Hace dos meses se estrenó la película Los versos del olvido, una singular historia del iraní Alireza Khatami ambientada en un imaginario país muy parecido a Chile cuyo protagonista era un anciano sepulturero que olvidaba los nombres de quienes llegaban a la fosa. En El patio, documental de Elvira Díaz sobre la vida de tres empleados del Cementerio General, las cosas no son tan poéticas y nadie se olvida de nada. Más bien evocan algo de lo que no quisieran acordarse jamás.
Ellos son Roberto Fernández, alias Lelo; Gilberto Muñoz, conocido como El Perejil; y Rogelio Rodríguez, que no tiene ningún sobrenombre, pero más edad que todos, ya jubiló y sólo va de vez en cuando a visitar a sus amigos. Además hay un muchacho, Sergio Viera. Escucha con incredulidad y asombro lo que dicen sus mayores sobre el tristemente célebre Patio 29, zona del Cementerio General que fue fosa común de ejecutados políticos tras el 11 de septiembre de 1973.
Historias de cementerio hay muchas, pero las del Patio 29 no son parte de la norma. Se trata de experiencias singulares y nadie quiere hablar de más, pero ya en las últimas vuelta de la vida Lelo, El Perejil y Rogelio abrieron su memoria a la cámara y las preguntas de Elvira Díaz para su filme El patio.
El documental se estrena hoy en las salas asociadas al circuito Miradoc de Chiledoc (miradoc.cl): Cineteca Nacional y Sala Nemesio Antúnez en Santiago, además de 20 sedes desde Arica a Punta Arenas. Antes de llegar a los cines locales, El patio se exhibió en Francia y tuvo su bautizo en el prestigioso Festival de Documentales de Amsterdam, el encuentro de no ficción más grande del mundo.
"No fue fácil que me hablaran. Roberto Fernández, por ejemplo, no tenía una buena experiencia con los periodistas que lo entrevistaron, quizás en la época de Pinochet", explica Elvira Díaz, que nació en Francia en 1975 de padre chileno exiliado y madre francesa. Ella cree que su condición de semi-extranjera y su propio origen social le jugó a favor para convencer a los sepultureros. "Mi padre era un albañil de la comuna que hoy se conoce como San Joaquín. Un sindicalista que llegó a Francia y nunca más quiso volver a Chile tras el Golpe. Yo además había hecho antes un documental sobre mi familia y se lo envié a Lelo. Después de eso todo se abrió", dice Díaz.
La película es, de hecho, una suerte de secuela de Víctor Jara N° 2547 (2013), el filme de no ficción anterior de la cineasta franco-chilena. "La tumba de Víctor Jara está frente al Patio 29 y siempre me pregunté quién había enterrado a los ejecutados políticos. Pensaba que habían sido los mismos militares, pero para mi sorpresa me enteré de que fueron trabajadores del cementerio. Dos de ellos aún estaban ahí", cuenta.
La película, que jamás sale del cementerio y nunca utiliza material de archivo, tiene un ritmo franco, directo y simple. Nada de arranques líricos. Lo que cuentan los hombres de las tumbas basta por sí solo para mantener la atención. Díaz lo explica así: "No fue necesario recurrir a imágenes ni datos extra. Es más, la información que entregan Roberto, Guillermo y Rogelio es tanta que mucha gente me preguntó en Francia de dónde había sacado tanto archivo. Pero resulta que aquello es una ilusión: ellos son los que tienen la información".
Y lo que dicen no es para todos los estómagos. Desde detalles de maquinaria ("los hornos tenían capacidad para incinerar hasta tres muertos por día, pero no era suficiente para lo que querían") o de medidas ("a veces nos hacían meter hasta tres muertos en un ataúd") hasta el tipo de víctimas ("mucho estudiante") o labores diarias ("nos mandaban a buscar cuerpos o partes de éstos en el río Mapocho o en los puentes"). Es entendible entonces que los trabajadores hayan tenido sus reservas antes de hablar con la realizadora. En particular Rogelio Rodríguez lo resume frente a cámara: "Lo peor fue no poder ayudar a quienes nos preguntaban por sus familiares. A veces teníamos los datos que nos pedían, pero nos impedían dar información. Los militares siempre se comportaron de manera prepotente, a los caballazos, sin aceptar disculpas ni nada".
La historia del Patio 29, que antes de 1973 era fosa común de indigentes y pacientes psiquiátricos y hoy es Monumento Histórico, tiene en este documental el rostro de tres personas que de alguna manera se las arreglan por hablar en nombre de las 2 mil víctimas sin identificación que albergó. Hicieron, obligados, el trabajo sucio.
De alguna manera también a ellos les estropearon sus vidas y, literalmente, su hogar. "Ellos crecieron en el cementerio. Roberto Fernández se crió en una casita que estaba por la entrada principal del cementerio en Av. La Paz", relata Elvira Díaz. Una de las mejores escenas de El patio condensa su vida. Es cuando el joven sepulturero Sergio Viera le pregunta a Fernández si conoció a Víctor Jara. "Sí, dos veces. Vivo, en un concierto, y muerto, cerca de aquí, en la morgue", responde.