Pensó en Víctor Frankenstein, el estudiante de medicina al que la escritora Mary Shelley dio vida hace 200 años, cuando su novela Frankenstein o el moderno Prometeo vio la luz en la lúgubre Londres de 1818. Pensó en cómo el hombre podía obsesionarse hasta el desvelo con conocer "los secretos del cielo y la tierra" y desgranar "la misteriosa alma humana". Incluso pensó, dice el dramaturgo y director japonés Oriza Hirata (1962), en qué sucedería si él mismo creara un cuerpo uniendo trozos de distintos cadáveres y lo sentara frente a uno de los nuestros para recitarle un poema.
Esta última imagen produjo el golpe de corriente: un año después del desastre nuclear que afectó a la ciudad de Fukushima, tras el terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011, Hirata presentó una obra de 10 minutos junto a otros 18 artistas estadounidenses y japoneses, para ser interpretada y documentada en un evento llamado Shinsai: Theatres For Japan. Titulada Sayonara II, mostraba a un robot parcialmente quebrado a quien se le pedía leer poemas a las víctimas de la tragedia.
"La primera y la segunda mitad fueron escritas en diferentes momentos. Escribí la primera mitad antes, y la segunda mitad poco después del accidente en la planta de energía nuclear en Fukushima", explica el autor: "Después del accidente se prohibió el ingreso al área afectada y la gente no pudo recoger los restos de los que fueron arrastrados por el tsunami. 'Orar' es la acción más humana, así que quería escribir sobre situaciones en las que no tenemos más remedio que dejar la oración a los robots", agrega.
Pero fue la primera versión del texto, Sayonara, estrenada en 2010 en Japón y en la que enfrentó sobre un mismo escenario a una actriz y una androide llamada Geminoid-F, la que desató el furor de la audiencia. Desarrollada por Hirata, líder de la compañía japonesa Seinendan, y el profesor e ingeniero Hiroshi Ishiguro, quien entonces se encontraba a cargo del Laboratorio de Telecomunicaciones Avanzadas de Japón, la carismática androide hizo que este último ganara el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología que otorga el Ministerio japonés de Cultura.
Pronto Sayonara fue llevada al cine, y el próximo 23 de marzo el GAM inaugurará su temporada 2018 con el estreno en Chile -y la región- de la misma pieza.
"La obra trata sobre lo que significa la vida y la muerte para humanos y robots", dice el autor. "He escrito varias obras de teatro con la ciencia como tema, así que siempre he tenido bastante interés en la ciencia. También hice investigación en el pasado con sicólogos cognitivos y otros, por lo tanto no me incomodaban particularmente los proyectos con robots", añade.
La bella Geminoid-F, quien sale a escena junto a la actriz Makiko Murata (Tania en la ficción), es capaz de hablar e imitar gestos, pero no puede caminar, por lo que aparece en silla de ruedas. Su cuerpo fue construido con un esqueleto metálico articulado, cubierto por goma y silicona de aspecto similar a la piel. Leona, como se le llama durante la obra, interactua con personas reales y hasta muestra sentimientos a través de gestos faciales y el tono de su voz.
¿Piensa que su obra se adelantó al diálogo entre arte y ciencia que vemos hoy?
El gran arte no es genial porque nunca se había visto antes. El gran arte es algo que será el estándar en 30 o 50 años. Creo que involucrar a los robots en el arte es inevitable en 30 años, y esta obra fue un gran primer paso para conseguirlo.
¿Cree que a futuro los robots podrán reemplazar a actores o, incluso, a directores y dramaturgos?
Es posible en teoría, sin embargo, no hay garantía de que el público humano piense que es interesante. Los autos corren más rápido que los humanos, pero la carrera de velocidad en los Juegos Olímpicos todavía está sucediendo. Lo mismo ocurre con el ajedrez. Yo creo que el teatro es lo mismo.