Conocida es la labor de Gabriela Mistral en México. La escritora partió a ese país el 22 de junio de 1922, por invitación del titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), José Vasconcelos. Su objetivo era claro: “Alfabetizar a la población indígena para dar conferencias sobre literatura hispanoamericana y componer himnos para las escuelas”, consigna el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.
En México estuvo hasta 1924, recorriendo escuelas en Hidalgo, Morelos, Puebla, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Jalisco, Querétaro y Veracruz, fundando escuelas rurales, dando charlas y conversando con docentes y estudiantes. Dejó el país, pero regresó casi dos décadas después.
Ya con el Nobel de Literatura bajo el brazo y una de las más importantes pensadoras de América, volvió a México en 1948 como cónsul en Veracruz, donde vivió por dos años. No se conocen muchos detalles sobre su segunda estadía en México, pero sí quedaron algunas fotos, cartas y textos que dan cuenta de cómo vivió ese periodo.
Mistral y las contradicciones de la Navidad
Lucila Godoy Alcayaga no era fanática de las ciudades. Nacida y criada en Vicuña, rehuía de Santiago y las capitales cuando podía, afincándose en ciudades aledañas a las metrópolis. En el saludo Recado de Navidad, escrito en 1948, la poeta escribe en extenso sus sensaciones sobre esta fiesta, la cristiandad y el campo. Además, entre los párrafos, agrega reflexiones sobre la identidad latinoamericana, vindicando la figura de María mestiza e indígena propia del continente.
“Soy muy feliz de pasar una tercera Navidad con ustedes, mexicanos, y es todavía más contentamiento el pasarla dentro de la zona rural, en una aldea vuestra”, dijo la autora de Ternura, donde figuran algunos poemas sobre el nacimiento de Jesús, como Romance de Nochebuena y El establo.
“El suceso, disparatado a lo divino, no lo entienden mucho las ciudades; los rurales sí, y los vagabundos, en cuanto a gente habituada al milagro”, escribe en un saludo que entregó en Fortín de las Flores, el 24 de diciembre.
Dice que del nacimiento de Jesús, “todo el mundo sabe, menos la ciudad dormida a pierna suelta” lejos del pesebre. Además, “todos los que están allí, vistos a la luz de las estrellas, son gente morena como nosotros, y debió serlo hasta el reciennacido (sic), a pesar de los cromos del cristianismo a la inglesa”.
Reivindica la ruralidad y el campo, donde las tradiciones están vivas. “En los viejos pueblos, a los que creemos idiotas, algo queda”, dice, como el acordarse de “el Noel”, Pentecostés, la Santa Cena “o el hacer el paro o huelga real de la lucha diaria”.
De las tradiciones, destaca romper la piñata, elemento típico de las celebraciones mexicanas, que cuentan con un relleno compuesto por frutas de la temporada y dulces. Estos coloridos objetos fueron introducidos en el siglo XVI por los frailes agustinos, en las misas previas a la Navidad—llamadas de “misas de aguinaldo”— que más tarde se convertirían en las famosas posadas.
Estas fiestas son tradicionales de México Honduras, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Panamá durante los nueve días antes de la Nochebuena; y emulan la búsqueda de José por un hospedaje para su esposa María, quien estaba por dar a luz. Así, Mistral dice: “he seguido las ‘posadas’, creyendo como los niños”.
Gabriela Mistral era profundamente creyente, a su manera. En su saludo, fue crítica de las contradicciones entre la religión y la vivencia de la misma. “Según todas las aleluyas y las copias populares, el Niño trajo en su boca un mensaje partido en dos: el del Amor y el de la Paz, que son un uno solo”. Pero claro, después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y con conflictos bélicos escalando en el mundo, Mistral señala al “rebaño” que responde con guerra y violencia.
“Al Cristo treintañero se le recuerda menos, tal vez porque EL nos resulta el cobrador de las deudas, el que reprende y sacude. Nos da vergüenza menor un Niño de horas”.
En su saludo, agrega que la Navidad es la celebración que menos se ha ‘manoseado’ por esos años. “La Nochebuena dura; es la fiesta que menos se ha ajado, la más vital (…) Yo creo, sin ningún enrojo de vergüenza tonta, en que esta noche cruzan ángeles por encima de la bola empedernida que habitamos”.
Puede leer el saludo completo en la Biblioteca Digital Nacional.