James More lleva el mismo apellido que Tomás Moro y, según todos los registros a la mano, desciende del idealista filósofo inglés decapitado por Enrique VIII. Es espía del gobierno británico, gusta de los países exóticos y, probablemente, es tan testarudo y despegado de los viles arreglines terrenales como su santo antepasado. Eso es lo que todos piensan, cuando insiste en dejar su casa en Nairobi (Kenia), para instalarse en Kismayo, ciudad de Somalía parcialmente gobernada por un grupo seguidor de Al-Qaeda.

En cualquier caso More no es un masoquista: antes de su nueva y arriesgada misión, ha pasado cuatro días de amor, vistas al océano y sexo con Danielle Flinders, una joven científica que conoció en un hotel en las playas de Normandía, en Francia.

Tal como sucede en las películas más clásicas de Wim Wenders (Düsseldorf, 1945), en su reciente Inmersión (2017) el viaje y los territorios son motores tan significativos como los personajes. Fue así en su temprana trilogía de road movies integrada por Alicia en las ciudades (1974), Movimiento falso (1975) y En el curso del tiempo (1976), pero también en París, Texas (1984), el largometraje que le dio la Palma de Oro en Cannes. En aquel, el personaje central era un vagabundo y amnésico sin remedio que se mueve por la Texas más árida hasta que es encontrado por su hermano (Dean Stockwell).

Inmersión, exhibida en el último Festival de Toronto y con estreno para el 3 de mayo en Chile, es la primera producción de Wenders en llegar al país desde su documental Pina, en el 2011. En la trama, los protagonistas sellan una suerte de pacto de amor durante los días de Navidad y luego siguen con sus vidas. Para ambos, la vocación laboral parece ser lo primero y el romance lo segundo, pero al mismo tiempo están seguros de que algo diferente pasó esta vez. Danny (Alicia Vikander) viaja a Groenlandia con el objetivo de realizar un descenso de alto riesgo y profundidad a las aguas abisales árticas. James (James McAvoy), a su vez, consigue instalarse en Somalía sólo para ser tomado rehén por la Jihad y enfrentarse a las peores torturas.

Ahora a diez mil kilómetros de distancia el uno del otro, los recuerdos de los días en el norte de Francia son la memoria común de un pasado mejor. Es el amor. La película, definida por The Hollywod Reporter como "la más ampliamente accesible de Wenders", se mueve en dos tiempos: el presente azaroso de Danny en el Artico y James en Africa y los recuerdos de sus días en Francia, en forma de flashbacks.

No ficción

La película número 30 del realizador se desmarca de sus obras anteriores en la medida que el romance es asumido sin filtros ni vueltas estilísticas, como sí podía suceder en Las alas del deseo (1987) que le significó el premio a Mejor Director en Cannes, o El hotel del millón de dólares (2000). Por el contrario, Inmersión es una historia que tras sus comentarios políticos esconde un drama amoroso clásico.

Cuando en el pasado Festival de Toronto Wim Wenders fue consultado acerca de su interés en esta historia, adaptada de la novela homónima del escritor inglés J.M. Ledgard, respondió de forma indirecta. "La película tiene que ver con temas que a su vez generan odio y violencia: el terrorismo y el deterioro ecológico. Por lo tanto, la mejor manera de abordarlos era a través de una historia de amor", afirmó al diario especializado Variety. Wenders, además, no ha parado de citar a uno de sus referentes cuando se refiere a Inmersión: "Parafraseando a Martin Luther King, 'no puedes derrotar al odio con odio, no puedes alejar la oscuridad con más oscuridad'".

Durante estos días el realizador prepara además el estreno de Pope Francis: A man of his word, documental sobre el papa Francisco que estrenará dentro de dos semanas en el Festival de Cannes. El cineasta ha rodado filmes de no ficción desde al menos 1980 cuando realizó Lightning over water, que retrataba los últimos días del director Nicholas Ray (Rebelde sin causa) y, para muchos, este género es en el que mejor se mueve desde 1999. Ese año hizo Buena Vista Social Club, sobre una banda de músicos cubanos prácticamente olvidados y cuyas edades se empinaban hasta más de 80 años. En 2011 estrenó su celebrado documental en 3D Pina sobre la bailarina Pina Bausch y tres años después hizo La sal de la Tierra (sobre la obra del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado). Ahora regresa con un filme encargado especialmente por el Vaticano.

Alguna vez con intenciones de dedicarse al sacerdocio, Wenders se encontró con este proyecto de manera sorpresiva. Así lo detallaba a a Variety: "Fui contactado por el Ministerio de Comunicaciaciones del Vaticano y me preguntaron si me interesaba. Pregunté ¿Por qué yo? y me respondieron ¿Y quién más? Les dije que el montaje final debía ser mío y me aseguraron que no intervendrían".

Al parecer a Wenders le entusiasmó bastante el Papa Francisco. Así se desprende de sus palabras al diario El País de España: "He visto miles de horas de imágenes de sus viajes y he rodado mucho con él. Lo que me interesa es lo que cuenta, me estoy centrando en sus ideas, en su coraje en devolver a la Iglesia a sus orígenes, a sus preocupaciones por la pobreza, los refugiados, la naturaleza, el diálogo entre religiones. No son ideas nuevas, vienen de alguien de quien ha escogido el nombre, Francisco, un legado enorme procedente de alguien que fue un revolucionario. Y creo que el papa Francisco también lo es".