Dos vidas ha sorteado el Teatro Real de Madrid en 200 años. La primera partió en 1818 y se prolongó hasta 1925, cuando el edificio estaba a punto de derrumbarse y tuvo que cerrar sus puertas hasta 1997. Desde entonces goza de juventud y prestigio, pero dicho receso en su historia no solo privó a los madrileños de la vida cultural en pleno siglo XX, sino que además provocó el más rotundo silencio de la ópera por 72 largos años.

"Es el arte por excelencia, pero ese antecedente hizo que esta ciudad no tuviera vocación operística", dice el director general del Teatro Real, Ignacio García Belenguer (1967), quien hace dos semanas estuvo en el Municipal de Las Condes. "La ópera vive una gran crisis en todo el mundo, pero nos hemos ocupado de ello y tomado riesgos. En Madrid acabamos de estrenar The only sounds remains, de la compositora finlandesa Kaija Saariaho (1952), y a fin de año lo hará una versión de Turandot a cargo de Bob Wilson. Ahí hay dos riesgos: un clásico revisitado por un gran director a un lado, y del otro una pieza inédita y fresca", explica.

Ambas se podrán ver en 2019 a través de Palco Digital, la plataforma online que permite seguir espectáculos en vivo y diferidos, y que cuenta con más de 2 mil usuarios en Chile gracias al convenio que acaba de renovarse con el mismo teatro del barrio El Golf. "Hemos ampliado la oferta para 2019, y tendremos más de 100 producciones en alianza con otros teatros, como el Colón de Buenos Aires y el Solís de Uruguay", agrega.

En 2012, cuando la crisis económica mantenía en suspenso a Europa, García Belenguer asumió la dirección del Teatro Real con una misión clara: llevar la ópera de vuelta al gran escenario español y atraer a nuevos públicos. "Ese año los aportes públicos cayeron del 40 al 25 %, y tuvimos que generar un modelo inédito de financiación público-privado. Hoy el 65 % corresponde a aportes de más de 100 empresas y directamente desde la sociedad civil y nuestros abonados", cuenta. Con 51 millones de euros de presupuesto al año, el Teatro Real es hoy la primera institución de artes escénicas y música, y está entre las tres de mayor prestigio en España, después del Museo del Prado y el Reina Sofía. "Además, jugamos en primera liga, con el Covent Garden de Londres y las óperas de Milán, Amsterdam, Berlín o París", añade.

Una de sus primeras estrategias fue la creación de la Semana de la Opera en España. El 30 de junio pasado instalaron 4 mil sillas y 40 pantallas en las calles de 200 municipios para la transmisión de Madama Butterfly. "Nuestro objetivo es sacar la ópera a la calle y convertirla en algo cotidiano para la ciudadanía, como lo son el cine, los libros y eventos deportivos", dice. El mayor éxito lo han visto en plataformas digitales: "El holandés errante de Wagner tuvo más de 600 mil visualizaciones en Facebook, toda una hazaña al tratarse de una ópera y no de un partido del Real Madrid con el Barcelona. Soy un convencido de que si la ópera no se sube a la revolución digital, acabará como pieza de museo. Piensa en Netflix, que revolucionó el cine. Con la ópera ocurrirá lo mismo, y el Palco Digital puede ser buena opción".

¿A qué atribuye Ud. la crisis que hoy vive la ópera?

Cuando las artes derriban sus propios límites creo que es normal que suceda, porque los cánones se destruyen y eso genera discusiones entre conservadores y vanguardistas. Me ha sido muy interesante cómo el trabajo en red entre muchos teatros ha logrado instalar en pocos años la necesidad de quitarle a la ópera esa etiqueta de género elitista, y creo que la mejor manera de hacerlo es popularizarla y acercarla al público más joven. Son ellos quienes tendrán que liderar esa renovación generacional.

¿Cómo han respondido los jóvenes al incentivo tecnológico en el Real?

Desde que los incorporamos tenemos a unos 40 mil jóvenes sobre un total de 250 mil personas al año, un 30 o 35 % más. A los menores de 35 les aplicamos además descuentos del 60 % en las entradas, y creamos un programa con 35 campus universitarios para que estudiantes vengan a ensayos y conozcan el proceso de elaboración de una ópera. Queremos que puedan sentirse parte de él.

¿Baraja la opción de apostar por nuevas óperas y no solo las clásicas?

Un teatro de referencia debe ser capaz de combinar ambos repertorios. Muchos jóvenes están incorporándose a este mundo y lo lógico es que lo hagan con clásicos, como las óperas italianas: una Traviata, una Madama Butterfly o un Turandot, y no necesariamente deben ser versiones clásicas. Nosotros estamos abiertos a la experimentación, pero también hay que satisfacer a un público no más exigente pero sí más abierto a nuevas formas. Ese mix es el gran secreto del éxito del Teatro Real.