gatica, Pedro Messone, Myriam, Los Gatos, Silvia Infantas y Los Ramblers (tanto fue el éxito en boleterías, que un año más tarde se estrenaba su secuela, Volver). Los títulos de la década siguiente son escasos, e incluyen aquella curiosidad del Jesucristo Súperestrella andino dirigida para televisión por Eduardo Ravani. Pero remontan en los años 80 gracias al esfuerzo de realizadores independientes apremiados por dejar registro de la música de resistencia a la dictadura, con documentales de invaluable valor de archivo, como los del colectivo Teleanálisis; aunque también la marca cumbre que representó en 1981 llevar el Alturas de Macchu Picchu de Los Jaivas a una película, coproducida por las televisiones chilena y peruana, con conducción de Mario Vargas Llosa y aquel inolvidable piano blanco entre las ruinas incas. Fue, por qué no, nuestro primer rockumentary.
A estas alturas, la producción de documentales y películas sobre música chilena es todavía un campo precario, en recursos y circuito de exhibición, aunque muchísimo más firme y bien dirigido que en el pasado. Si hasta el año 2000 los estrenos por década no superaban la docena, desde el inicio de este siglo la producción es no sólo persistente y mucho más cuantiosa —tan sólo este año, IN-EDIT Chile acoge once estrenos de factura chilena—, sino que también auspiciosamente diversa. En estos últimos veinte años, la sección nacional del festival ha premiado películas centradas en músicas y músicos de todo tipo de géneros, orígenes y proyección. Incluyen, entre otros, registros sobre el legado de Jorge Peña Hen en las orquestas infantiles y juveniles; las vicisitudes de grabación del primer álbum de Lucybell; la fuerza aglutinadora de la cumbia local y el entrañable pulso bohemio de estrellas porteñas como Los Blue Splendor; diferentes aproximaciones a la trascendencia internacional de la Nueva Canción Chilena, y más.
Frente a la pantalla, perfiles de personajes fascinantes, de los que otros medios nunca contaron su historia: el rockero Álvaro Peña, el jazzista Alfredo Espinoza, el pionero electrónico José Vicente Asuar o el “Tony Canarito”, el menor de los hermanos Parra Sandoval, identificado desde el título como El Parra menos Parra.
Destaca el investigador académico Martín Farías en Ruidos-Imágenes-Voces. El documental musical en el Chile postdictadura (2019), uno de los pocos libros de referencia sobre el tema:
“Hasta la creación del festival IN-EDIT, en 2004, la presencia de documentales musicales en festivales de cine en Chile era más bien marginal. La aparición y consolidación de un festival específico para este género contribuye en forma significativa a su desarrollo. No parece coincidencia que desde su creación hasta la fecha la producción de documentales musicales ha aumentado considerablemente. Sumado a esto, es importante tener en cuenta que el festival no se ha limitado a presentar documentales nacionales, sino que principalmente ha exhibido cintas extranjeras, y desde hace algunos años incorpora también la realización de charlas y clases magistrales con realizadores internacionales. Es posible que este tipo de acciones haya también influido en los realizadores locales […] [contribuyendo] a la formación de un canon del género.”
Todo oficio está envuelto en un contexto y es capaz de afirmar una historia. Pero esto es aun más marcado en el caso de quienes dedican su vida a la música, pues su creación, persistencia y mensaje mantienen lazo directo con las vidas de quienes escuchamos. Cada vez que un documental o película sobre música nos emociona recordamos una verdad innegable: al fin, las buenas historias sobre música se tratan, también, de nosotros.
(*) Marisol García es periodista e investigadora independiente en música chilena. Es parte del equipo de trabajo del Festival IN-EDIT Chile desde 2007.
Revisa la programación de IN-EDIT Chile 2024 aquí.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.