Redoble de tambores: la revancha de Phil Collins

Phil Collins
Redoble de tambores: la revancha de Phil Collins

El nuevo documental Phil Collins: durmmer first recupera la figura del músico desde su vínculo con el instrumento con el que saltó a la popularidad. Una que le trajo tanto amor como odio.


“¿Te gusta Phil Collins? Soy un gran fan de Genesis desde el lanzamiento de su álbum de 1980, Duke”, dice Patrick Bateman a un par de prostitutas en el film American Psycho (2000), basado en la novela homónima de Bret Easton Ellis. “Antes de eso -continúa-, realmente no entendía nada de su trabajo. Demasiado artístico, demasiado intelectual”.

Mientras el personaje -un psicópata- comprendía la naturaleza de la obra del afamado músico -”hago hincapié en la palabra artista”-, algunos de sus más reconocidos colegas, los mayores nombres de la realeza del rock, convirtieron en deporte enlodar y minimizar su trabajo desde que se desprendió de las pomposidades del rock progresivo y el jazz fusión a fines de los 70, para cruzar impúdico hasta el pop con descomunal éxito, en portadas que llevaban su rostro de persona promedio.

Phil Collins era un vendido, un traidor, un simplista que se había desecho de las métricas irregulares como marca registrada de sus muñecas superdotadas, para inventar palabras como Sussudio convertida en canción con el molde de 1999 de Prince, para facturar millones mirando sonriente a la cámara.

La lista de detractores es formidable, un súper grupo en su contra.

“No usaría una camiseta teñida a menos que estuviera teñida con la orina de Phil Collins y la sangre de Jerry Garcia”, declaró Kurt Cobain en clave punk rock. David Bowie calificó su bajón discográfico en los 80 en títulos como Never let me down (1987), como sus “años Phil Collins”. Roger Waters criticó su “ubicuidad” en los 80 luego de sumarse al regreso de The Who, y Jimmy Page despreció su participación en la desastrosa reunión de Led Zeppelin en 1985 para Live Aid -”él estaba allí golpeando sin rumbo y sonriendo”-, olvidando mencionar su performance bajo los efectos de la heroína, después de que Eric Clapton lo sacó del baño.

Paul McCartney lo ninguneó en un encuentro en el palacio de Buckingham -”nuestro pequeño Phil”-, y finalmente Noel Gallagher afirmó que “solo porque vendas muchos discos no significa que seas bueno. Mira a Phil Collins”.

El aludido guardó estoico silencio excepto para referirse a McCartney describiéndolo como un vanidoso, y poniendo en duda la calidad de Oasis. “Ni siquiera son talentosos como ellos mismos se creen”, respondió.

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Tampoco son gratis todas las repasadas. Efectivamente el legendario músico británico se convirtió en una especie de chiste repetido en el remate del siglo XX.

Si no estaba arrasando con algún nuevo álbum de Genesis o solista, se le veía tras la batería en grandes causas como el single navideño Do they know it ‘s christmas? (1984) para combatir la hambruna en Etiopía, o colaborando como músico y productor con artistas de élite incluyendo Peter Gabriel, Robert Plant, Frida de ABBA y Adam Ant. Por si fuera poco, encarnó a un dealer en Miami Vice en 1985 -el episodio Phil the Shill-, y protagonizó Buster dos años más tarde sobre un famoso robo de un tren en 1963 en Inglaterra, anotando un hit con la melosa Two hearts.

La misma estrella que apuntaba las injusticias sociales en Another day in paradise (1989), se radicó en Suiza para evitar el pago de impuestos. El compositor de una de las baladas definitivas de los 80 como Against the odds (take a look at me now), la canción central del filme homónimo de 1984, sobre perder inesperada y dolorosamente una relación, envió un fax a su segunda esposa para divorciarse.

Phil Collins se hizo alcohólico cuando tenía más de 50 y su accidentada vida amorosa era carne de titulares. Su salud cayó en deterioro en una rápida espiral. Perdió la audición del oído izquierdo y sus habilidades motoras quedaron seriamente resentidas por una lesión en la espalda, debido a una mala postura tocando la batería durante décadas.

A los 73 años camina con gran dificultad y los talentos performáticos han desaparecido prácticamente, como lo demostró su disminuido desempeño en la gira de despedida de Genesis, entre 2021 y 2022.

El canal Drumeo en Youtube acaba de publicar el documental Phil Collins: drummer first, reivindicando su figura a partir del instrumento que lo dio a conocer. La intención es hacer justicia ante uno de los mejores bateristas rock de todos los tiempos, que amplió el lenguaje rítmico para luego traspasar sus límites. Junto a Dave Grohl conforman una rara especie en la historia de la música popular: el batero que supera la guarida de tambores y platillos para convertirse en estrella pop como cantante.

Se repasa meticulosamente su carrera por cada álbum de Genesis en los arreglos, sonido y configuración del kit de batería que inspiraron a legiones de músicos, incluyendo numerosos fans del heavy metal. Luego el reinado en los 80 aplicando elementos de electrónica y programación, y los 90 como un artista demandado por Hollywood en la banda sonora de Tarzán (1999), hasta las implicancias físicas y emocionales de este duro presente sin chances de tocar y cantar.

Su hijo Nicholas, responsable de la batería en el último tour de Genesis, lo entrevista e interpreta con aplomo algunas de sus composiciones claves. Decenas de reputados colegas como Matt Cameron (Soundgarden), Tommy Aldridge (Ozzy Osbourne), Chad Smith (RHCP) y Mike Portnoy (Dream Theater) disectan su estilo y sonido inconfundible, vanguardista e inspirador, como una guardia pretoriana dispuesta a restituir su honor mancillado por años.

Phil Collins es el autor e intérprete del pase de batería más famoso de todos los tiempos -el demoledor quiebre en descenso de In the air tonight, eterno hitazo ochentero-, y un compositor de pop que merece más análisis del que proporciona este justo homenaje detenido a ratos en detalles solo para fanáticos -es un canal de batería a fin de cuentas-, como la rebuscada percusión de Down and out de … And there were three (1978).

El retirado astro podría haber sido solo un baterista y aún así figuraría en el panteón de los más virtuosos, dotados y singulares del rock como Ginger Baker, Keith Moon, John Bonham, Neil Peart, Bill Bruford y Stewart Copeland, la clase de artistas que con apenas un redoble ya sabemos de quién se trata. Pero su caso es diferente. Pasó de la élite a la masa, y unos cuantos no perdonan su supuesto crimen facturando pop de alta calidad.

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