Cada cierto tiempo, cuando ya todo el mundo cree que pierde por puntos o nocaut en cualquier momento del combate, Spike Lee (1957) despierta del letargo y lanza un uppercut desestabilizador. Todos retornan a sus puestos, vuelven a creer en la carrera del cineasta afroamericano y el mundo aplaude una nueva gran película del realizador que hace 29 años sacudió el Festival de Cannes con Haz lo correcto (1989). Ni en esa oportunidad ni en 1986, cuando mostró acá She's gotta have it, ganó ningún galardón importante, pero si el mundo de los veleidosos jurados del cine puede conjurar algún grado de justicia sería valioso que Lee se llevara ahora algún reconocimiento en Cannes. Su nueva película, BlacKkKlansman, fue estrenada ayer paralelamente en premiere y en función de prensa, con la ovación de los invitados y largos aplausos de los periodistas respectivamente, al término de la exhibición.
Fue justo. BlacKkKlansman, que se estrenará durante el año en Chile, es una película de primer nivel y lo vuelve a mostrar en la mejor de sus formas desde los tiempos de El plan perfecto (2006), aquel hipnótico largometraje sobre el robo de un gran banco con Denzel Washington y Clive Owen. Pero BlacKkKlansman no es sólo un bien ejecutado trabajo de montaje, sino que es una declaración de principios.
Spike Lee siempre ha sido incendiario y sabe jugar mejor que nadie con las cartas del filme de choque, como fue en Malcolm X (1992). A pesar de todo, en los últimos años el cine de directores negros como Jordan Peele (¡Huye!), Barry Jenkins (Moonlight) o incluso Steve McQueen (12 años de esclavitud) nos ha hecho olvidar que antes de todos estos bendecidos por el Oscar estuvo Spike Lee para abrirles el camino.
BlackKklansman impresiona desde el principio. Una gran toma panorámica, la última de Lo que el viento se llevó, nos muestra el campo minado por el que se moverá la película. Scarlet O'Hara camina entre los soldados muertos y heridos de su querido Sur y luego una gran bandera de los confederados llena la pantalla. Es la misma que aún izan y veneran muchos en el sur estadounidense y, por cierto, símbolo de lucha del supremacismo blanco. Luego, un político de filiación racista (Alec Baldwin) prepara un spot publicitario llamando a recuperar otra vez la "América blanca, protestante y pura".
Estos dos pasajes dan una idea de los tonos que tendrá toda la película: la enérgica denuncia y la ironía afilada. Luego de esos dos preámbulos empieza en rigor el filme que esta vez quiere contarnos Spike Lee. Es la historia real de Ron Stallworth (John David Washington), policía afroamericano de Colorado Springs (Colorado) que en 1979 se infiltró y desbarató una célula local del Ku Klux Klan, la organización supremacista blanca formada a fines de la Guerra de Secesión. Ante los primeros titubeos de sus superiores por el evidente despropósito de que un negro ingrese a las filas de la organización (es físicamente imposible), Stallworth los convence de la siguiente manera: ya ha contactado por teléfono a un líder local del KKK y ahora pretende que un compañero blanco se haga pasar por él en cada uno de los encuentros en terreno. El hombre es Flip Zimmermann (Adam Driver), detective de origen judío que no correrá pocos peligros al ir a los meetings con los fanáticos blancos. No sólo dudan de sus intenciones de unirse al Klan sino que además le preguntam por qué su voz es tan diferente por teléfono y en vivo.
Toda la mecánica de los encuentros y las infiltraciones de Ron y Flip están lubricadas con un sentido del humor infalible. La química entre John David Washington y Adam Driver es aplastante y gracias a aquel ritmo la película nunca es cargante ni discursiva. Una tercera gran participación es la de Topher Grace como el auténtico político David Duke, reconocido neonazi y antisemita, otrora máximo jefe del Ku Klux Klan. Aquí es reducido al ridículo más hilarante. Buena parte del efecto cómico está en sus diálogos, muchos sacados de las palabras que Donald Trump pronunció en su campaña presidencial, incluyendo el famoso eslogan "make America great again".