La noche del 18 de enero de 1945, dos días antes de la llegada soviética, los nazis que manejaban el campo de exterminio de Chelmno (Polonia) decidieron matar a todos los judíos que quedaban. Lo hicieron de un tiro en la cabeza y luego incendiaron el hospital, la estación de trenes y la iglesia del pueblo. Desesperados, los de las SS perdieron algo de su eficacia asesina y el disparo en la nuca a Szymon Srebrnik no fue mortal. Tras hacerse el muerto, el muchacho de 15 años llegó con un proyectil alojado en su cabeza al chiquero de una granja.
Treinta años después, Srebrnik contó su historia en Shoah (1985), el ejemplar documental del francés Claude Lanzmann. El cineasta falleció ayer en París a los 92 años, según publicó el diario Le Monde y confirmó editorial Gallimard.
Shoah, palabra que en hebreo significa "catástrofe", comienza, evocativamente, con el testimonio de Srebrnik. Otra vez ha sido llevado a los frondosos parajes donde se erigió el primer campo de exterminio nazi, pero esta vez no puede o no quiere recrear las imágenes en su cabeza. Le dice a Lanzmann: "Nadie puede imaginar como fue esto, nadie. Ni siquiera yo puedo sentirlo ahora".
Las palabras de este sobreviviente contienen el material genético del que está hecho Shoah, documental de nueve horas considerado piedra angular en la filmografía del Holocausto. Por un lado ejemplifica la tónica de la película: Shoah sólo se compone de palabras, nada de recreaciones ni imágenes de archivo. Por el otro, nos informa del código moral de su director Claude Lanzmann: el Holocausto no se puede representar ni ficcionalizar. Eso, según Lanzmann, es banalizarlo.
Nacido en 1925 en París dentro de una familia de inmigrantes judíos de Europa del Este, Lanzmann fue durante décadas algo así como la voz moral del cine ante el exterminio judío. Antes de los siete premios Oscar de La lista de Schindler de Spielberg (cinta que el francés criticó duramente) y de la Palma de Oro de El pianista de Polanski, Shoah ya era la referencia.
Elegido como el mejor documental de todos los tiempos por los críticos de The Guardian en el 2016 y como el segundo más importante por la extensa consulta de la revista Sight and Sound en 2014 (sólo superado por El hombre de la cámara del ruso Ddziga Vertov), Shoah se mostró por primera vez en Chile a fines de los años 90, cuando Patricio Guzmán lo presentó en el Festival de Documentales. En 2008, el Goethe Institut lo dio durante cuatro días, atendiendo a su duración.
La película es un gusto adquirido: se trata de 566 minutos, a su vez destilado de 350 horas de entrevistas que Lanzmann llevó a cabo durante 11 años y en 14 países. No todos la entendieron ni la quisieron en su estreno y para la famosa crítica estadounidense Pauline Kael verla era una "forma de autocastigo", "cansadora de principio a fin". Veinticinco años después, el crítico Richard Brody, también desde The New Yorker, trató de enmendar aquellos juicios y afirmó que "el malentendido de Kael era grotesco".
Combatiente en la Resistencia francesa y siempre alineado en la izquierda política, Claude Lanzmann comenzó su carrera como periodista en revistas como France Dimanche o Elle, donde publicó perfiles de celebridades, desde Charles Aznavour hasta Jean-Paul Belmondo. Luego pasaría al diario Le Monde, donde sus artículos llamaron la atención del filósofo Jean-Paul Sartre, quien lo acogió en su círculo con generosidad. Tal vez demasiada generosidad: entre 1952 y 1959 Lanzmann convivió con la escritora Simone de Beauvoir, la pareja oficial de Sartre.
Durante toda su vida el documentalista fue uno de los faros intelectuales de la izquierda francesa y hasta el día de hoy figuraba como el jefe de redacción de la influyente revista Les temps modernes, fundada por Sartre, André Malraux y Simone de Beauvoir en 1945. Casi todos los 10 documentales de Lanzmann hablaban del Holocausto o de Israel, desde Porquoi Israël (1973) hasta Les quatre soeurs (2018), transformándolo en una de las voces más íntegras y coherentes de la historia judía en los últimos 45 años. Sólo hacia el final de su vida Lanzmann se permitió cierto respiro: en la sorprendente Napalm (2017), estrenada el año pasado en Cannes, visitaba Corea del Norte para contar una vieja y solapada historia de amor que tuvo en su juventud con una enfermera norcoreana, mientras visitaba la ciudad de Pyongyang.