El cantante británico Sting es propietario de algunos capítulos rutilantes en su vínculo con Chile.

La primera vez que se asomó por el país fue en febrero de 1982, como parte de The Police y cuando el trío inglés -ya en su epílogo- se presentó durante dos noches en el Festival de Viña del Mar. Una visita que transitó entre la incredulidad de la prensa y el público por ver a un conjunto en plena ebullición de popularidad aterrizar en un escenario en ese entonces tan lejano como la Quinta Vergara, y cierta actitud desafiante por parte de los mismos músicos, quienes debieron enfrentar a una prensa de espectáculos aún embrionaria y poco especializada.

“¿Por qué usan aro?”, fue la primera pregunta que le realizaron a The Police en la tradicional conferencia de prensa antes del espectáculo, lo que encolerizó a los artistas.

Pero habría tiempo de revanchas. Muchos años más tarde, en 2011, el mismo Sting retornó al certamen ya en plan solista y con una performance sinfónica que hasta hoy escala entre los mejores episodios que ha arrojado la fiesta de la Ciudad Jardín. Simplemente inolvidable.

Pero hay un momento menos conocido que retrata ese estrecho lazo entre el hombre de Englishman in New York y el país. Como si se tratara de dos fuerzas que siempre estuvieron destinadas a encontrarse.

Sting y Los Prisioneros

En octubre de 1988, el cantante -que este viernes 21 vuelve al país con un recital en el Movistar Arena- fue parte del estelar cartel del evento Human Rights Now!, realizado en Mendoza por Amnistía Internacional y precisamente para crear conciencia con lo que sucedía en Chile en los últimos años de la dictadura de Augusto Pinochet. De hecho, miles de chilenos cruzaron la cordillera para asistir a la cita donde también figuraban Bruce Springsteen, Tracy Chapman, Peter Gabriel y un par de representantes de estas latitudes: Los Prisioneros e Inti-Illimani.

Fue en ese contexto que Sting realizó un comentario sorpresivo.

Pese al espíritu del espectáculo, los artistas anglo -y sus equipos- estaban separados de las figuras latinas. Existía una barrera donde también se mostraban privilegios y aspectos que no se condecían con el espíritu solidario y humanitario de la organización.

Pero el entuerto lo ayudó a destrabar el sonidista histórico de Los Prisioneros, Pablo Allende.

Así lo cuenta el fallecido profesional en el libro Ya viene la fuerza. Los Prisioneros 1980-1986, del periodista Alejandro Tapia: “En el backstage nos dividieron entre los latinos y los anglo. Con mi credencial no tenía acceso al comedor, pero sí podía circular por un pasillo en común. Encontré un sillón con un enchufe y me puse a cargar las baterías. En eso veo que Bruce Springsteen sale hacia el exterior para fumarse un cigarro con los camioneros que habían llevado los equipos. Resulta que cuando quiso volver los guardias argentinos no lo querían dejar entrar. Yo intervine, les dije a los gorilas quién era Springsteen y ahí pudo regresar”.

En agradecimiento, “the Boss” lo invitó a almorzar al espacio donde estaban todas las estrellas. De hecho, luego se sumaron Sting y Chapman. A los productores no les quedó otra que poner fin a la segmentación.

De hecho, en un momento entró el guitarrista Claudio Narea y vio muy instalado a Allende almorzando. Le dio un ataque de risa.

“Fue en ese momento cuando Sting, que lucía una chapita del No en su camisa, comentó que tenía el casete de La voz de los 80, que recibió como obsequio de una amiga. Con el asunto del apartheid ya resuelto y antes de que comenzara el concierto, todos los músicos, sudamericanos y anglo, se reunieron en un camarín para ensayar El aparecido, de Víctor Jara”, relata el libro de Tapia.

De esa forma, quedó establecido el nexo entre uno de los artistas más populares del siglo XX y la banda chilena más trascendente de los 80. La voz de los 80 lo había logrado. ¿Cuál habrá sido la canción que más disfrutó Sting?

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