Boris, un empleado de mediana edad al que su esposa apenas soporta, almuerza con su mejor amigo en el casino de la empresa. Le cuenta que no hay demasiadas esperanzas de reconciliación y el tiempo del divorcio se acerca. Pero Boris, que nunca se saca del cuello la tarjeta de la compañía, tiene miedo. El nuevo gerente es un beato y no tolerará que sus trabajadores pequen con el divorcio.
Esta escena de vida laboral transcurre en un edificio corporativo de Moscú, uno de los muchos que albergan la fuerza laboral de la Rusia profundamente ortodoxa y patriota. La Rusia del premier Vladimir Putin, en definitiva. Es el país que asoma como un gran paisaje sombrío sobre el que acontecen los hechos de Loveless, donde Boris, su esposa Zhenya (foto principal) y su hijo Alyosha juegan una historia triste de incomunicación y, como dice el título original, de desamor.
Nominada al Oscar a Mejor película extranjera 2017, Loveless es con seguridad el más eficaz y penetrante retrato fílmico del país que hace una semana renovó la confianza en su líder Vladimir Putin por seis años más. Su director es Andrey Zvyagintsev (1964) y su historia adquiere un tono de tragedia familiar cuando Boris y Zhenya emprenden la búsqueda del hijo de 12 años al que poco consideran y quien, de un día para otro, ya no llega a casa. ¿Preferirá Alyosha vivir bajo el manto del invierno exterior antes de soportar las peleas y las reprimendas de sus padres?
Exhibida en el último Festival La Tercera y ganadora en 2017 del Premio del Jurado de Cannes, Loveless es el último eslabón anticonformista en la cadena de largometrajes de Zvyagintsev, uno de los pocos cineastas rusos que públicamente se ha opuesto al aparato político e ideológico de Putin. En ese sentido, su caso es ejemplar. Ya en el 2014 su película Leviatán, sobre un mecánico a quien el corrupto alcalde del pueblo amenaza con quitarle su propiedad, criticaba el matonaje de los funcionarios políticos. Para agregar más leña al fuego, el patriarca ortodoxo del filme se aliaba en el contubernio con el edil.
A Zvyagintsev, que recibió por esa cinta un 35 por ciento de financiamiento estatal, lo denostaron como poco patriota, mientras el ministro de Cultura, Vladimir Medinsky, dijo no reconocer a Rusia ni a sus compatriotas en un filme donde "no había ningún personaje positivo" y en que lo común era ver "tipos bebiendo y maldiciendo". Como castigo a esa afrenta a la "cultura nacional", Zvyagintsev no recibió fondos para Loveless. De nada valieron el premio a Mejor guión en Cannes ni el Globo de Oro a Mejor película extranjera de Leviatán.
Héroes y disidentes
Según los datos de la compañía rusa Nevafilm, en 2016 el país euroasiático produjo 101 filmes, con una asistencia de 193 millones de espectadores. Es un espectro bastante amplio y junto al cine festivalero de Zvyagintsev o de Aleksandr Sokurov (Francofonía), hay superproducciones históricas, cine de acción y películas de ciencia ficción. Y, en un lugar especial, hay veteranos de buen nivel artístico que tienen la venia estatal. Los más ilustres son Nikita Mikhalkov (1945) y Andrei Konchalovsky (1937), dos hermanos (el segundo usa el apellido materno) con bastante amor por la madre patria.
Mikhalkov (recordado en Chile por Ojos negros, con Marcello Mastroianni) protagonizó y dirigió en 2010 Burnt by the Sun 2, la historia de un valiente coronel que se enfrenta a los nazis en la II Guerra Mundial y que, de paso, fue la película más cara de la historia del cine ruso. Konchalovsky, exitoso en Occidente por Los amantes de María (1984) y Escape imposible (1985), ha hecho bastante más y en 2016 ganó el León de Plata a Mejor director en Venecia con Paraíso, una historia de la II Guerra en la Francia ocupada. En esta última, que llega a Chile en abril, la protagonista es Olga, aristócrata rusa exiliada en París que esconde a perseguidos por los nazis. Va a parar a un campo de concentración (además es judía), pero en ese lugar se reencuentra con un oficial alemán que fue su amante antes de la guerra.
El tipo de cine de Mikhalkov y Konchalovsky es tradicional y de la vieja escuela, pero el de Aleksei German Jr. (1976) es el de los más vigorosos y renovadores. Hijo del cineasta Aleksei German (hostigado hasta el cansancio por el régimen soviético), German Jr. acaba de ganar en Berlín el Oso de Plata a Mejor contribución artística por Dovlatov. La producción, que llega este año a salas chilenas vía CDI Films, describe algunos días en la vida del escritor ruso Sergei Dovlatov, en 1971. Al autor le suelen rechazar los escritos desde la editorial estatal por su punto de vista crítico y distanciado. La cinta funciona como un registro muy original de la asfixia cultural bajo el totalitarismo.
Más joven que German Jr. es Kantemir Balagov, que a los 26 años ganó el galardón de la crítica en Cannes 2017 con Closeness, implacable recreación de un secuestro en 1998. La película, ambientada en el Cáucaso ruso, es además una poderoso retrato del fanatismo religioso, en este caso musulmán.
Hasta el momento ni Balagov ni German Jr. han tenido los problemas de Zvyagintsev con las autoridades. Después de todo, sus películas se ambientan en la Rusia pre-Putin. Quien no salió indemne fue Kirill Serebrennikov (1969). Actualmente, cumple arresto domiciliario por malversación de fondos públicos, pero sus abogados y la comunidad artística que lo apoya creen que es una estrategia para silenciar a un intelectual que defiende los derechos de la comunidad gay y es crítico de la anexión de Crimea, en 2014. Además, tuvo la osadía de dirigir The student (2016), película que sorprendió en Cannes. Tres años después de que Putin se olvidara de la separación de Iglesia y Estado y declarara la obligatoriedad de la enseñanza de religión en los colegios, The student cuenta la historia de un estudiante que es una bomba de tiempo: su fanatismo religioso lo lleva a enarbolar las más desquiciadas fantasías antisemitas y nacionalistas. En la Rusia de Putin aún se puede filmar contra la hoz y el martillo, pero no contra la cruz y el dinero.