Cabría pensar que en la que él mismo bautizó como "era del jazz", entre tanto champán, bailes desaforados y viajes por Europa, a Francis Scott Fitzgerald le rodeaba un alegre y frenético desorden y que en la siguiente década, cuando el crash hizo crujir todo aquella inconsciencia y llegó la amargura, la derrota, las botellas y los sanatorios, el desorden se mantuvo.
Sería un error: Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 1896 - Hollywood, 1940) no solo terminó tres novelas y dejó una inacabada, escribió más de 175 cuentos, poemas y unas cuantas obras de teatro, pulió guiones ajenos y trató de rematar los propios, bosquejó proyectos y reunió álbumes con recortes misceláneos, sino que además en su diario de trabajo y en los cientos de cartas que se cruzó con su agente Harold Ober, con su editor Maxwell Perkins y con su esposa Zelda, entre otros, dejó un meticuloso y detallado registro del día a día de su producción literaria.
En ese rastro y en el archivo de sus papeles -conservados principalmente en la Universidad de Princeton, su alma mater- se encontraban las referencias a un puñado de cuentos del autor de El gran Gatsby que fueron rechazados, en algún caso comprados, pero no publicados, o retocados y finalmente aparcados. Esas referencias fueron el punto de partida para armar Moriría por ti, la colección de 18 relatos inéditos que se publicó en Estados Unidos hace un año y que la editorial Anagrama trae a las librerías el próximo miércoles.
Anne Margaret Daniel, que ha editado y anotado brillantemente el volumen, conocía unos pocos borradores de estos cuentos que había consultado en Princeton, pero no fue hasta 2012 cuando los herederos de Fitzgerald, descendientes de su única hija Scottie, lograron localizar ocho más de los relatos perdidos y le hicieron el encargo. "La imagen que tenemos de Fitzgerald es la de ese joven maravilloso, pero en estos relatos asoman algunas canas y se adivinan las arrugas del escritor mayor que nunca llegó a ser", explica Daniel en conversación telefónica. A los 43 años el escritor murió en Hollywood, donde se había instalado tres años antes, un lugar en el que no encajaba pero que le ayudaba a pagar las facturas y en el que, como apuntó Budd Schulberg, era "como un Miguel Ángel haciendo arreglos de fontanería".
Hollywood, sus estrellas y la industria que las rodea aparecen en varios de estos relatos redescubiertos, escritos en su mayor parte en los años treinta. Aquí no está el personaje de Patt Hobby, su alter ego, un guionista fracasado y bebedor, sino que, por ejemplo en el cuento que da título a la nueva antología, se narra un rodaje en el que la joven actriz Atlanta planta a su enamorado, un responsable de cámara, y suspira por el seductor Delannux sobre quien pesa la sospecha de haber llevado al suicidio a un par de desesperadas mujeres. Los dulces y desenfadados romances, plagados de bellas chicas caprichosas capaces de romper corazones con un batir de pestañas, aún sostienen muchos de estos relatos, pero en ellos asoman sanatorios, suicidios, soldados de la guerra de secesión y enfermedades venéreas.
Los locos años 20 dejan paso a la Gran Depresión. El propio Fitzgerald escribe sobre ello a su esposa Zelda en 1940, unos meses antes de morir. "Es curioso que desapareciera mi antiguo talento de cuentista", se lamenta. "En parte se debió a que los tiempos cambiaron, los editores y directores de revistas cambiaron, aunque también hubo algo relacionado de algún modo contigo y conmigo: el final feliz".
Médicos y hospitales
Desde la primera crisis nerviosa de Zelda y su posterior ingreso en una clínica en 1932 en Baltimore, la historia de esta glamorosa pareja cambió y en las páginas de estos relatos asoman hospitales, médicos y enfermeras como trasuntos de lo que el propio Fitzgerald vivió. "Es una mezcla curiosa", apunta Daniel. "Su propia vida está mezclada en estos cuentos, transformada por su imaginación". El propio escritor hace una divertida parodia de la línea que separa realidad y ficción en el primero de los cuentos de esta antología cuando uno de los personajes se rebela ante un cínico editor, y le reprocha que le hayan matado en un libro: "Cumple todos los requisitos de la ficción: es una gran mentira muy agradable. ¿A eso le llama usted realidad?".
Organizados cronológicamente, aunque sin un orden estricto, los relatos están hilvanados a través de los apuntes biográficos que los preceden. El primero, El pagaré, fue escrito en 1919 el mismo año del sensacional debut de Fitzgerald con Hermosos y malditos, la novela que le colocó en la cúspide de la fama y con la que arrancó su leyenda. El último de los relatos está fechado el mismo año de su muerte.
"En los últimos años Fitzgerald iba poniendo a prueba su poder como narrador, iba investigando nuevas vetas más realistas", apunta Daniel. El romanticismo va quedando matizado en estas historias irregulares y complejas, entre las que se incluyen dos bocetos de guión. Cuentos a los que se negó a hacer cambios, o que simplemente fueron rechazados y que muestran una cara menos amable y optimista. Lo que escribe el propio Fitzgerald en uno de ellos valdría para entenderlo: "No parecía tener en absoluto esa cualidad que en otros tiempos se llamaba 'su aquel', pero sí una franqueza divertida".