Columna de Marcelo Contreras: Salsa, sabor y memoria

Bad Bunny

La salsa nunca se fue, pero ahora baila con nuevos zapatos. Desde las esquinas de Puerto Rico hasta los rankings digitales globales, Rauw Alejandro y Bad Bunny han sacudido el polvo de las congas y los trombones, recordándonos que este género eterno no es solo un eco del pasado.



La salsa nunca se fue, pero ahora baila con nuevos zapatos. Desde las esquinas de Puerto Rico hasta los rankings digitales globales, Rauw Alejandro y Bad Bunny han sacudido el polvo de las congas y los trombones, recordándonos que este género eterno no es solo un eco del pasado. En Cosa nuestra y Debí tirar más fotos, sus respectivos nuevos álbumes, la salsa irrumpe entre sintetizadores y beats urbanos como una invitación irresistible: ¿por qué no reconciliar lo nuevo y lo clásico, lo viral con lo visceral? Y mientras las redes se inundan de elogios y debates, algo queda claro: la música, como la memoria, nunca envejece, sólo se reinventa.

En ambos casos, la reverencia a un idioma musical asociado históricamente a la isla, se puede descifrar como una mejora introduciendo rica tradición en nuevas generaciones, una picazón por ahondar en las raíces y, eventualmente, conectar y agitar la memoria de audiencias mayores, acostumbradas a mirar por sobre el hombro al género, negando su condición musical. La reacción engrosa una costumbre centenaria en los adultos, despreciando las formas y códigos de las preferencias juveniles.

Que a más de 20 años del éxito sísmico de Gasolina de Daddy Yankee, la mecha del urbano hasta convertirse en el rostro del pop latino y en música generacional, ingresen notoriamente los vivos colores y timbres de la salsa, representa oxígeno puro proveniente de una generosa síntesis musical del Caribe con vasos comunicantes directos al África, en gestación desde fines del siglo XIX. Inyecta horizontes musicales y líricos al urbano, que carga con el mote de la chatura, la repetición y la vulgaridad, aunque el link no es inédito en lo absoluto. Figuran, entre varios ejemplos, algunos pasajes del fundamental El Abayarde (2002) del pionero Tego Calderón, y la incursión de Daddy Yankee en un featuring con el legendario salsero Andy Montañez en Se le ve, el mismo intérprete del clásico Un verano en Nueva York.

“Dos generación aquí en la casa, hecha la olla, salsa y reggaeton -interviene el astro reguetonero-, que lo que va a salir es salsaton”. Luego, describe cómo los estilos se reciclan y cogen otros nombres, pero pertenecen a la misma raíz. “En los 60 le llamaban son, ahora en mi tiempo le llamamos flow”.

Ni Rauw Alejandro ni Bad Bunny han descubierto la salsa, sino que evocan su tierra e historias, sus infancias y barrios. Es una banda sonora que nunca se va, tal como en el cono sur el rock latino de los 80 y 90 sigue omnipresente.

La música de la infancia y la adolescencia deja las mayores huellas. La gran mayoría, excepto los listados al día de Barack Obama, ancla playlists en las profundas aguas del pasado. Los artistas también suelen revolver el baúl de los recuerdos. En Chile tenemos el ejemplo de Los Tres, cuya esencia se basa en estilos que jamás rebasan la década del 60, y en el rescate de la cueca urbana, que persistía en un universo popular de bares y quintas. Capitaneados por el Macha, tanto Chico Trujillo como Bloque Depresivo son discados directos a una era análoga y bohemia de fulgor y tristezas. Mon Laferte pertenece a la misma frecuencia, la estirpe creativa que se alimenta de esa etapa formativa de la vida, a los cimientos de nuestras biografías, el ambiente familiar y la zona de confort.

Ni la memoria ni la tradición funcionan como compartimentos estancos, sino que se concatenan y forman un relato ininterrumpido, parte de la historia finalmente. Puede que haya momentos en que la presencia de géneros arraigados sea menos notoria, menos popular en la superficie, pero jamás se desvanece.

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