En diciembre de 1828 y tras seis meses de viaje, el naturalista provenzal Claude Gay Mouret desembarcó en el puerto de Valparaíso. Un tal Pierre Chapuis, compatriota aventurero, le había propuesto irse a trabajar como profesor en Santiago de Chile: cierta élite local estaba reclutando sabios europeos para estos fines y a él, que con 28 años no conseguía hacer carrera en el Museo de Historia Natural de París, le pareció ver una oportunidad.

No era que la pedagogía le abriera alguna puerta ni le resultara motivadora o desafiante, cabe aclarar. Pero este alejado rincón del planeta era un territorio inexplorado en tiempos donde él y sus pares querían recolectarlo y clasificarlo todo. Hacer ciencia, finalmente. Y la ocasión no tardó mucho en presentarse.

En julio de 1830, cuando llevaba un año enseñando geografía en el Colegio de Santiago, Gay redacta una presentación dirigida al Vicepresidente, José Tomás Ovalle, ofreciendo sus servicios para trabajar en lo que Rafael Sagredo describe como "la preparación de una historia natural, general y particular de Chile; una geografía física y descriptiva del país; una geología que haría conocer la composición de cada terreno, la estructura de las rocas y la dirección de las minas; y una estadística completa de las actividades productivas y de la población". Y el Gobierno, que estaba en plan de catastrar científicamente el país, le encarga la misión.

Gay, así las cosas, recorre durante casi 10 años el territorio. Originalmente, y tras sugerir la inclusión de una serie de materias que consideró inesquivables -entre ellas geografía, botánica y zoología-, propuso un estudio sobre los araucanos, como les llamaba todo winka por entonces a los mapuches. Pero su empleador, el Estado de Chile, no estuvo interesado. De todos modos, se internó territorio mapuche, tomó notas e hizo grabados, algunos de los cuales llegarían a ser clásicos de la iconografía local. Pero no pudo ir más lejos: en 1842 volvió a su patria para trabajar en lo que terminaron siendo los 30 tomos de la Historia física y política de Chile, publicada en París a partir de 1844 y hoy disponible íntegramente en digital (ver recuadro). Un "monumento científico y literario", como lo llamó Diego Barros Arana y en el que sin embargo no estaba todo lo que quiso incluir.

Invitado a Chile en 1863 para recibir honores de Estado, partió nuevamente a la carga. En una carta del período, el polímata dice que los honores no le interesan mucho, "pero voy a aprovechar de arrancarme a la Araucanía y hacer la investigación que siempre quise hacer". Con 62 años, e iniciada ya la ocupación militar de la Araucanía, emprende el trabajo de campo. Cumplidos ya los 70, declara en otra carta que por fin podrá dedicarse a esta obra pendiente, aunque asume que sólo les interesaría a los franceses.

Claudio Gay murió en 1873, con su obra "mapuche" redactada, pero sin una edición definitiva. De ahí en más, pocos han sabido de su existencia. Uno de ellos fue el antropólogo Diego Milos, que supo de esta historia, accedió a un capítulo fotocopiado e inició una misión transoceánica que lo llevó a rescatar los textos (de un archivo en Darguignan, el pueblo natal de Gay), a leerlos, transcribirlos, traducirlos y anotarlos. Tamaña tarea verá sus frutos en los próximos días, cuando llegue a los escaparates Usos y costumbres de los araucanos, que en palabras de Milos a The Clinic, en 2016, es "la primera etnografía metódica que se hizo sobre el pueblo mapuche. Casi todas las fuentes del siglo XIX son misioneros que quieren evangelizar y militares o funcionarios que quieren conquistar. Gay sólo quiere saber. Por eso ve detalles que a ellos no les interesaban".

Y por eso, la aparición de este libro no es nada menos que un acontecimiento.

El método y las preguntas

Al decir de Sagredo, en su introducción al tomo 11 de la Historia física y política, la condición de científico de Gay, "las exigencias de comprobar en terreno, el método empírico propio de un naturalista, la pesquisa de documentación inherente al positivismo que lo caracterizó, junto a las experiencias que sus excursiones por el país hicieron posible, no solo le permitieron reunir un notable acervo documental; también, legar un verdadero archivo sobre el pasado de Chile". Para ello, disponía de un método que pasaba por registrar exhaustivamente los datos del entorno.

Contaba el francés con pequeñas libretas de notas en las cuales, con letra manuscrita, igualmente pequeña, no sólo hacía un registro de observaciones varias o de sus propias posesiones (como los ítemes que había en su biblioteca personal). También preparaba el trabajo en terreno. Tras su regreso a Chile, dedicó varias páginas de una de esas libretas -hoy disponible en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional- a formularse preguntas respecto de estos "araucanos".

Por ejemplo, bajo el título Indiens (indios), se pregunta cómo es la organización política de las tribus; cómo funcionan las jerarquías; cómo se reemplazan los caciques muertos; si acaso existe una federación indígena; cómo se hace justicia. Acto seguido, las preguntas se hacen más acuciantes: "¿Cómo se podría civilizarlos? ¿Mediante la conquista, la compra de tierras?". O bien, se propone a hacer el trabajo del etnógrafo clásico: anotar "todo lo que dicen y responden", describir sus ceremonias, establecer cuáles son sus gestos y sus palabras, consultar si los caciques reciben sueldo, preguntar cuáles son sus miedos. Incluso, enterado de las andanzas de su compatriota Orélie Antoine de Tounens ("rey de la Araucanía" entre 1860 y 1862), se pregunta por la cantidad de hombres que llegó a comandar y cómo se había introducido entre los naturales.

A partir de ahí desarrolla un método que, una vez ejecutado, le permitió organizar el conocimiento. Así, una versión preliminar del índice de Usos y costumbres… da cuenta de cinco grandes áreas: "Fisonomía y carácter" (que entre otros incluye "rasgos físicos", "debilidades naturales" y "educación del cuerpo"); "Poder, intercambios y justicia" ("gobierno", "guerra", "parlamentos"); "Vida social y material" (vivienda, vestuario, alimentación, diversión, etc.); "Saberes y creencias" (para enterarse de que la distancia que recorre un caballo hasta extenuarse, por ejemplo, es usado como unidad de medida), y "Orígenes y civilización".

La escritura desarrollada a partir de sus hallazgos puede ilustrar al lego y hasta sorprender al entendido que ignore que, además de machis, hubo también entre los mapuches ampives, que curaban males buscando causas empíricas, y que entre estos últimos hubo diversas especialidades.

En su minuto, Milos retrató a Gay como un hombre respetuoso de los aborígenes. Alguien que "destaca valores como la valentía, la hospitalidad, la generosidad" y que llega a considerar "muy deseable que su entereza y fuerza de carácter logren permear a la sociedad chilena". Incluso, es "consciente de que se han cometido injusticias con ellos y advierte que hay un problema con la propiedad de la tierra".

Lector de Rousseau, este "botánico viajero" vio nobleza aparte de estoicismo en los mapuches, incluso cuando observaba en ellos prácticas que desafiaban sus pudores. "El araucano, anota, cuando no está completamente borracho, es muy liberal en su conversación y habla de las cosas más indecentes delante de sus hijas y de sus hijos". La alegría y la embriaguez de los sentidos, en tanto, lo llevan "a besar a sus mujeres delante de todo el mundo y a entregarse sin ningún pudor a actos que las sombras del misterio velan en cualquier otro lugar".