Columna de Marcelo Contreras: Incubus en Viña 2025, cuando el rock estaba aquí
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La noche rockera sigue siendo la postal de una retaguardia que concurre al Festival de Viña del Mar para instalar cierta tensión, un tono de rebeldía y sinceridad en medio de un evento subordinado al planteamiento televisivo y dinámicas como las entregas de premios, completamente ajenas a la cultura rock en vivo. Así es Viña, tiene algo de insólito cuando esta vieja música, de tarde en tarde, se cruza en su escenario.
El rock es cada vez más una pieza de museo en el Festival de Viña que cuando interviene, funciona como una especie de recordatorio de ciertos elementos que la música popular favorita de los jóvenes hoy en día ya no baraja: urgencia, tensión y filo, resumidos en una manifestación eléctrica y nerviosa traducida en decibeles. Por lo mismo, el ambiente de esta noche en la Quinta Vergara era distinto, un público más reacio a los formalismos, al radio de control que la televisión ejerce sobre el certamen. Lo resintió el conductor Rodrigo Sepúlveda -el popular Sepu-, que se llevó una sonora silbatina en vez de los entusiastas aplausos a lo que se acostumbró los pasados días, con audiencias más amables.
Por una noche, el evento volvió a ser un espacio donde lo que importa es la música -hasta ahora en Viña 2025 sigue siendo tema el humorista plomazo del domingo- y las reacciones viscerales.
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Metallica, Black Sabbath y Iron Maiden calentaron la noche fría por la amplificación a la espera de Incubus, una banda que probablemente nadie imaginó que podría tener cabida en un festival como este, su convocatoria fue una sorpresa. Tras las presentaciones de la pareja animadora con Rafael Araneda jugando al rockero de cartulina, Incubus se apoderó del escenario con un espectáculo macizo y algunas irregularidades en el sonido, que en la Quinta Vergara dependen mucho de la ubicación.
Mientras en los costados de la platea la batería estaba completamente ahogada y la guitarra copaba todo el anfiteatro en un despliegue fenomenal de Mike Einziger, en redes había quejas por la mezcla y desafinaciones de Brandon Boyd -un reclamo habitual a las transmisiones-, que en la Quinta pasaron desapercibidas. En la galería en cambio, había mejor resolución.
Incubus es una banda que viene de vuelta. Ya la hizo y disfruta de una categoría de neo clásico en posición de envejecer con la tranquilidad de una discografía sólida entre fines de los 90, hasta mediados de la siguiente década. Irradian playa eterna y construyen sus canciones con ornamentos que suelen dar el arranque bajo la sensación de amanecida, de la luz que se expande, el día que empieza.
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Einziger es un arquitecto que a través de una descomunal pedalera crea sonidos y diseña ambientes cromáticos, disidente a la brutalidad del nü metal, donde se les encasilló en sus inicios. Su aproximación junto al trabajo de acento melódico de Brandon Boyd, los convirtió en una expresión más dúctil del género, con llegada a una audiencia más heterogénea.
Ofrecieron un show de grandes éxitos donde dejaron, para desgracia de sus primeros fans, fuera el material de clásicos como S.C.I.E.N.C.E. (1997). Descolló la bajista Nicole Row (Panic! at the disco, Miley Cyrus), miembro permanente desde hace un año, como el baterista José Pasillas completó con ritmos y acentos que enfatizan el costado surf de Incubus.
El público disfrutó de una seguidilla de singles y éxitos como Megalomaniac; vitoreó Wish you were here y la urgencia de Anna Molly. Nicole Row se lució sinuosa y espesa en Karma, come back, en tanto la versión de Come together de The Beatles fue, a lo sumo, correcta.
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Are you in?, pedida por el público según las pantallas, incluyó un guiño al súper hit In the air tonight de Phil Collins, como parte del proceso reivindicatorio del último tiempo en torno al legendario astro pop y genial baterista.
Pardon me y Nice to know you fueron coreadas en la Quinta Vergara, lo mismo Drive, cada una representativa de lo mejor que ha compuesto Incubus.
La noche rockera sigue siendo la postal de una retaguardia que concurre al Festival de Viña del Mar para instalar cierta tensión, un tono de rebeldía y sinceridad en medio de un evento subordinado al planteamiento televisivo y dinámicas como las entregas de premios, completamente ajenas a la cultura rock en vivo. Así es Viña, tiene algo de insólito cuando esta vieja música, de tarde en tarde, se cruza en su escenario.
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