Hace poco, la actriz Frances McDormand -que en la película Tres anuncios por un crimen interpreta a una mujer que reclama justicia por el crimen de su hija- decía en una entrevista: "Si una pierde a sus padres, es huérfana; si pierde a su marido, es una viuda, pero no existe una palabra que explique la pérdida de un hijo". Esos silencios y vacíos no son un detalle banal: el lenguaje construye realidad, es el modo en que damos forma a nuestro conocimiento sobre el mundo, y todo lo que quede fuera de él, todo lo que no tenga nombre, en teoría, no existe. La escritora chilena Lina Meruane (1970) se enfrentó al mismo problema cuando redactaba su diatriba Contra los hijos: en español no hay un término que designe a las mujeres-sin-hijos como sí existe en el inglés: childfree. Ambos ejemplos apuntan en la misma dirección: la ausencia de hijos parece ser una idea innombrable.

"Una de las cuestiones que hice al escribir fue pensar con qué conceptos iba a articular mi libro -cuenta la autora desde Berlín, donde termina una beca DAAD del Estado alemán-. De hecho, inventé algunos, traduje cosas del francés o del inglés, y jugué muchísimo con la lengua. Y claro, descubrí que no hay una palabra para las mujeres-sin-hijos. Esos silencios son muy elocuentes, valga la paradoja, porque lo que dicen es que la cultura no se ha permitido pensar la posibilidad de que un hijo no exista en el contexto de una mujer o de una familia; es decir, es una rareza tan grande, que todavía no ha adquirido un nombre propio".

Cuando hace algunos años la editorial mexicana Tumbona creó la colección Versus con diatribas contra temas como el trabajo o la belleza, Meruane se apuntó con el tópico de los hijos, quizás el más tabú y polémico de todos, y aunque el libro sacó ronchas y fue muy comentado, a Chile apenas llegaron un par de copias. Hoy, tras el cierre de Tumbona, Random House reedita el texto en versión extendida y trae al país este ensayo valiente y punzante, en cuyas páginas la escritora de Sangre en el ojo embiste contra las cargas culturales, históricas y biológicas que pesan sobre los cuerpos femeninos, y reclama contra una suerte de dictadura de la procreación en tiempos en que el feminismo parecía haber liberado a la mujer.

"La maternidad: una consigna a prueba de revoluciones, un dogma contrarrevolucionario", apunta Meruane, quien añadió a esta edición un ensayo sobre la relación entre lo que llama "la máquina de hacer hijos" y el capitalismo, ideología en que las voces críticas o disonantes, como la suya, parecen cada vez más escasas. "Los discursos están muy homogeneizados porque se busca llegar siempre a un consenso y no a una discusión -afirma-. Por eso la diatriba tiene un lugar político, porque interviene en problemas que están sobre la mesa pero que están demasiado aplastados por ese afán de llevarnos bien"

¿Cómo cree que se inserta el libro en medio de movimientos como #MeToo y los discursos feministas que se han mediatizado estos días? En ese debate, la maternidad no es un tema central.

Es cierto. Está muy caliente el tema del acoso sexual en el trabajo. Pero el tema de la maternidad también empieza: en EEUU es un artículo semanal en el New York Times. Cuando presenté la primera edición del libro en Chile la convocatoria fue insólita, sentí que habían muchas mujeres que querían escuchar sobre el tema, sentí que tocaba una tecla en algún lugar incómodo y poco verbalizado. Contra los hijos conecta con el momento actual en la medida en que apunta hacia el privilegio de género que tienen los hombres y que les está costando bastante abandonar. Entre ellos está el privilegio que han tenido dentro del hogar.

Habla de cómo la mujer está siempre obligada a justificar la frase "no quiero tener hijos". El feminismo se juega un poco en eso: en poder decir "no quiero" o un simple "no". ¿Lo ve así también?

Sí. A las mujeres les ha costado mucho decir que no, porque como hijas, en épocas pasadas, no podían decirle que no a sus padres, no podían decir que no a un matrimonio. Tampoco podían negarse a los mandatos de sus maridos, y si no querían hijos no podían evitarlo. Perdían toda capacidad de decisión. Las mujeres cargan con esa historia: hoy es un enorme hito poder decir que no. Pero también es importante que se pueda decir que sí. El "sí" también es una decisión. Tal vez una de las cuestiones más delicadas hoy es que todo se convierta en un "no" y nos olvidemos de que también tenemos la posibilidad de decir que sí.

Escribe que en la literatura las mujeres-sin-hijos son legión, como Virginia Woolf o Jane Austen, pero pocas han escrito sobre eso de un modo biográfico...

Decir que hay problemas con la maternidad o que se ha sufrido la maternidad se escucha inmediatamente como una falta de amor. Decir "me costó, sufrí, lo pasé mal, me deprimí", es muy difícil, porque es visto como una especie de monstruosidad. Ahí está el tema clave. Por eso creo que aparece mucho más en la ficción.

¿Cuál es la crítica al texto que más le ha llamado la atención?

Hay una especie de reacción casi inmediata a la pura idea de oponerse a la maternidad. Una de las críticas más descalificadoras es que se diga que como no tengo hijos no sé de lo que hablo. Acaba de decirlo en España el escritor Alberto Olmos. Me recuerda a otras descalificaciones de polemista sin argumentos que recibo, como "tú no vives en Chile, por lo tanto no sabes", o "tú no eres palestina, entonces no sabes". Se va recortando mucho el perímetro de lo pensable, como si el conocimiento viniera sólo de la experiencia. Yo no tengo hijos, pero se me ha obligado a pensar por qué no los tengo. La maternidad es un tema social y político.

¿Qué pasa con el feminismo de la igualdad? ¿Por qué las madres esencialistas, las que deciden ser "madres de profesión" o defienden un regreso a lo natural, también se definen como feministas?

Es una muy buena pregunta: en el feminismo siempre han existido muchas corrientes y cada una ha luchado por cosas distintas, pero en el contexto del capitalismo aparece la cuestión de la libertad de consumo y de decisión... Esas madres esencialistas pierden de vista que lo que están eligiendo es precisamente lo contrario a las reivindicaciones más libertarias de los otros feminismos. Decidir seguir las normas patriarcales, para mí, no es ser feminista.