El Futuro se Fue: cuando Jorge González le dio una patada a la fama (y a EMI)

Jorge González wsp
El Futuro se Fue: cuando Jorge González le dio una patada a la fama (y a EMI)

En octubre de 1994, el exlíder de Los Prisioneros publicó un álbum casero, sin canciones ni hits, y que se parecía más a un pastiche sonoro y experimental que a un álbum de pop masivo. Buscaba dejar atrás una imagen que lo incomodaba, y gracias a un disco invendible consiguió dehacerse del contrato que tenía con la EMI, que lo asfixiaba.


“We are fucking EMI”.

Eso le respondió Jorge González al ingeniero de sonido Jorge “Gato” Esteban, cuando este le preguntó qué diantres estaban haciendo. Así lo revela el podcast Necesito poder respirar: la vida de Jorge González, en su episodio 4. Es que el sanmiguelino estaba decidido a desembarcar del pesado buque de su propia fama.

Ocurre que mientras la gente cantaba alegremente Esta es para hacerte feliz, Jorge González tenía pena y rabia. La idea de la multinacional EMI de transformarlo en una superestrella latina, algo así como un nuevo Jon Secada o un Chayanne del cono sur, a González simplemente no le hacía sentido, lo incomodaba. No se veía a sí mismo como simplemente una máquina de hacer dinero y de satisfacer a las multitudes, sonreír en las fotos y salir en la TV. Para él, lo más importante era la música. La música honesta.

¿Cómo salir de ese encuadre? Haciendo ruido. Literalmente. Si algo significaba la música para Jorge González en ese momento, era curación, salvación, y por eso una idea comenzó a seducirlo: hacer un disco invendible para la industria y que le permitiera romper el contrato de tres discos con EMI. Era 1994.

JORGE GONZÁLEZ
Jorge González

“Yo creo que en ese momento hubo una necesidad de hacer ese disco, nomás. Y fue el único disco que pude hacer. Ese fue el disco que más me costó hacer. Apenas terminé las canciones y fue difícil hacerlo y no me fluían mucho las letras ni nada”, comentó el mismo González en el libro Maldito Sudaca. Conversaciones con Jorge González, de Emiliano Aguayo (RIL, 2005). Por entonces, González estaba sumido en el ácido. “Sí. En esa época, claro. Ácido más que nada, no había probado cocaína”, recuerda en el libro de Aguayo.

Para la ocasión, González arrendó una casa grande, compró un mixer y sistemas de grabación. A diferencia de todos los discos que había hecho hasta entonces -incluyendo los de Los Prisioneros y su primer álbum solista (grabado con la superproducción de Gustavo Santaolalla)-, ahora no grabaría en un estudio sino que en una casa. Al estilo indie.

No tenía canciones, no se me ocurría ni una canción, esta completamente bloqueado -recordó él mismo en su autoentrevista de 2014-. Así que conecté el sistema a la batería y me puse a grabar baterías, baterías, baterías. Luego elegí las mejores partes, las edité, y sobre eso empecé a improvisar bajo, improvisar guitarra y todas las otras forradas que había que poner. Sobre eso fui tirando letras. Pero no tenía canciones, y se nota”.

Así fueron naciendo composiciones extrañas, bizarras, más parecidos a retazos o collages musicales que a las canciones armónicamente completas que solía hacer. Más recitado que canto. Letras que no necesariamente encajaban bien con la música. Así pasan temas como Mapuche o español, la muy incómoda Cuánto aguanta un niño, la autobiográfica Culpa (”Tengo el ego tan gigante que tengo miedo”), Quien canta su mal espanta (donde dispara “Quien canta por un contrato, olvida el poder del intercambio”, en clara alusión a la EMI) y la extrañísima y experimental La muerte de Santiago, que es como si González hubiera actualizado Revolution #9. Un disco denso, muy down, que hoy sería indie oscuro. ¿El título? una declaración: El futuro se fue.

JORGE GONZALEZ WEB

Como todavía tenía contrato con EMI, González aprovechó de ir a mezclar el álbum a Inglaterra, al estudio Real World, de Peter Gabriel. “Fue bien heavy porque había un mixer de 96 canales en una sala gigante, maravillosa, con los mejores equipos del mundo, y Culpa era una pista, entonces el ingeniero subía el track y era una. Un track, voz y guitarra en el mismo micrófono. Lo más que había tenía 16 pistas”, recordó en su autoentrevista. Ahí decidió que no volvería a pisar un estudio. “Para qué. No tengo nada que hacer en los estudios, voy a implementar la manera de grabar bien en casa, si mi música es muy sencilla, no es de súperproducción”.

Luego, vino la entrega del álbum que por contrato le debía a la EMI. Era el segundo de los tres comprometidos. “Yo creo que a los muchachos de la EMI de esa época no les gustó nada, nada, nada. Cuando escucharon el disco se querían morir, porque les pareció una mierda y no veían qué iban a hacer con eso que tenían ahí, y más encima, cuando yo me planté y dije que no quería hacer video ni quería hacer carteles de promoción, no lo podían creer. O sea, yo no sé cómo me aguantaron tanto, la verdad. Yo creo que porque me respetan mucho”, recordó en el citado libro de Aguayo.

Como indica el podcast Necesito poder respirar, González logró su cometido. La EMI lo publicó en octubre de 1994, y como por contrato debía invertir US$ 150.000 en promoción del álbum, Jorge negoció con la compañía para que no desembolsase ese monto ni hubiese campaña, a cambio de liberarse del contrato. Lo consiguió.

Hoy, amén de su naturaleza extraña y a ratos intragable, el álbum -en formato físico- permanece descatalogado, es muy difícil de encontrar y es una rareza absoluta. Aunque se le puede escuchar en las plataformas de streaming musical.

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