Estaba en la encrucijada. Cuando Gordon Matta-Clark tenía 19 años, en 1962, estaba en su último año de la escuela secundaria, y debía decidir sobre su futuro. En eso recibió una carta de su padre, el célebre pintor Roberto Matta. Como un adagio, el artista le dijo a su hijo que recordara que no where podía ser now here (“recuerda que ningún lugar también puede ser aquí y ahora”), y a renglón seguido, añadió un consejo: “Ya que parecer sentir que tu vida se ha convertido en un conducir sin sentido de aquí a ninguna parte, necesitas un final. Que sea la arquitectura”.

Matta apelaba a su propia experiencia, pues él mismo se había recibido de Arquitecto en 1935 desde la Pontificia Universidad Católica de Chile. Además, puso a disposición de su hijo toda su red de contactos y le sugirió a algunas de las más prestigiosas escuelas de arquitectura de los Estados Unidos incluyendo Yale o Harvard, donde Matta conocía al decano. Pero el hijo no quiso saber nada de eso.

Roberto Matta

La carta es parte del archivo de Matta-Clark, que hoy resguarda el Canadian Centre for Architecture (CCA) en Montreal. Hasta ahí llegó en 2023 la escritora e investigadora de artes visuales Ariel Florencia Richards (43). “Gordon Matta-Clark era parte del corpus de mi tesis doctoral: desde hace cuatro años estudio artistas-hombres que rompieron cosas durante los setenta -comenta Richards a Culto-. Pero cuando el 2023 me gané una beca para ir a investigar sus papeles al Canadian Centre for Architecture (CCA), donde está su archivo, pasaron dos cosas: la primera fue que Sergio Parra me propuso que volviera con un libro y la segunda fue que en la residencia me encontré con algo más grande que lo que iba a buscar. Inicialmente iba a verificar ciertos datos de la intervención que él hizo en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1971 y me encontré con una vida muy marcada por la ausencia y la muerte. Un sujeto que se trepaba a los árboles y a los edificios, pero que le temía a las montañas. Esa contradicción me pareció hermosa e importante, así que el capítulo salió de la tesis y se transformó en un libro independiente”.

Retrato escolar de Gordon Matta-Clark en 1950 © CCA _ Estate of Gordon Matta-Clark

Entre otros elementos que encontró en el archivo, estaban las cartas que Matta-Clark se escribió con su padre. Ahí vio la oportunidad de ahondar en un vínculo que estudios -como el de Justo Pastor Mellado, o el del historiador del arte Robert Pincus-Witten- han señalado como un lugar donde hubo desencuentros, que fue una relación competitiva y a veces difícil. Incluso, Pincus-Witten dice que Matta fue “un padre negligente”, y no solo con Gordon sino también con su hermano mellizo, John Sebastian (conocido como “Batán”). Sin embargo, para Richards, a la luz del material encontrado, ese nexo no se agota en lo difícil.

“Según mi investigación Roberto Matta efectivamente tuvo una relación compleja con Gordon y Batán. Eso está documentado y es cierto. Pero no quiere decir que esa relación compleja estuvo exenta de cariño, de admiración, de amor, de complicidad y de generosidad. Lo que propongo es ampliar la etiqueta de ‘mala relación’. Me gusta decir que el vínculo entre ellos no fue exclusivamente competitivo y brutal, sino que además estuvo marcado por la influencia y el cariño. Creo que a ambos les costaba expresar lo que sentían pero que estaban muy pendientes del otro y que se necesitaban”.

El resultado de esta investigación ya está en las librerías nacionales. Se llama Gordon Matta-Clark. Contra viejas superficies. Publicado por Ediciones Metales Pesados, es un volumen que en una mezcla de novela-ensayo-biografía pone en todo su espesor cómo fue la relación entre Roberto Matta y su hijo estadounidense, el llamado “anarquitecto”, conocido por sus trabajos de “building cuts”, donde literalmente, cortaba edificios en ruinas o a punto de ser demolidos para crear una intervención donde se cruzara el concreto, las luces, las sombras.

Ariel Florencia Richards © Pedro del Campo.

Un padre tardío

Gordon Matta-Clark, entonces, fue uno de los dos hijos que Roberto Matta tuvo con la artista visual estadounidense Anne Clark. Junto a su hermano Batán, nació el 23 de junio de 1943, en Nueva York. Pero a los pocos días de nacidos, Matta abandonó a la familia, para entonces el vínculo entre la pareja estaba desgastado y al pintor no lo entusiasmaba la idea de ser padre. “Creyó que la paternidad lo alejaría de la práctica pictórica, y de hecho, pensó en que Anne abortara”, señala Richards en el libro.

