Cuando Claudia Donoso encendió la grabadora, Mauricio Wacquez contó algo de su vida anterior. La que él no había vivido, pero sí en otras formas, en las figuras de su padre y su abuelo. “Mi abuelo era francés y tenía un ancestro flamenco. Nació en las postrimerías del reinado de Carlos X, y murió a fines del siglo XIX. Era un viñatero bordelés, típico burgués del Segundo Imperio. Además era colono en Argelia. Mi padre, que era el hijo menor, sufrió los efectos de la ley del mayorazgo y emigró a Chile, donde siguió la tradición vitivinícola en Colchagua. Yo soy también chileno, entre otras cosas. Por nacimiento soy francés, pero ninguna de esas nacionalidades me sienta bien. No me gustan las definiciones”, contó en revista Hoy, de diciembre de 1981.
Ese deseo de estar en el terreno de lo incierto, de una fluidez constante, lo llevó a su literatura, y lo estiró lo más tenso que pudo. Ese 1981 publicó su tercera novela, una que se transformaría en inolvidable para el mundo literario chileno. Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848).
Publicada por primera vez en España, con el sello Bruguera, estuvo muchísimo tiempo descontinuada. En 2003 -después de la muerte del autor- la editorial Sudamericana volvió a ponerla en circulación, hasta que se descatalogó. Hoy, de la mano de Alfaguara, la novela ha vuelto a los escaparates para ponerse al día con los lectores chilenos. Con aquellos que la leyeron en su tiempo, y con aquellos que desean encontrarse con Wacquez, a estas alturas, un escritor de culto de las letras nacionales.
El tiempo es justamente una de las claves de la novela. No es una narrativa tradicional en el sentido de que cuente una historia lineal con inicio-medio-fin. Acá leemos la historia de Juan de Warni, un hombre que a la vez podemos verlo en el 1848 francés, o en septiembre de 1946; de los palacios suntuosos de París, al espesor de los bosques chilenos. Indistintamente, Warni puede ser el padre, el hijo, y el abuelo, e indistintamente hay un narrador en primera persona y uno en tercera, lo cual a veces sacude al lector. Es una novela que saca de lo común, que chasconea. Warni es todo en todas partes al mismo tiempo: príncipe, traidor, mercenario, y asesino. A medida que leemos y nos adentramos en el espesor de la novela, nos vamos enterando de las intrigas del personaje y de su deseo homosexual concentrado en las aventuras con su sirviente, Alexandre.
Con Alexandre descubre la dimensión de la cacería. Es uno de los aspectos fundamentales de la novela y Claudia Donoso lo explica así en la citada entrevista de 1981. “Las cacerías a las que alude el subtítulo son la instancia en que el protagonista descubre que de cazador puede convertirse en presa. El lugar de las cacerías participa tanto del Valle del Tinguiririca como del de La Garonne en Francia”.
El detalle de la cacería no es menor, porque para Claudia Donoso la novela es una alegoría del poder, y la cacería quizás su expresión más evidente. “Se podría interpretar la propuesta del libro como una reflexión sobre las estructuras y formas en que se manifiesta el poder como un fenómeno que atañe no sólo al dibujo casi zoológico y cruel de la sociedad…Wacquez plantea el poder como una fuerza y objeto de deseo y vejación que tiene una doble cara: el que lo detenta es al mismo tiempo poseedor y poseído, ya que depende del sometido para satisfacer sus ansias”.
En esta novela, volvemos a encontrarnos con la voz única de Wacquez: irrepetible y muy particular, de la mano de una escritura densa, pero elegante. El escritor Diego Zúñiga es un reconocido lector de Wacquez y consultado por Culto, nos habla sobre la narrativa de Frente a un hombre armado.
“Es una escritura que exige del lector una complicidad absoluta, que se entregue a esas frases largas, sinuosas, violentas, llenas de ritmo, que van dando forma a la historia zigzagueante de Juan de Warni. Hay en esa exigencia una invitación, por supuesto, y un desafío: la prosa de Wacquez reluce y envuelve con la misma intensidad con que trabaja la poesía. Es un escritor en estado de gracia, exuberante, consciente de todos sus recursos, que le permiten hacer lo que quiere con el lenguaje: retorcerlo hasta dar forma a una novela monstruosa, erótica, realmente impresionante”.
Justamente el lenguaje es el punto central de la novela. Es ahí donde el lector debe arrojarse si quiere disfrutar esta novela. “Hay que entregarse al lenguaje de Wacquez, a su prosa, a su ritmo, que son parte fundamental de lo que propone -comenta Zúñiga-. Lo primero es dejarse envolver por esa propuesta y luego ya ir descubriendo qué hay en la historia de Juan de Warni y su familia, esos recuerdos nebulosos de aquella infancia oscura, esas historias de amor y deseo tortuosas, violentas, que se desbordan. Todo eso le permite a Wacquez armar y desarmar una novela ambiciosa, donde la trama o la anécdota no son lo más importante, en ningún caso, su apuesta es otra: que la literatura permita vivir la experiencia sensitiva de lo que puede hacer el lenguaje con nosotros: modificarnos, perturbarnos, mirar de otra forma eso que se llama realidad”.
En su tiempo, Frente a un hombre armado fue aplaudida por la crítica. En 1981, Jaime Quezada escribió sobre ella en Ercilla. “La novela de Mauricio Wacquez importa tanto por el tema como por la escritura misma. Es aquí donde sobresale su lenguaje certero y ameno, culto y bellamente impecable en el narrar. Escrita, a veces, en primera persona, como relato de sí mismo o dando paso al yo de los protagonistas”. De ella también comentó Jorge Edwards, en las páginas de El Mercurio. “Es un libro ‘radical’, en el sentido estricto de la palabra; por eso pone la posibilidad misma de la novela en tela de juicio, y por eso es un libro extremadamente inquietante”.
Cuando se desempeñaba como crítico literario de LUN, en 2003, y a propósito de su reedición, el escritor Alejandro Zambra también se refirió a la novela. “Nunca se insistirá suficientemente en la destreza formal de Wacquez, cuya prosa concisa y dispersa al mismo tiempo es toda una lección de estilo. Novela lírica, histórica, homosexual, bélica y política. Frente a un hombre armado es, sin duda, uno de los proyectos más complejos de la literatura chilena”.