Al primer escritor que Ray Bradbury le mandó una carta fue a Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. Fechada en 1937, el joven Bradbury le pide acudir a una sesión de su grupo de fans de la ciencia ficción en una cafetería de Los Ángeles. Días después, el veterano autor le respondió declinando la invitación, confesándole su renuencia a hablar en público.

“Me pone en un brete y me veo obligado a contarle que no hago apariciones públicas ni hablo en público si puedo evitarlo. Confío en que entienda que no se debe a una falta de interés en colaborar con usted y que aprecio sinceramente, y se lo agradezco, el honor de haber sido invitado”, respondió Burrouhgs.

La misiva es parte del volumen Recuerdo, que acaba de editar en castellano la casa editora Minotauro, especializada en literatura de ciencia ficción. En sus páginas vemos fundamentalmente cómo Bradbury se comunicaba con gente del mundo editorial, y vemos la trastienda de su trabajo como escritor, aunque es poca la intimidad que abre al respecto. Por ejemplo, en 1941 le escribe a su amigo Jack Williamson, poco después de vender su primer relato de ciencia ficción, y le comenta cómo le van rechazando sus primeros trabajos.

“Mandé el de los dinosaurios a Pohl. Aún no sé nada. Tremaine me rechazó The Hunt y se lo he enviado a Wollheim. Story me rechazó The Well y se lo he mandado a Harper’s. Wollheim me rechazó Levers, lo acorté cuatro mil palabras y se lo presenté a Pohl, junto con Double Talk. Hornig me rechazó Double Talk porque era demasiado bueno para su revista. En serio. Me dijo que escribía por encima de la capacidad intelectual de su público, algo que me parece pueril. A Wollheim no le gustó nada Double Talk, no tiene sentido del humor. Hornig, en cambio, se tronchaba de risa con él. Ay, esos editores... [...] Acabo de repasar mis archivos y he sacado un millón de palabras y las he quemado. Las he revisado a conciencia para asegurarme de que no destruía nada de valor. Casi todo eran descripciones demenciales, sin trama, sin ideas. Eran un estorbo, así que las he destruido. Tengo otro millón de palabras aquí tirado, mirándome fijamente a la cara. [...]”.

Igual le comenta algo de su vida como escritor. “Paso tanto tiempo en casa que ya no es divertido. No voy a ningún sitio por las mañanas porque suelo teclear aquí, y eso es bueno. Consigo sacar unas mil palabras al día. No digo que sean definitivas, pero al menos todo eso ya está en papel. Ya no voy a ningún espectáculo. Y, si lo hago, reniego de los teatruchos. Dinero, dinero, dinero. ¡Olympic Blvd. sigue pareciendo un patatal descontento, maldita sea! Jamás lo van a conseguir”. Y se despide de un modo decidor: “Saludos cordiales de tu amigo, que sigue siendo un escritorzuelo aficionado”.

Ray Bradbury (1920-2012), en su casa en Los Angeles, en los años 80.

De esta forma, leemos al autor de Crónicas marcianas intercambiando cartas con Leigh Brackett, Arthur C. Clarke, Jack Clayton, Don Cogdon, Frank Darabont, Federico Fellini, Graham Greene, Robert Heinlein, John Huston, John F. Kennedy, Stephen King, Richard Matheson, Anais Nin, Frederick Pohl, Julius Schwartz, Theodore Sturgeon, Francois Truffaut y Gore Vidal.

En estas cartas se pueden leer algunas que resultan proféticas. Por ejemplo, en 1974, Bradbury escribió una carta a Brian Sibley, en ella reflexionó sobre los robots, anticipándose décadas al actual debate sobre la inteligencia artificial: “¿Por qué temer algo?, ¿por qué no crear con ello? No me dan miedo los robots. Me da miedo la gente, la gente, la gente. Quiero que sigan siendo humanos”. Y agrega: “Dios, los adoro”.

El escritor Ray Bradbury en Los Angeles, alrededor de 1980.

También se puede leer sobre Crónicas Marcianas. Vemos cómo a pesar del paso de los años, Bradbury se preocupaba de ir ajustando las fechas. En la primera edición de 1950, Bradbury fijó el inicio de la expedición colonizadora de Marte en 1999, extendiéndola hasta 2026. Pero en 1996 no habían señales de eso. Por lo que en ese año le mandó una carta al editor Lou Aronica: “Será mejor posponerlo unos 30 años, ¿no? Que la NASA tenga tiempo de cumplir mi profecía”.

También se pueden leer algunas respuestas de sus interlocutores. Por ejemplo, el guionista de Hollywood Leigh Brackett a Bradbury en 1941. Y la carta menciona al escritor William Faulkner. “Querido Ray: No sé qué diablos le pasa al teléfono: no para de saltarme la compañía eléctrica. El caso es que el encargo ha salido adelante, estoy trabajando y aún no me lo creo. Bill Faulkner (el mismísimo William Faulkner, sí) es mi compañero de equipo y el mes que viene estaremos en el plató con Bogey. ¡Todo eso y lo de Republic! Por cierto, el martes tuve un almuerzo muy agradable y sí que hay un sitio tranquilo en el norte de Hollywood. Lo he encontrado. Tranquilo pero agradable. Muy agradable. Se supone que esto de ‘El sueño eterno’ es algo confidencial, así que no digas nada, ¿vale? No sé por qué, pero son órdenes del jefe. Tendrías que ver mi despacho: ¡hasta tengo un sofá grande y cómodo de color rosa! ¡Ajá! Llámame alguna vez, llama a Warner Bros. y pide que te pasen con la extensión 707. Entretanto, no me pongas chascarrillos en las postales, por favor, que no estaré en casa para filtrarlas. En cuanto a lo del domingo, espero que sí, pero no estoy segura. Con cariños”.

El volumen Recuerdo está disponible para importación desde Buscalibre.

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