En sus primeros tiempos, la familia de a tres vivió en Manhattan, ahí fueron visitados por Sergio Matta, hermano de Roberto, quien al notar la precariedad del estado de su excuñada y sus sobrinos, intercedió ante los abuelos paternos para que se instalaran en Chile. Y así fue. En 1945, los Matta-Clark llegaron a la casa de la abuela, Mercedes “Chita” Echaurren. De ahí pasaron a vivir a un departamento en el centro de Santiago. Incluso, los mellizos fueron bautizados en la parroquia de la Vera Cruz, en calle Lastarria.

En 1946, volvieron a Manhattan, y a fines de esa década, Roberto Matta volvió a aparecer en la vida de Anne Clark y los mellizos. “Las cartas que comenzaron a mandarse Roberto y Anne a finales de los cuarenta dan cuenta del arrepentimiento del padre y de la influencia que tuvieron sus otras cónyuges en la recuperación de la relación con sus hijos -asegura Richards-. Según los papeles de la madre, a partir de 1950 (y en especial desde 1955, cuando se casó con Malitte Pope) Matta les prestó de manera permanente ayuda económica con fondos procedentes de la venta de sus cuadros”.

Batán y Gordon durante el año que vivieron en Chile en la casa de su abuela, 1945 © CCA _ Estate of Gordon Matta-Clark

Desde ahí, iniciarían una relación que involucró tanto contacto presencial como por correspondencia, amén de los cambios de residencia de Roberto Matta, desde Nueva York, pasando por París, hasta la definitiva en Tarquinia, Italia. Entre esos movimientos de afectos de un lado a otro del Atlántico, el joven Gordon Matta-Clark decidió finalmente hacerle caso a su padre y estudiar arquitectura, pero en la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, casa de estudios donde Matta no tenía contactos y que costaba más de lo que él podía pagarle. Finalmente accedió, no sin antes ponerle una condición: ayudar a su hermano Batán, quien sufría de paranoia desde la adolescencia, lo que le dificultaba el relacionarse con los demás y lo hacía aislarse de forma permanente.

“Debes ayudarlo y comprenderlo con afecto y paciencia. Él necesita tu respeto y el suyo propio para enfrentarse a la dura vida moderna. Es más emocional que tú y esto, aunque sea una gran ventaja, también puede ser una carga si uno se siente demasiado solo”, le escribió el pintor a su hijo.

Carta de Roberto Matta a sus hijos Gordon y Batán, firma como Matta-Dad (Matta-Papá) © CCA _ Estate of Gordon Matta-Clark

Roberto Matta mantuvo siempre el vínculo con sus hijos y su madre. Por ejemplo, Richards señala que en junio de 1971 “se preocupó de enviarles un regalo de cumpleaños a los mellizos, junto con una carta en que se quejaba porque no había sabido nada de ellos. Como siempre, le escribía otra carta personal a Anne, esa vez confesándole su preocupación por Batán: ‘Está prácticamente desnudo en medio de todo’”.

Incluso, ya en los 70, cuando Gordon puso un restorán llamado FOOD junto a su novia Carol Goodden, uno de las personas que financiaron la aventura fue justamente su padre. “Tanto Roberto Matta como la propia Carol Goodden habían invertido varios miles de dólares en FOOD sin recibir nada a cambio”. En 1973, la relación entre Carol y Gordon se acabó, este se lo comentó a su padre, quien señaló: “Ella era una chica maravillosa”.

Gordon Matta-Clark en acción.

Padre y artista influyente

Para Ariel Richards, esta relación epistolar tiene unos momentos que le llamaron la atención: “Me gustan mucho las cartas en que Gordon le comparte sus logros. Como si fuera un niño chico que acaba de aprender a tirarse piqueros y le dice: ‘Papá, papá, mira’. Creo que lo hacía porque para él era importante que lo reconociera y que validara sus ideas, pero, sobre todo, porque había un profundo afán de conexión y de recuperación de una relación herida”.

Además, la escritora agrega que en el plano artístico, Roberto Matta tuvo mucho que decir en la configuración del arte de su hijo. “Fue completamente influyente, al igual que lo fue el movimiento surrealista y la mirada de su padrino, Marcel Duchamp: hay rastros innegables de todas esas influencias en su trabajo. Pero también creo que su madre, Anne Clark, artista visual y a quién propongo pensar como una archivista de la vida de Gordon fue tremendamente influyente en su obra y metodología, al igual que lo fue su primera novia, Carol Goodden. También creo que él eligió voluntariamente a otros referentes muy distintos a Matta, como Dennis Oppenheim, Robert Smithson, pioneros del land art”.

