En 1992, el año en que el área dramática de la estación estrenó dos teleseries basadas en producciones brasileñas (El palo al gato y Fácil de amar), Canal 13 apostó por una serie que en Estados Unidos se había emitido con bastante éxito entre 1990 y 1991. Aunque en Norteamérica sus números de audiencia fueron a la baja, la señal confió en que parte importante del público local se sentiría cautivado por la premisa central de Twin Peaks (¿quién mató a Laura Palmer?) y decidió programarla en el horario prime, justo tras el término de Teletrece.

Christopher Murray no tenía más de siete años cuando la revolucionaria creación de David Lynch y Mark Frost debutó en la televisión abierta. “No entendía nada, pero nunca se me olvidaron sus escenas ni atmósfera. Era misteriosa, magnética, perturbadora, y era bastante extraño que apareciera en el mismo televisor familiar donde veíamos Video Loco. Eso es lo que hacía Lynch, en el fondo. En los espacios cotidianos y aparentemente idílicos de la sociedad moderna, conectarnos con aquella dimensión siniestra que la sostiene y que no logramos comprender”, señala el director de Brujería (2023).

Foto: ABC Photo Archives/ABC via Getty Images

“Era demasiado extraña y disruptiva. Se sentía como un error que estuvieran mostrando algo así en la tele, en una época en que la tele era lo más importante”, apunta Cristóbal León, quien llegó a la serie gracias a su hermano mayor. Años más tarde, cuando accedió a los cortometrajes de Lynch, comprendió que Twin Peaks era parte de un universo creativo más amplio, un inquietante paisaje donde lo oscuro y lo abstracto conviven con lo bello y lo lírico de una manera que muy pocos cineastas han logrado. “Fue una de esas experiencias que cambian para siempre tu visión del arte”, asegura el realizador que trabaja en dupla con Joaquín Cociña (La casa lobo).

Aunque posteriormente Canal 13 le otorgó un nuevo horario a Twin Peaks –después de la medianoche–, su paso por la TV nacional marcó a toda una generación de espectadores que la recuerdan como una vivencia única. Para muchos de ellos, la idea de que sus capítulos se dieran casi al límite del cierre de transmisiones solo volvió más especial el asunto.

“Era una locura. A veces creo que lo soñé. El enrarecimiento que rodeaba a Laura Palmer en TV abierta, donde de pronto las fronteras entre lo consciente y lo subconsciente, lo real y lo onírico, se mezclaban, y luego venía publicidad chilena”, indica el guionista y escritor Julio Rojas, un enamorado de lo “lyncheano”. “Siento que con él se fue una parte de un tipo de cine que no volverá. Un cine que, en un mundo de algoritmos y lugares comunes, era arriesgado, experimental”, lamenta ante la partida del artista fallecido este jueves a los 78 años.

El hipnotizador

Cuando se adentró por primera vez en la filmografía de Lynch, Matías Bize llegó a la conclusión de que cualquier intento por “entender” su cine era un ejercicio infructuoso. “Comprendí que había que sentir la película, entregarse a una experiencia más que buscar una lógica. Eso me encantó”, sostiene, junto con mencionar cuatro títulos de su obra que “me abrieron la cabeza”: Terciopelo azul (1986), Carretera perdida (1997), Una historia sencilla (1999) y Mulholland Drive (2001). “Es un artista, un autor en toda la amplitud de la palabra. A mi parecer, es alguien que extendió los límites del cine”, opina.

“Conocí a David Lynch viendo Mulholland Drive en DVD. Su imaginario, la imagen, el sonido y la música me hipnotizaron. Al terminar, sentí que no había entendido nada, pero no me importó; había vivido una experiencia única”, plantea Felipe Gálvez.

El realizador de Los colonos (2023) cuenta que el año pasado tuvo la oportunidad de ver el filme protagonizado por Naomi Watts en una copia en 35 mm en la pantalla grande. “Fue como descubrir una película nueva, todavía vanguardista. Esta vez comprendí más, pero confirmé que Lynch no solo expande los límites del cine, sino que desafía el mandato del argumento. No busca explicarnos nada; nos invita a reflexionar, a experimentar y a dejarnos seducir por la singularidad de su universo”.

Eraserhead (1977), su largometraje debut, fue el primer acercamiento de Francisca Alegría a su obra. La directora de La vaca que cantó una canción hacia el futuro (2022) la describe como “una de las mejores experiencias audiovisuales que he tenido en mi vida. Me sentí cómo en casa, viendo un mundo tan extraño cómo el que tenía yo en ese momento en mi interior a mis 18 años”.

Otros prefieren declarar su admiración recordando un momento específico. “En Corazón salvaje (1990) hay una escena donde Sailor está con Lula en un recital de trash metal. Bailan y saltan con mucha intensidad y de un minuto a otro él le indica a los músicos que se detengan y estos lo obedecen, después obliga a un tipo a pedirle perdón a su novia, toma el micrófono y se pone a cantar una balada de Elvis Presley. Cualquier otro cineasta que intentara hacer funcionar esta secuencia probablemente fracasaría, pero con Lynch uno se deja llevar por el universo misterioso y perturbador que propone, porque se siente auténtico”, analiza Fernando Lavanderos, un convencido de que “lo particular de su cine se encuentra en la fidelidad a sus ideas e intuiciones”.

Por su parte, Cristóbal León encumbra al autor de El hombre elefante (1980) como el “santo principal” de su trabajo junto a Joaquín Cociña (Los huesos, Los hiperbóreos). “Es, por lejos, el artista que más ha influenciado el trabajo que hacemos. Es el artista que más está presente en nuestras conversaciones y en todas nuestras películas, largas y cortas, dialogamos casi sin querer con alguna película de él. Lynch me enseñó que la libertad creativa lo es todo, que una obra puede ser chistosa, perturbadora y sensual, todo al mismo tiempo. También que una obra puede ser pop y superficial, pero que debe tener una dimensión sagrada”, reflexiona.

Para Julio Rojas, el director estadounidense “demostró que era posible crear obras que fueran intelectualmente muy desafiantes, que cuestionaban las convenciones narrativas, sin que perdieran su poder para conmover”. Y sugiere una posibilidad en armonía con su universo: “Como le escribí ayer a un amigo, no creo que Lynch comprenda que ha muerto. Simplemente pasó de un mundo hecho de sueños a otro, quizás más real. Más lyncheano”.

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