17 de noviembre de 1960. El cantante estadounidense Bill Haley -uno de los propulsores del rock and roll en la década anterior con los seminales Rock around the clock y See you later, alligator- se presenta en la boite Don Quijote de Concepción. El precio es de 6600 escudos e incluye aperitivo y comida. La ciudad se conmociona con la llegada de una legítima superestrella global, contemporáneo de Elvis. Siente que algo grande está naciendo.

65 años después, como si se tratara de destino circular donde el arribo de Bill Haley fue la primera señal de lo que vendría, esa misma ciudad se ha convertido en cuna y en epicentro de la música chilena, y por incluso menos de 6600 escudos ofrece muchísimo más que cena y aperitivo: el festival gratuito REC se desarrolló con éxito este sábado 15 y domingo 16 en el Parque Bicentenario, totalizando en ambas jornadas la aplastante cifra de 360 mil personas, un récord en sus diez años de existencia, además con un cartel que conjugó los más diversos artistas.

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Precisamente para celebrar aquella historia que antecede a REC, que engrosa el orgullo penquista y que de algún modo explica su éxito, la cita exhibe una suerte de villa en uno de sus accesos donde se despliega una galería a cielo abierto con todos los hitos que han alimentado la leyenda musical de Concepción.

Ahí aparecen en fotos y textos la venida de Violeta Parra desde su natal San Carlos para fundar en 1957 el Museo Nacional de Arte Folklórico Chileno, o la visita de Los Prisioneros en 1984 al Aula Magna de la Universidad de Concepción, cuando fueron teloneados por una banda apenas conocida bautizada como Los Ilegales, la que estaba integrada por unos quinceañeros Álvaro Henríquez y Roberto “Titae” Lindl, impresionados en ese momento por las letras de Jorge González, lo que con ansias de revancha los llevó a formar Los Tres.

También hay menciones a conjuntos menos célebres, como el proyecto punk de Talcahuano Ecosidio. o los colectivos new wave Los 4 amigos del doctor o La casa de los sueños. En los mismos paneles, se cuelan fotos que tributan a Emociones Clandestinas, otros epitomes del rock de camiseta penquista.

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Pero hoy los héroes son otros. O quizás los mismos, aunque en una dimensión más actual. Como Los Tres, que repletaron la jornada inaugural con un show donde demostraron su sólido oficio como instrumentistas, antecedidos por los británicos Suede, y por la fusión y el hip hop de Ana Tijoux, uno de los créditos más internacionales del cancionero local.

Para el domingo, el día de cierre, la vara estaba alta. Pero desde un comienzo, se notó que el interés sería igual de voluminoso. Largas filas de familias se agolparon en el Teatro Biobío, parte fundamental de la fiesta musical, cuya estructura inaugurada en 2018 está situada en la mitad del espacio y que en ambos días cobijó en el inicio a espectáculos infantiles. Ayer fue el turno de los conocidos Cantando aprendo a hablar, agrupación que levantó su performance en el estelar escenario del reducto, con capacidad para 1200 asistentes, uno de los más grandes del país en su tipo.

Para seguir timbrando variedad, sólo bastaba trasladarse a los escenarios centrales para comprobar que ese sería el libreto de la tarde: géneros que comulgan poco y nada en sonido, estética o historia, se podían dar la mano sin problemas por unos minutos, extendiendo el acento de un festival que también reúne a una audiencia heterogénea, donde los niños y la familia conviven con adolescentes, jóvenes y público más adulto. Es el triunfo de una cita sin pago destinada a toda clase de comensales.

Por ejemplo, pasada las 14 horas apareció en el escenario Santander la folclorista María Esther Zamora, quien repasó un señero repertorio de cuecas, boleros, nueva ola, canción popular y hasta reverenció la figura de Zalo Reyes al remodelar el clásico Una lágrima en la garganta. Justo después en el escenario del costado, Entel, la programación invitaba a los nacionales The Ganjas, campeones de la densidad sonora envuelta en guitarras espesas y diseños psicodélicos: entre Zamora y ellos parece no haber maridaje alguno. Sin embargo, el público abrazó ambas propuestas sin inconvenientes.

Tanto como la urgencia de Pegotes, banda penquista con radar con el clásico punk de los Ramones, capaces de desatar un mosh de alta intensidad entre el polvo y el calor: si un dron hubiera grabado ese momento entre golpes, patadones y empujones, la secuencia ilustraría una suerte de batidora humana sin freno. El grupo también realizó un particular homenaje al italiano Franco Simone al interpretar Paisaje, clásico romántico desfigurado entre voces ásperas y guitarras filosas, quizás en la línea de lo dictado hace décadas por los argentinos Attaque 77. Sobre el cierre, dedicaron su concierto a Omar Acosta, el excantante de BBS Paranoicos que falleció a fines de 2023.

Parece que fue una jornada de tributos a quienes estuvieron antes. La cantante Loyaltty, adscrita al género urbano -de menor presencia en REC frente al rock o el pop, a diferencia de otros festivales-, saludó desde el escenario Vans a Jorge González, versionando Corazones rojos de Los Prisioneros en una clave más explícita y carnal. El cantante, pese a un retiro que ya cuenta casi una década, parece sobrevolar como una presencia nuclear cada uno de estos eventos: los covers de su música tienen un protagonismo absoluto que no amenaza con desvanecerse. El sábado fue el turno de Saiko con Estrechez de corazón, del mismo álbum, Corazones (1990), santo grial de la canción pop nacional que destila actitud y discurso.