Corte sin título (1971) de Gordon Matta-Clark © Museo Nacional de Bellas Artes

En ese aspecto, Richards rescata un momento clave: “Gordon Matta-Clark le compartió por carta a su papá, por ejemplo, los fundamentos de anarchitecture (anarquitectura), una idea radical que elaboró junto a un grupo de colaboradores en Nueva York, en 1973, y que ha sido leída como anti-patriarcal. A Matta le interesó esto y le pidió que le explicara más, no sólo le atraía el juego de palabras, sino que la posibilidad transformadora de ese concepto en una época en que la subversión política también podía venir desde el arte. En ese sentido, me parece que el hijo no se levantó en contra del padre, sino que ante él. Y que ambos se desafiaban intelectualmente”.

Ramuntcho Matta, medio hermano de Gordon e hijo de Roberto, dice que Matta y Matta-Clark se admiraban y competían, pero que nunca estuvieron enojados -agrega Richards-. A mí me gusta pensar que su relación estuvo marcada por algo muy simple y que queda en evidencia en sus cartas: el juego. En ese sentido, la destreza, creatividad y el ingenio de ambos eran cuestiones que estaban siempre a prueba delante del otro”.

Quizás el punto más alto de la preocupación de Matta, fue cuando Batán comenzó a mostrarse realmente mal de su paranoia. En 1976, Anne lo internó en el Belleuve Hospital, sin la aprobación del padre. Este le escribió a Gordon para que buscara un lugar donde “realmente” ayudaran a su hermano. “A cualquier costo. Ese muchacho es un gran artista y hay que ayudarlo a que esté bien”. Batán resultó ser un eximio artista visual cuyas obras -con mucha influencia del surrealismo de su padre- se transan a precios elevados en los sitios de arte.

Ramuntcho Matta

Pero todo se oscureció. El 14 de junio de 1976 mientras vivían juntos en el loft de Gordon, Batán se sentó en el alféizar de la ventana que daba a la calle en un momento en que su hermano salió a hacer compras. A su vuelta, Gordon se encontró con el cadáver de su hermano aplastado. Hasta hoy, no se sabe si se cayó o se arrojó, dice Richards en el libro. “Batán era frágil, pero en otro sentido, Gordon también lo era. Por eso el vínculo entre los hermanos fue de extrema dependencia. Así como Batán dependía de Gordon, Gordon también dependía de su mellizo”, añade.

Luego de esa tragedia, Gordon Matta-Clark solo alcanzó a sobrevivir a su hermano poco más de un año y medio. A inicios de 1978, se le detectó un agresivo cáncer al páncreas. Su vida estaba en los descuentos, pero a pesar de ello, decidió casarse con su novia de entonces, Jane Crawford, aprovechando un viaje de Roberto Matta a Nueva York, por lo que el padre estuvo presente en la boda. Gordon Matta-Clark finalmente falleció el 27 de agosto de 1978. Un dato que aporta el libro, es que a la última persona que llamó desde el hospital, fue a su padre. Richards recogió el testimonio de Ramuntcho Matta, otro de los hijos del pintor: “Nos llamó a mí y a mi papá dos horas antes de morir, para decirnos que la muerte no existía y que su energía iba a estar siempre con nosotros”.

Gordon Matta-Clark. Foto: Florent Bex

Décadas después, en el otoño de su vida, Roberto Matta construyó en su casa en Tarquinia un memorial para sus hijos Batán y Gordon llamado Fair Avec (2000). El sitio solo era visitado por él y lo hizo a diario hasta el final de sus días, señala el libro.

Ariel Richards aporta una reflexión final: “A pesar de que llevaba cuatro años investigando a Matta-Clark, no sabía bien quién era. Mucho de lo que leemos de él se viene repitiendo sin variaciones desde los ochenta y no fue fácil asumir que ese conocimiento tan replicado se podía cuestionar. Creía que los libros sobre Matta-Clark los escribían otros y que era incorrecto de mi parte contradecir algunas lecturas, ya canónicas, que se han hecho de su trabajo. Pero lo cierto es que todavía quedaban ¡y quedan! datos para ampliar la idea que tenemos de él. Hay preceptos que se han impuesto como definitivos pero que no lo son, por eso el título: leyendo nuevas aperturas contra viejas superficies”.

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