Se siente un fugitivo de su propia memoria. Es un anciano sobreviviente de la tragedia y la historia. El señor Watanabe recorrió el siglo XX y se salvó de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Ahora viaja en el Metro de Tokio. Es marzo de 2011. La tierra se mueve. Watanabe es testigo de otro drama nuclear: el accidente en Fukushima ocasionado por el terremoto y tsunami de Japón.
"La luz plana del Metro se vuelca sobre las cosas, cada tubo desprende su porción de anestesia. Todo el recinto flota en un líquido eléctrico. (...) Un terremoto fractura el presente, quiebra la perspectiva, remueve las placas de la memoria", se lee al inicio de Fractura, la nueva novela del escritor hispano-argentino Andrés Neuman (41).
Es la historia de una vida que será narrada por otros. Cuatro mujeres contarán sus recuerdos, asociados al señor Watanabe, a un misterioso periodista argentino, en un recorrido por ciudades como Tokio, París, Nueva York, Madrid y Buenos Aires.
"El aliento narrativo de Neuman mantiene vivo el libro, con un comienzo y una conclusión excelentes, de saber gestionar lo que se dice pero sobre todo lo que no se dice", apuntó de Fractura el diario español El País.
La novela será presentada hoy en el ciclo La Ciudad y las Palabras, del Doctorado en Arquitectura de la UC, auspiciado por La Tercera. El narrador estará acompañado por los escritores nacionales Matías Celedón y Andrea Jeftanovic. La cita es a las 19.00 h, en el Campus Lo Contador, ubicado en El Comendador 1916, Providencia.
Neuman es autor de una treintena de libros de poemas, ensayos, cuentos y novelas. De estas últimas destaca la extensa historia desarrollada en El viajero del siglo, Premio Alfaguara 2009.
¿Qué piensa cuando la prensa señala que con Fractura regresó "a los trenes de amplio recorrido", "a la novela de largo aliento"?
Me gusta experimentar con esa especie de elasticidad radical que tiene el lenguaje, con su capacidad para poner una lupa en lo mínimo o bien movilizar grandes estructuras. En este caso, lo que más me atraía de volver a la novela larga era la posibilidad de narrar la vida entera de un personaje, desde la infancia hasta la vejez, indagando en las transformaciones de su cuerpo, su memoria, su deseo, su relación con el tiempo.
¿Cuál fue el punto de partida para crear la historia?
Tuvo su origen en varias intuiciones, como descargas eléctricas que fueron alcanzando una forma narrativa. Cierto verso del poeta Miłosz sobre nuestra incansable viralidad: "Si algo existe en un lugar, existirá en todos". El asombro de leer que el terremoto de Japón en 2011 desvió diez centímetros el eje del planeta, lo cual demuestra físicamente que cualquier tragedia nos concierne en conjunto. La sospecha de que vivimos atravesados por tres fuerzas sin patria: la economía, la energía y el amor.
¿Fue complejo definir la estructura narrativa de la novela?
Me tomó varios años, como todo lo que nos obsesiona y convoca. Recuerdo aquello otro que dijo Darío: "Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo". Desconfío un poco de las primeras ideas: creo más en desviarlas, refutarlas, ir creándole planos de respuesta. En este caso, los monólogos de las mujeres fueron matizando -cuando no contradiciendo- lo que cuenta el narrador. En ese choque de perspectivas narrativas e íntimas, la novela encontró su modo de avanzar.
La novela anterior a Fractura, Hablar solos, no solo era menos extensa, sino una historia más íntima. ¿Cree que cada historia espera su tiempo para ser narrada?
Creo que en el fondo toda narración trabaja con la intimidad, sólo que lo hace en distintos niveles, como por capas tectónicas. Toda historia intimista proyecta conflictos colectivos. En el caso de Fractura, se combinan ambos planos. Me interesaba mucho pensar hasta qué punto se parecen las maneras de romper un objeto, una relación afectiva y una comunidad. Y también de repararlos. De ahí la fascinación por las artesanías japonesas a lo largo del libro.
El señor Watanabe siente culpa por "la doble supervivencia". ¿Fue un tema el cómo enfrentar la culpa en la novela?
Nos tranquiliza creer que los supervivientes se sienten simplemente aliviados. Pero no toda víctima está dispuesta a identificarse como tal, o a ser catalogada por quienes la miran. Existe una tensión entre reconocer las cicatrices y la fantasía de borrarlas. Deseaba explorar también una forma más amplia y sumergida de culpa: la de quienes no sufren la misma tragedia que el vecino o retoman sus vidas con aparente normalidad. ¿No hay efectos secundarios que son invisibles, que están en cada cosa que hacemos o callamos?