El Brutalista: los ejes de una película enorme

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El Brutalista: los ejes de una película enorme

La cinta comienza con la llegada de un arquitecto judío húngaro a Estados Unidos tras el Holocausto y continúa con una feroz disección del sueño americano, el trauma y el mecenazgo. En apenas su tercer largometraje, el director Brady Corbet demuestra músculo y osadía. Fuerte candidata a ganar el Oscar, hoy tiene su última función de preestreno en el Festival de Cine UC.


Tras varios días de viaje por el Atlántico, todos los tripulantes del barco desean subir a cubierta y tener la primera panorámica del país que los acogerá. László Tóth se escabulle entre la multitud, trepa las escaleras y sus ojos se encuentran de golpe con la Estatua de la Libertad. Es un innegable símbolo de esperanza, la promesa de un nuevo comienzo, la primera señal de que podría venir un capítulo de sanación y prosperidad luego de haber sufrido el horror. ¿O no?

El tratamiento que le imprime el director Brady Corbet a esa escena inicial sugiere otras ideas. Al principio es difícil distinguir entre siluetas y, una vez que la cámara abandona las penumbras, toma el monumento de la Isla de la Libertad al revés, como si la mujer con la antorcha estuviera cayendo en picada. La música, llena de texturas, es inquietante incluso en sus momentos más épicos y exuberantes. El efecto es desorientador.

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Foto: Courtesy of A24

Al comienzo de El brutalista, el tercer largometraje de Corbet, apenas han transcurrido un par de años desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Como otros sobrevivientes del Holocausto, László (un Adrien Brody soberbio) ha encontrado refugio en Estados Unidos y espera que pronto se le unan su mujer, Erzsébet (Felicity Jones), y una sobrina llamada Zsófia (Raffey Cassidy), por ahora atascadas en Europa. Su familiar más cercano es un querido primo que vive en Filadelfia y que temporalmente le proporciona techo, comida y un empleo.

Diferentes circunstancias lo llevan a conocer a un tal Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un poderoso empresario que cimentó su propia riqueza y que expresa sensibilidad por el arte. El protagonista se sorprende cuando le indica que ha hecho la investigación de rigor y que está al tanto de su trabajo como arquitecto en Hungría. Lo aprecia y, de hecho, quiere contar con sus servicios para ejecutar una nueva iniciativa en Pensilvania. Así, sin haberlo buscado, surge una oportunidad tangible de recuperar la carrera que tenía en Budapest, pero ahora en el corazón de una potencia y bajo el alero de un tipo que parece de fiar.

Lo que viene es el grueso del relato. László, formado en la Bauhaus, no asume la tarea de Van Buren como un mero encargo, sino que como la posibilidad de dedicar su intelecto y empeño a crear algo extraordinario y trascendental: la obra maestra que lo hará pasar a la posteridad. Sin embargo, ese ímpetu creativo colisionará con demonios personales y con fuerzas externas.

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Corbet, un actor retirado que tuvo su primera incursión como realizador hace una década, es un cineasta voraz. Debutó con una película en que imaginaba la turbulenta infancia de un futuro líder fascista y siguió con la exploración del ascenso y caída de una estrella pop que en su niñez sobrevivió a un tiroteo en su escuela. No se trata de producciones biográficas de manual, sino lo que denomina “virtual histories”, largometrajes en que indaga en personajes ficticios que le permiten representar y examinar momentos muy específicos de la sociedad occidental. En The childhood of a leader (2015) fue la Europa posterior a la Primera Guerra Mundial, en Vox Lux (2018) fue el Estados Unidos de los 90 y 2000, y en El brutalista es la constitución de la Norteamérica de mitad del siglo XX.

Su tercera cinta es la más ambiciosa y lograda de las tres. La rodó en VistaVision, un formato de impresionante amplitud y detalle que ningún filme estadounidense había ocupado en más de seis décadas (desde el western El rostro impenetrable, de Marlon Brando). Y posee un contundente y audaz guión coescrito junto a su esposa, la noruega Mona Fastvold. Dividido en dos partes –215 minutos, con un intermedio de 15 minutos–, primero presenta su interpretación del sueño americano y luego desarrolla la inevitabilidad de la tragedia. Corbet tiene el músculo y el tacto para interrogar sobre el desarraigo, la relación del artista y el mecenas, la creación artística como canalizador del trauma y otras honduras, evitando perderse en la rimbombancia y en el sentimentalismo.

Tamaña empresa podría haber sido un suicidio en manos de alguien menos apto. Pero el director parece haberse preparado toda su vida (siete años, en rigor, el tiempo que tardó en financiar y completar el proyecto) para llevar esas imágenes a la pantalla grande. Sus esfuerzos han sido valorados tanto en Europa –obtuvo el León de Plata en el Festival de Venecia– como en Hollywood, donde esta semana El brutalista emergió como el segundo título con mayor número de nominaciones a los Oscar (diez candidaturas) y antes se alzó como una de las principales ganadoras de los Globos de Oro. Su triunfo en los Premios de la Academia. sería un golpe a la cátedra no sólo porque fue realizada sin el apoyo de los grandes estudios y encarna la clase de película que ahuyenta a los hombres de negocios, sino porque contiene incisivos apuntes sobre el vínculo del arte y el capital privado.

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Antes de su lanzamiento en cines nacionales, programado para el próximo 20 de febrero, tendrá su segunda y última función en el Festival de Cine UC hoy a las 18 horas (Alameda #390, Santiago). La entrada es liberada y por orden de llegada.

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