Escandalizadas, las monjas llamaron a Carabineros. La sangre se les había subido a la cabeza tras presenciar al retornado cantautor y poeta Mauricio Redolés entonar su canción Nutrias en abril en medio de consignas de la izquierda. Para peor, y a escasos metros suyo y sobre un escenario frente al Museo de Arte Contemporáneo, en la extinta feria del libro del Parque Forestal de 1986, el maquillaje que embetunaba los párpados de un desconocido profesor de artes plásticas que recitaba casi de memoria uno de sus cuentos, las enmudeció tanto a ellas como al resto. Sin los tacos altos y acharolados ni las boas de pluma que más tarde lo convertirían en un ícono de la escena y resistencia artística en los descuentos del régimen militar, Pedro Mardones, que meses después adoptaría el apellido de su madre, Lemebel, se dio a conocer como escritor.
Esa tarde leyó un tríptico hecho de papel kraft. Uno de los siete que, envueltos en un sobre de correo postal, componían su libro-objeto Incontables, el primero que publicó. Lemebel, de entonces 34 años, había trabajado durante meses en él en las sesiones de los talleres Ergo Sum, a cargo de la poeta chilena Pía Barros y a los que asistió por 11 años. Y según cuenta Valentín Segura, vocero de la familia del autor fallecido de cáncer en enero de 2015, el mismo volumen será reeditado y lanzado en octubre por editorial Planeta, para la Feria del Libro de Santiago.
"A Pedro ya lo habían despedido del liceo donde hacía clases, y no era el mismo que al que todos conocieron después", recuerda Barros. "Siempre fue sumamente político, es cierto, pero este otro Pedro andaba con cuidado y medio aterrado por lo que sucedía en el país. Encima hablaba poco, demasiado poco tal vez, pero estaba siempre atento y con ese humor tan suyo y a flor de labios, que yo creo que eso le dio material de sobra para iniciarse en la escritura. Y en una época en que los gestos y acciones de arte parecían más importantes que el simple hecho de publicar libros, sobre todo para él", agrega.
500 ejemplares de Incontables aparecieron a mediados de 1986, meses antes de que Lemebel leyera su manifiesto Hablo por mi diferencia en la Estación Mapocho. "Pedro se ponía con un paño en las calles de Bellavista y ofrecía objetos que compraba para revender. Ahí aprovechaba de poner estos trípticos con sus primeros relatos", recuerda el poeta, librero y uno de sus más cercanos amigos, Sergio Parra. En 2015, en tanto, poco después de su muerte, "apareció un segundo tiraje con otros 500 volúmenes -añade Pía Barros- que fueron repartidos gratuitamente entre sus amigos. Pero luego me enteré de que en Ebay se había vendido uno en 700 dólares".
En sus relatos Bramadero, El Wilson, Monseñor, Gaspar, Melania, Espinoza y Ella entró por la ventana del baño, convertido en novela gráfica en 2012 por Sergio Gómez (Quique Hache), ya asomaban algunos de los personajes, situaciones y escenarios, del Zanjón de la Aguada al laberíntico centro de Santiago, que Lemebel desarrolló después en sus crónicas y títulos como La esquina es mi corazón (1995), De perlas y cicatrices (1998) e incluso en su única novela, Tengo miedo torero (2001). "En todos se detuvo en los márgenes del margen, en lo gay y poblacional y en hombres y mujeres aparentemente desinteresados o poco entendidos en política, pero que siempre, después del amor, el sexo o la fiesta, terminaban envueltos en sus redes. Eran muy buenos", opina Redolés, quien presentó Incontables en 1986.
"En estos cuentos ya estaba instalada su denuncia social, lo político y el humor que mantuvo en sus crónicas", se suma Sergio Parra a sus palabras, y agrega: "Así y todo, Pedro nunca pensó en reeditarlo en vida ni nada, porque ya no lo consideraba dentro de su corpus literario. A partir de La esquina es mi corazón, él se dedicó de lleno a la crónica. Incluso lo consideraba un libro menor, y de publicarse, pienso, habría que hacer un estudio que contextualizara la época en que fue escrito".
Bien sabía Lemebel esquivar las preguntas incómodas, pero en 2003 hizo una excepción: "A mí no me bastó el cuento, puesto que todos escribían cuentos a lo Cortázar, cuentos a lo García Márquez", declaró. "Yo también escribí cuentos a lo García Márquez. No eran muy malos. Tampoco tan buenos. Pero la escritura se me desbordó en la instancia mía de querer hacer algo más".