Columna de Marcelo Contreras: Beyoncé según Billboard: ¿la más grande?
Quizás cuesta definir la casilla exacta donde Beyoncé efectivamente marcó un antes y un después en materia solista, como lo hicieron David Bowie, Michael Jackson o Madonna, reinventados en sonido e imagen en cada paso, influyendo a pares y nuevas generaciones de artistas. Lo que sí hizo fue descifrar su tiempo y establecer una meta de conquista que, después de un cuarto de siglo, es una realidad.
“Beyoncé encabeza nuestra lista editorial elegida por nuestro personal con base en sus 25 años de influencia, impacto y evolución”, escribió Andrew Unterberger, editor adjunto del área digital de Billboard, especialista en historia del pop y listas de éxitos. La artista tejana de 43 años, cuya entrada en Wikipedia la define como “figura cultural influyente” que ha transformado “el sonido de la música popular con su habilidad vocal, sus actuaciones en directo y sus innovaciones artísticas”, fue elegida por el medio especializado en ránkings como la estrella pop más grande del siglo, liderando entre 25 artistas.
Beyoncé se desentendió del cetro de princesa del pop que hace más de dos décadas disputaban aspirantes como Britney Spears y Christina Aguilera, en pos de la corona máxima de la categoría mediante un diseño artístico estudiado en detalle, un trabajo en constante proceso, grandilocuente y centrado en su persona como símbolo del individualismo reinante y, a la vez, leyendo atentamente su tiempo, el detalle definitorio de quienes trascienden.
En su discografía generosa hay una trilogía y un disco doble conceptual; las giras de teatral despliegue son apoteósicas; los videos involucran alto presupuesto y ambición artística, como se hacía en los 80; construyó un alter ego -Sasha Fierce-, y registró documentales para revelar su costado humano y emocional. Finalmente, elaboró una cercanía con el poder político hasta convertirse en la artista símbolo de la era Obama, tal como en los 60 Frank Sinatra se mimetizó con la administración de John Kennedy, en el largo historial de relaciones entre los espectáculos y la política.
Es la artista con más premios Grammy de la historia -32 gramófonos dorados-, y si bien ha vendido 50 millones de discos menos que Taylor Swift -segunda en este ránking de Billboard-, Beyoncé conquista el liderato en un contexto reivindicativo general que la favorece. Billboard se guía por los números, no hay duda, pero en su elección hay más factores a considerar.
En los últimos diez años se ha desarrollado una notoria validación y ajuste de cuentas con el aporte monumental de los afroamericanos en la cultura popular y las industrias de los espectáculos, provocando repasos y modificaciones en los nuevos conteos de figuras y obras claves, otrora ampliamente dominados por hombres blancos. La revista Rolling Stone estableció hace tres años que Respect, en la versión de Aretha Franklin, es la canción número uno de todos los tiempos, seguida de Fight the power de Public Enemy y A change is gonna come, de Sam Cooke -una tríada de estrellas negras-, relegando al cuarto y quinto lugar a Like a rolling stone de Bob Dylan y Smell like teen spirit de Nirvana.
En el listado de Billboard, siete de las diez primeras estrellas son mujeres, haciendo eco de un periodo histórico para el aporte femenino en el pop. Con Beyoncé, la reivindicación transita por doble vía: raza y género.
Si Neil Tennant preguntaba con justa razón dónde está la canción que todos conocen de Taylor Swift para ser consagrada sin discusión como la estrella más grande del último tiempo -su Billie Jean, como planteó-, Beyoncé si cuenta con éxitos inapelables y memorables como Crazy in love, Run the world (girls), Single ladies (put a ring on it), y Say my name junto a Destiny’s Child.
Quizás cuesta definir la casilla exacta donde Beyoncé efectivamente marcó un antes y un después en materia solista, como lo hicieron David Bowie, Michael Jackson o Madonna, reinventados en sonido e imagen en cada paso, influyendo a pares y nuevas generaciones de artistas. Lo que sí hizo fue descifrar su tiempo y establecer una meta de conquista que, después de un cuarto de siglo, es una realidad.