De pronto entró en una profunda crisis. Mauricio Rojas aterrizó en Suecia después del Golpe de 1973. Llegaba con otros miles de chilenos exiliados, políticamente marcado por una breve militancia en el MIR. De acuerdo con su relato, en los primeros años acarició la idea de volver a luchar contra el régimen. Pero con el paso del tiempo sus ideales se enfriaron, en gran medida por los gélidas experiencias que recibía de los socialismos en la Europa del Este. Y en la biblioteca de la Universidad de Lund, a inicios de los años 80, mientras estudiaba historia económica, abandonó su antigua fe en el marxismo y se refugió en el pensamiento liberal.
No fue fácil, ha dicho, "porque implicaba desprenderse de aquella ilusión que le había dado sentido a mi vida". Por entonces comenzó a trabajar en torno a su tesis, Renovatio Mundi, "un arreglo filosófico de cuentas con aquellas ideas que en nombre de la redención de la humanidad nos invitan a lo que no es otra cosa que un genocidio, es decir, a la destrucción del ser humano tal y como es para poblar al mundo con una nueva especie, salida de nuestros sueños utópicos".
Nacido en Santiago en 1950, el nuevo ministro de Cultura creció en una casa con parrón en Vicuña Mackenna, con su abuelo inmigrante español, católico, franquista y fanático de la Unión Española, y su madre, una profesora socialista y partidaria de Allende, la figura intelectual más importante de su infancia. Su padre no tuvo mayor presencia en su vida. Su progenitora lo introdujo en las ideas de Marx, y cuando entró al Liceo de Aplicación, Rojas se aproximó al MIR. Una vez en la U. de Chile, participó en la toma de la Escuela de Derecho: "Era la hora del patria o muerte, venceremos", ha dicho.
Pero ya en Lund, con Adam Smith y Karl Popper como sus nuevos referentes ideológicos, Rojas emprendió una reflexión en torno a su experiencia política. Con el entusiasmo de las verdades reveladas, describió al marxismo como una versión secular del proyecto mesiánico del cristianismo: la construcción del paraíso en la tierra. "Este fue el marxismo que me 'robó el alma' cuando yo era muy joven", escribió. Pero ese proyecto, agregó, conduce inevitablemente a la muerte o la opresión: "Y me di cuenta de que yo no era esencialmente distinto de los grandes verdugos del idealismo desbocado, de los Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot, pero también, a su manera, de los Hitler y los redentores totalitarios de todos los tiempos".
Naturalmente su conversión lo distanció de la izquierda chilena, y de un modo imprevisible también de su madre, que estuvo detenida en Villa Grimaldi. De forma contraria, se fue acercando elocuentemente a la derecha política y económica: fue director de Timbro, instituto del empresariado sueco; parlamentario del Partido Popular Liberal, y es parte del consejo directivo de la Fundación Internacional para la Libertad de Mario Vargas Llosa.
En Chile ha difundido su pensamiento a través de libros y conferencias, muchas de ellas para la Fundación para el Progreso de Nicolás Ibáñez, de la que es miembro honorario junto a su amigo Roberto Ampuero. Con el escritor y actual Canciller ha publicado dos tomos de Diálogos de Conversos. En el primero de ellos habla del impacto que significó su encuentro con la cultura sueca: "Su lema o leimotiv es 'unidos estamos de pie, divididos caemos'. Todo esto fue muy llamativo para mí viniendo de un Chile destruido por los odios y la lucha fratricida, víctima de sus profundas contradicciones sociales, de los sueños exaltados y las ideologías maximalistas".
Crítico del rol de la izquierda en el quiebre de la democracia en Chile, Rojas es un detractor del Museo de la Memoria: "Más que un museo (...) se trata de un montaje cuyo propósito, que sin duda logra, es impactar al espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar (...) Es un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional que a tantos nos tocó tan dura y directamente", dice en una cita de "Diálogo de Conversos" (2015), su libro de conversaciones con Ampuero.
Liberal en la esfera valórica, Rojas se distancia en este aspecto de las posturas tradicionales de la derecha chilena: "Yo no soy religioso, soy agnóstico y no tengo ningún problema con el matrimonio del mismo sexo. Es más, he vivido en otros países donde estos temas ya están superados y hoy son realidades. En la adopción de personas del mismo sexo y el aborto tengo visiones que obviamente a cualquier persona de derecha no le resultan cómodas. Desde ese punto de vista no pertenezco a ese ADN de derecha".