Esa casa ubicada al interior de la Universidad de Princeton, en los EEUU de medio siglo y a la que llegó a vivir en 1933, se ha vuelto la impenetrable fortaleza donde Albert Einstein no solo pasa sus días en solitario y balbuceando en alemán para no ser comprendido, sino también uno de los principales focos de espionaje del FBI. Sospechoso de militar en el Partido Comunista de su país en los años más álgidos de la caza de brujas, el científico y Premio Nobel (1879-1955), convertido ahora en un temido ermitaño, nada más permite que se le acerque y dirija la palabra su secretaria, ama de llaves y también amante, Helen Dukas. Desde su ventana, que da al jardín universitario, a diario ve cómo los agentes federales hurgan incluso en su basura, intentando reunir pruebas.
Pero es inútil. Completamente inútil. No encuentran ni encontrarán nada, repite para sí mismo. Cierto día, sin embargo, su casa comienza a ser rondada por otra presencia, una femenina y más cándida esta vez, pero no menos inquietante. Se trata de Margaret Harding, una obstinada reportera que ha venido a proponerle una entrevista. Toca la puerta una, dos y hasta tres veces, pero Dukas se niega a recibirla. La reportera insiste: es tiempo de que el científico más grande del siglo XX conteste sus preguntas.
Estrenada el año pasado en Broadway, Relatividad, del dramaturgo estadounidense Mark St. Germain, repite la fórmula que el mismo autor había impreso en otras de sus obras. Ya lo había hecho con Sigmund Freud y C.S. Lewis, y ahora ha volcado su atención en recoger una desconocida y temprana historia en la vida del padre de la ciencia moderna: la existencia de su primera hija, Lieserl, fruto de su relación prematrimonial con Mileva Einstein, su futura esposa y junto a la que tuvo otros dos hijos. De la primera, sin embargo, y que nació en 1902, se perdió todo rastro luego de que se rumoreara que no había sobrevivido a la escarlatina.
"Ese es el hecho biográfico y real, que en 1986, casi 30 años después de la muerte de Einstein, se descubre por unas cartas entre él y Mileva que esa hija que supuestamente había muerto, en realidad había sido dada en adopción. Y quizás él nunca volvió a verla, nunca se supo ni llegaremos a saberlo, pero ahora a Einstein le toca asumir sus verdades en la ficción", comenta el actor y director Héctor Morales (1982), quien el 7 de agosto estrenará una versión local de Relatividad en el Teatro UC.
Coproducida por The Cow Company, la pieza reunirá en su elenco a las actrices Blanca Lewin y Alessandra Guerzoni, como la periodista y ama de llaves, respectivamente, junto al actor Ernesto Tito Bustamante (Inútiles), quien se meterá en la piel del célebre físico alemán.
Vidas incompatibles
A pasos de la Plaza Ñuñoa, en una antigua casa que colinda con el teatro, Morales cuenta que lo primero que se le cruzó por la cabeza fue lo poco que sabía sobre Einstein. "Luego me pregunté por qué podía ser interesante hablar hoy de este personaje que proviene del mundo de la ciencia, y me metí a investigar en su biografía. Con todos esos prejuicios y preguntas me metí a leer el texto. Y fue sorpresivo, porque la jugada del autor es sorprendente: agarra este episodio no conocido de su vida y desde ahí se lanza y dispara la ficción. Eso me pareció sumamente atractivo", comenta.
En la primera parte de la obra, que transcurre casi en su totalidad en el escritorio de Einstein, se recrea la entrevista y a poco andar sabemos que ella, Margaret, maneja mucha más información de la que en general otros han tenido. "Eso le llama la atención a él, particularmente cuando llegan a hablar sobre su vida privada. Le pregunta por qué hace tanto tiempo no tiene contacto con uno de sus hijos, y por qué el segundo de ellos se encuentra en un sanatorio por esquizofrenia, sin que él lo visite", comenta el director. Hundido en su silla, Einstein se limita a responder: "¿Qué es esto? ¿Una entrevista o un interrogatorio?". Morales agrega: "Ahí es cuando el verdadero motivo de su visita sale a la luz: la periodista es su hija".
Para el actor Tito Bustamante, quien recibió la orden de no afeitarse el bigote y dejar crecer su pelo, los cruces entre su vida y la de Einstein lo acercaron aun más a su personaje: "Si sus objetivos de vida no tenían que ver con las emociones o los lazos afectivos, me parece tan válido como quien opta por que esos lazos sean más importantes que cualquier otra cosa. En ese sentido me siento bastante identificado con él; yo tampoco quise tener hijos y tengo mi pareja estable hace años, y de igual forma tengo mi mundo privado bastante cercado respecto a los objetivos en torno al trabajo y el teatro", comenta. "Si él optó por querer descubrir misterios de la vida y estar en el plano de la imaginación constantemente, me parece maravilloso. Por qué uno va a juzgar que la paternidad no sea tan importante, si no tiene por qué serlo. No podría decir que el tipo tuvo una vida oscura por eso, al contrario: hizo lo que tenía que hacer. Y como dice uno de sus textos en la obra: 'Las emociones no son cuantificables'", agrega.
¿Es posible separar vida y obra de un hombre trascendental para la historia? "La obra lo expone así, de manera muy concreta y con el mismo Einstein y todos los que aparecen citados; Wagner y su apoyo al nazismo, Ford y el antisemitismo, Dickens y el maltrato al que sometía a su familia", comenta Morales. "Sin duda esto se vuelve crucial cuando como sociedad nos estamos viendo enfrentados al mismo proceso y cuestionamiento. Y lo hace muy vigente".