Respeto a los mayores

Pero a falta de González, hay otras instituciones: Inti-Illimani histórico y Joe Vasconcellos. Los primeros siguen funcionando como un acorazado acústico y coral que remite al legado imperecedero de la Nueva Canción Chilena, entregando temas como Sensemayá o El aparecido, además de otros gritos de pura combustión popular como El pueblo unido jamás será vencido, coreado puño en alto por la multitud que ya ingresaba en masa al sitio cerca de las 17 horas. También hubo tributos a Violeta Parra y Patricio Manns.

Lo de Vasconcellos tiene un carácter más rítmico aunque igual de legendario: su huella es la responsable de introducir ritmos más bailables y tropicales al acervo artístico nacional hacia principios de los 90 y hoy se alza como el gran guardián de los estilos fiesteros que han consagrado a generaciones completas de nuevas bandas que abrazan sonidos como la cumbia. El ex Congreso es otro indiscutido nombre seminal, pero también algo más que quizás va encadenado: una verdadera ráfaga imbatible de hits. Mágico, Las seis, Sólo por esta noche y Sed de gol pasan sólo en la primera parte, en un festín de percusiones y bronces, además de La funa, ese track que ya a fines de los 90 se adelantó en retratar al chileno arribista y mezquino con “colegio caro, vida postiza, vive lo absurdo con celular”.

Ya está dicho: lo de REC 2025 es un mapa donde las brújulas no sirven mucho. Por eso, tras el tándem de éxitos de Vasconcellos, la apuesta disruptiva de Como Asesinar a Felipes pareció desconcertar al público. Hip hop, experimentación, saxo, flauta traversa, un bajo grueso, letras carentes de estribillos y relatos delirantes que parecen ametrallar sin respiro. “Viva la música alternativa diferente con identidad. Para cada artista que está defendiendo su arte, esto es una muestra que se puede”, alentó su cantante Koala Contreras. Y finalmente CAF lo consiguió: sus piezas ensambladas como estimulantes rompecabezas sónicos encontraron un espacio entre el público congregado en la cita.

Tras ellos, algo así como una figura en escenario ajeno. La mexicana Julieta Venegas se presentaría en la tarima Vans, de menor envergadura, pero la cancelación durante la mañana del trío Lucybell la llevaron a mudarse al Santander, uno de los principales. Y vaya que fue para mejor: fue una de las estrellas más vitoreadas de la jornada. Su fórmula de canciones melódicas que parecen reflexionar sobre sentimentalismo, relaciones de pareja y cotidianidad tuvo un arrastre rotundo, con una asistente que hasta le hizo llegar un regalo al escenario (un par de aros).

Ella respondió con una performance donde su voz se mantiene intacta y una banda bien dotada que secunda cada una de sus composiciones, como Algo está cambiando, La nostalgia, Eres para mí o Andar conmigo, la que cantó a dúo con Gepe de invitado.

Pero el minuto más esperado de su show se alzaba como una interrogante: si 24 horas antes su ex esposo Álvaro Henríquez le había dedicado al frente de Los Tres el tema Amor violento (”a mi querida y amada Julieta Venegas”, dijo), ¿cómo respondería ahora la mexicana?

La respuesta fue así: “Le quiero dedicar esta canción a mi familia penquista, mi familia chilena. A mi adorado Álvaro, que es alguien que quiero muchísimo. A Chile. A Oli. A toda la familia Henríquez Pettinelli siempre ha sido una familia maravillosa que guardo mucho en mi corazón y Álvaro también es alguien muy importante en mi vida que adoro muchísimo. Se la dedico para ellos, se llama Lento”.

El hasta siempre a la décima edición de REC estaba consagrado para Garbage, emblemas del rock alternativo de fines del siglo XX y que venían de presentarse con éxito en el Movistar Arena. Su cantante, la también icónica Shirley Manson, pareció genuinamente sorprendida con la cantidad de público (a esa hora los productores estimaban 185 mil personas) y declaró que estaba flechada por dos cosas de Chile: el pisco sour y el manjarate.

Igual que en Santiago, el poderío de Garbage radica en el magnetismo aún vigente de Manson, adherida a una banda capaz de crear atmósferas sugerentes e idóneas para su lucimiento.

Sobre el final, una polémica que parece natural a todo evento masivo: cuando al cierre volvieron al escenario para interpretar su último tema, el sonido no estaba habilitado, por tanto nadie los escuchó. El grupo empezó a cantar y tocar, pero el público no oía nada y reclamó bajo el característico “¡no se escucha!”.

Apenas un detalle en un festival sin grandes fisuras en la organización y que puede sacar cuentas alegres para seguir proyectando su futuro como epicentro fundamental de la cultura en el sur del país. No son muchos en el mundo los eventos gratuitos que ofrecen un cartel de alta calidad. REC lo logra y tiene esa responsabilidad bajo sus manos para la próxima década. El camino iniciado por Bill Haley, cobrado en escudos y en una boite que ya no existe, debería seguir sonando fuerte como sucedió este fin de semana.