Era 1 de enero de 1979 y Francisco Smythe, junto a su esposa Paulina Humeres, se subía a un avión rumbo a Italia. Becado por el gobierno italiano para estudiar en Florencia, por ese entonces el artista chileno no se imaginaba que su estadía en la ciudad europea se extendería por casi 20 años. Tampoco vislumbraba cómo calaría en él un nuevo movimiento artístico: ese mismo año se abría paso en la escena la transvanguardia italiana, que lejos del arte póvera, el conceptual o el land art, retornaba a la pintura de colores fuertes como base fundamental del arte contemporáneo.

Acaso fue la imagen de los cielos azules de Puerto Montt, su ciudad natal, las montañas del sur y su naturaleza de colores penetrantes, lo que hizo que Smythe se sintiera fuertemente atraído por esa nueva tendencia artística. Lo cierto es que pronto su obra se llenó de color y figuras como montañas, palmeras y corazones comenzaron a protagonizar su trabajo. Quedaba así en evidencia no sólo su imaginario fantástico, sino que también una clara disposición a la ruptura con las tonalidades tradicionales de la pintura chilena.

Esas obras de estilo libre y matices brillantes, precursoras del mural Vía Láctea que realizó en la Estación Metro Baquedano, son las que a partir del 5 de marzo darán forma a Francisco Smythe y Florencia, una exposición en el Palazzo Medici Riccardi compuesta por 52 pinturas del artista fallecido en 1998, facilitadas por 45 coleccionistas privados.

"Es una despedida y renacer de Francisco", dice Humeres, viuda del pintor, y co-curadora de la muestra junto Antonio Arévalo, agregado cultural en Italia. "Es en Florencia donde se desarrolló toda su obra pictórica y teníamos la idea de que su trabajo volviera a repuntar en la ciudad ahora que se cumplen 20 años de su fallecimiento", agrega.

Pasado conceptual

Organizada por la embajada chilena en Italia, la muestra abre con una obra atesorada todos estos años por Humeres que "marca un punto de quiebre con el conceptualismo que venía trabajando en Chile y la pintura que realizó a partir de los 80 en Italia", cuenta su viuda.

Antes de adentrarse de lleno en la pintura, Smythe fue uno de los padres del conceptualismo chileno. Una exposición realizada en 2015 en galería D21, dio cuenta de esa época en que el artista compartía escenario con otros como Carlos Leppe, Carlos Altamirano, Raúl Zurita y Diamela Eltit.

"Esa muestra fue importantísima para reubicar la obra de Francisco en la escena de los años 70 y que hasta hoy siento que tratan de ignorar. Fue una reivindicación de su trabajo en la historia artística", explica Humeres sobre la exhibición que presentaba, por ejemplo, la serie Desaparecidos, un conjunto de dibujos en lápiz grafito que reproducía retratos -publicados en los diarios- de personas extraviadas. El tema lo tocaba de cerca: era 1974 y su primo John McLeon era uno más de los detenidos desaparecidos en el régimen militar. Smythe se convertía así en uno de los precursores en hablar a través del arte de la dictadura en Chile.

Trabajos como ese hicieron que su obra fuera bien recibida por el medio artístico durante los 70, pero cuando volvió momentáneamente a Chile en 1985 todo había cambiado: a la Escena de Avanzada -dedicada al arte conceptual y político- le causó extrañeza una obra pictórica de colores vibrantes como la suya. Muchos la tildaron de banal. "Pero no tenía nada de eso", aclara su viuda. "Los corazones que solía pintar fueron banalizados por los diarios de la época, les dio mucho con eso… Para él, la figura del corazón era un núcleo pulzante en una sociedad que debería tenerlo. Florencia le abrió esa generosidad que Chile no tenía".

De regreso a Italia, Smythe siguió pintando. Para ese entones, ya había encontrado otros artistas -Samy Benmayor, Matías Pinto y Bororo, entre otros- que como él experimentaban en la pintura. Volvió definitivamente a Santiago en 1997 y dos años después comenzó a trabajar en la que sería su última muestra: Diario de Viaje IV, una retrospectiva en el edificio Telefónica,que repasaba sus creaciones durante los 90.

No alcanzó a inaugurarla: murió dos días antes -el 23 de noviembre de 1998- aquejado de un cáncer linfático, pero la exposición mostró que hasta el final seguía innovando con sus propuestas. "Si te fijas, su último trabajo es bastante conceptual. En esa muestra presentó obras digitales, esculturas en fibra óptica y grandes impresiones serigraficas. Volvió a lo conceptual, en otro contexto, pero volvió".